Esta vez la mañana acogía a todos con claridad, brillante y calurosa. Los predios de las canchas se ofrendaban florecidos de inquietos niños. En el campo de juego estaban sembradas las parejas practicando sus destrezas. Entre los niños tenistas se veían los pro dando indicaciones y atisbando consejos. El vocerío acentuaba la algarabía y semejaban gorjeos de bandadas de ruiseñores. Muchos padres y madres cargando los bultos y demás pertenencias de los cachorros con bolsos para guardar meriendas, agua y refrescos.
Las superficies sólidas pintadas de verdes chispeaban de sol. Varias parejas desarrollaban sus juegos. Lucían capacitados y con dominio del deporte. Los padres y demás espectadores aplaudían los aciertos. Habían niños y niñas que enojados y desilusionados por alguna jugada perdedora, lanzaban sus raquetas contra el piso.
Había una atmósfera de movimiento, un hormigueo de muchedumbre expuesta al sol y bajo los cobertizos: oficiales del evento, padres y madres y los párvulos nerviosos esperando turnos. Bolas que saltaban por el aire y los pájaros negros que crascitaban de los árboles a las verjas. Sobre todo, el rítmico golpe de las raquetas.
Me impresionó un pequeñuelo que lanzaba la bola donde quería, con asombrosa precisión y, acumulaba puntos con aparente facilidad. Pregunté por el padre y me señalaron a una joven pareja sentados bajo el cobertizo. Me informaron por la pasión que su pequeño vástago sentía por el deporte del tenis. la madre era profesora de alumnos de enseñanza especial y, el padre se desempeñaba como conserje en la misma institución.
Me ocupé de ir hasta la mesa de inscripción donde ofrecían el itinerario de los juegos para los demás días. Allí se extendía una mesa rectangular cubierta por una sábana blanca y sobre ella, las pilas de panfletos y documentos de inscripciones. Una estatuilla de un zagal jugador de tenis. A la derecha, frente a las personas que permanecíamos cercanas a la mesa, se destacaba una impresionante columna en forma piramidal, de bolas de tenis de color verdoso - fosforescentes, rodeadas en primera instancia, de una porción reticular que sostenía su estructura apretada para que ninguna bola pudiera correrse. En segundo orden, se había creado una pared alrededor de la base, compuesta de raquetas colocadas de canto y unidas por los mangos, unos sobre otros mediante una fina pita que los enlazaba. Las bolas todas de diferentes marcas : Wilson, Prince, Penn, Dunlop, Tretorn y en la cúspide, una bola color de rosa.
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