A su ruinosa cabaña la destacaba que había sido fijada sobre una enorme piedra. Parece que Gelo
tomó el consejo bíblico del del que edifica sobre arena y el que construye sobre roca. Otra característica que la distinguía eran los setos de madera tapizados con tablillas viejas de los autos.
Abrumaban los números infinitos : pero tantas cifras no servían para contabilizar la ausencia de dinero y la escasez de plata, sin embargo, servía para reflejar su miseria.Aquella casita de Gelo Casas, no obstante poseía una virtud : de la quebrada que la rodeaba, subía siempre un frescor de primavera. El arroyo ofrecía a la familita el agua necesaria para el aseo.
Para la sustancia potable quedaba instalada una toma pluvial pública con grifo, pero un tanto distante.
Gelo Casas era un hombre fornido, cuya seriedad rayaba en lo huraño. Su oscáura presencia causaba cierto temor, por lo menos a los niños que nos acercábamos por allí a jugar canicas y matos en una peqùeña plazoleta. Este hombre de ascendencia ilustre, pues provenía del estirpe del padre las Casas,
ejercía todos los oficios. De esta manera sostenía su humilde hogar. A veces, alguien le traía una lima para que puliera y amolara un machete. Para pagarle su esmerada labor le obsequiaban una libra de arroz y media de habichuelas. Así de esta manera, desempeñando diversos oficios, entraba a su hogar
los diferentes artículos con que se alimentaban.
Al pretender tocar la rememoración de estas vidas y sus circunstancias, aspiramos salvar la significación sociológica y la ambientación poética que constituye la existencia pasada de estos seres.
Es una faena antropológica y arqueológica, en que usamos el palustre de la idea para dejar al descubierto los fósiles y pecios de los cuales se descifran y revelan valores y estados de vidas y poesía. De estos fragmentos civilizatorios , que un día luchaban entre el caos de la miseria y de allí creaba los medios para la sobrevivencia.
Gelo Casas, del Bajadero de Lares. Ha quedado un tanto desdibujado en el tiempo, pero la dimensión de su fuerza poética y su estela sociológica quedó en el ámbito legendario.
Cierto día, un sábado como a las diez de la mañana, calurosa por demás. Gelo, sin camisa, bailaba la pieza musical, El sueño de una princesa, del arecibeño, Monrroseau.
A mí me sorprendió, pero como lo hacía artísticamente, con desplzamiento que parecía flotar, con espantosa agilidad, con animosidad y contorsiones de bailarín profesional. Estaba inmerso en las cadencias del vals y traslucía el efecto de sus sentimientos. Yo disfruté de aquel solitario espectáculo que lo propiciaba su pequeño radio de baterías. Espontáneamente aplaudí cuando terminó. Gelo Casas ignoraba mi presencia y se sobresaltó pero al fin, soltó la única sonrisa que le vi en la vida.
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