La autonomía de los libros
Lo mismo que el cuerpo humano es una maravilla autónoma; muchos libros escritos con genialidad resultan también una obra con autonomía vital.
Cuando quedan terminados, comienzan a apartarse del mandato o manipulación de su autor y toman vivencia propia. Empiezan por atraer el interés del público, luego tienen el poder de enamorar a las nuevas generaciones y, terminan por alcanzar la eternidad.
Cada vez que alguien entra en sus páginas, se avivan sus imágenes y nos acogen en un mundo suyo palpitante de interactividad. La mente del lector aplica o contribuye a su agilidad interior donde la obra guarda, como el árbol sus anillos de longevidad y el libro su significación múltiple y total, con capacidad para formar dimensiones que fortalecen su vida. Esto pensamos aquel instante en que visitaba aquellos bodegones.
Figuraban en la sala mesas de tope circular, cubierto de manteles blancos tejidos con motivos de sombrillas. Me fijé en la primera mesa. Sobre ella se asentaban dos cestillas de mimbre, de altura breve con dos asas. Así cuando la obra constituía dos volúmenes, en la mesa circular se mostraban dos cestillas. Cuando la obra representaba un solo volumen, sobre el tope redondo se exhibía una sola.
En medio de ellas, erguidos, entreabiertos se exhibían dos libros dentro de sendas canastillas. Eran dos tomos de Don Quijote de la Mancha. Por el borde de la pequeña cesta se asomaban personajes y objetos de la obra.
Allí veíamos a Rocinante trepar las piernas atadas con un ronzal sobre el borde
de la cesta. Pegado de frente sobre el cabestro, había un pequeño letrero que decía:
" tiene el miedo muchos ojos".
En otro lugar del redondo borde, asomaba sus hombros forrados de su armadura, Don Quijote de la Mancha. Descansaba su cabeza destocada sobre una blanca almohada, con sus ojos plenamente cerrados, soñando sus peregrinas hazañas y aventuras. De su mano derecha pendía la bacía con la mordedura de su entrante. También mirábamos a Sancho sosteniendo con ambas manos el cabezal de un rótulo con una frase que a Cervantes se le olvidó imprimir : " España noble y mansa, con aguijón feroz en la sombra de su coraje ".
Otros objetos como lanza y rodela figuraban dentro de la cestilla alrededor del libro abierto.
En la otra canastilla dentro de su trenzado, también rodeando el segundo tomo de Don Quijote de la Mancha, se asomaba Clavileño, caballo hecho naturalmente de madera. Pensé, que cuando leía esa aventura, allí donde decía : " Dios te guíe, valeroso caballero, Dios sea contigo, escudero intrépido. Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta. Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando. Tente valeroso Sancho, que te bamboleas, mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro de sol su padre ".
Cervantes, para construir el ardid con más credibilidad, debió arguir que : " En aquel instante, las dueñas auxiliadas por todos los demás, agitaron paños y enarbolaron sábanas creando el efecto de los aires movidos por el arrojo volátil de Clavileño, que Don Quijote y Sancho sintieron sobre sus frentes y orejas el retozar de la brisa ".
Pero Sancho, al ponderar las voces de los que le lanzaban advertencias, sospechaba de la veracidad de la bestia voladora. Don Quijote sabía para sus adentros, la condición inverosímil del artificio, pero la treta era conveniente para justificar sus aventuras. Aún así expresa : " en efecto la cosa va como debe de ir, y el viento llevamos en popa ".
O sea, que alguien equivocadamente le soplaba por detrás, cuando el viento lo debió de sentir en proa.
En otra parte del redondel de la pequeña cesta figuraba un sastre con su cinta métrica colgada al cuello y en una de sus manos cubría la cabeza de sus dedos con cinco pequeñas caperuzas.
En todas las demás mesas se mostraban los bodegones de cestillas con libros como : El lobo estepario de Hermann Hesse, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, Guerra y Pas, de León Tolstoy, dos tomos, Ulises, de James Joyce, dos tomos.
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