En Plaza de las Américas se efectuaba una actividad pictórica. Un pintor ensayaba ciertos trazos en la blanca tela, todavía sin figura definida, cuando frente al público, en su mayor proporción compuesto por niños y padres, se sorprendieron al ver que el artista desaparecía como por un acto de magia. El pincel y la paleta de los colores, que hacía un instante estaban bajo el dominio de sus manos, caían al piso tiñendo las lustradas losetas.
Estábamos frente a los últimos signos de la evolución de la humanidad, que pretendían enmendar para perfeccionar la integridad existencial del hombre, pero en el estricto aspecto del fallecimiento.
Después de los orígenes evolutivos de los individuos humanos, como lo son el perder la cola y al final de la columna vertebral, ya sin rabo, sólo se asoma el coxis. Se modificó, en su momento, el caminar encorvado utilizando brazos y piernas para luego desplazarse erguido. Así también el hombre perdió, eliminado por la naturaleza, el sexto dedo de sus manos. En todo ese camino hacia la perfección corporal hubo pérdida y ganancia con el designio de armonizar y adecuar al individuo con la naturaleza y la vida. Recordemos, también, que en un principio el hombre para comunicarse utilizaba los sonidos guturales, gestos y ademanes. Luego adquirió la articulación vocálica para hablar.
Después la metamorfosis de la psiquis nos hizo cambiar costumbres rudimentarias y adquirir comportamientos civilizados en un proceso de siglos. Pero ahora se comenzaba a transformar el sistema del óbito. Esto venía sucediendo en casos esporádicos a través del mundo. El avión de Malasia que al contactar con un fuerte rayo, todos los pasajeros mueren, pero sus cuerpos escatologan, se espiritualizan sin dejar rastro alguno. Los turistas que en el río Ganges de la India, bajan emocionados las vetustas escalerillas para sumergirse hasta la cintura y así participar de las sagradas ceremonias del acto de la ablución. Allí un pariente de estos turistas les tomaba una foto. al centralizarlos en la cámera nota que la mujer se esfuma. Inmediatamente ve que el joven marido la busca desesperado y estupefacto.
En Francia, el periódico Le Monde, da cuenta del raro suceso ocurrido en un circo de París. Dice que mientras un acróbata ejecutaba un difícil salto mortal, el otro volantinero que lo esperaba con las manos extendidas se esvanesce, ha desaparecido, el trapecio se bambolea solo en lo alto del espacio. El acróbata que se había lanzado, ha caído sobre la red protectora y se ha salvado. El público se escandalizó en asombroso grito, pero nunca supieron el destino del acróbata esfumado.
En Puerto Rico ocurrió también, un extraño caso, en en el cual un juez de cierta instancia, condenó a un ex agente policiaco a cumplir cadena perpetua por el asesinato de una bailarina. Lo exótico es que el cuerpo de la occisa nunca apareció a pesar de grandes esfuerzos en búsqueda tenaz. Dicen que el acusado declaraba que ella había desaparecido frente a sus ojos.
Detengámonos por un momento, en la oficina del cardiólogo Dr. Diaz Bolego.
En la sala de espera se sentía un ambiente álgido. En las paredes algunos cuadros aludían a ciertas costumbres de sana convivencia : desempeño de ejercicios, otros mostraban comidas frugales en las que se destacaban la presencia de vegetales vaiados, entre ellos zanahorias. La mayoría de los pacientes veían la televisión. El aparato estaba bastante elevado en la pared. El volumen del sonido no alcanzaba los decibeles deseados. Algunos no lo oían bien, pero se eximían de iniciar gestión alguna para aumentarlo.
La pantalla transmitía el parte de una huelga enardecida. Todos vieron la intervención de un policía con un ciudadano que excesivamente alterado discutía en forma acalorada con el agente. Los pacientes sorprendidos vieron como ese huelguista se esfumaba ante la mirada del guardia. El oficial exhibió una cara de resignación. Los pacientes comprendieron la evanescencia del hombre. Alguien arguyó que el don se había agitado demasiado.
En la sala de espera, la segretaria del doctor Diaz Bolego se comunicaba por teléfono. Alguien gestionaba una cita con premura. Después de anotar su nombre, le habló nuevamente para informarle al interlocutor la fecha y hora de la intervención médica. Nadie respondía al otro lado del teléfono a su insistencia. Se oía, al fondo, una música sutil, pero nadie respondía. Al cabo, otra persona de distinto sexo, atendió la llamada.
-- Mire señora, -- dijo la secretaria -- es para darle la fecha de la cita al señor que acaba de llamar.
Un tanto afligida, la señora que atiende la llamada de la secretaria le informa :
-- Ay, perdone, el pobrecito estaba muy malito. Acaba de morir. Le pasó tal como está ocurriendo últimamente, que la persona que muere se esfuma como cuando se apaga una luz. Al llegar aquí encontré el celular, la ropa y sus prendas en el piso, pero ya mi padre no estaba. Perdone y gracias.
Ahora la secretaria entra al consultorio del cardiólogo y, en ese instante ve al médico auscultando con su estetoscopio, el aire, el espacio vacío. A la secretaria le pareció gracioso, pero la actitud del galeno era la de un rostro contrariado y ella se dio pronta cuenta de lo acontecido. El médico le instó a que llamara a la casa del fenecido, para notificación de lo acaecido y que vinieran a buscar el auto al estacionamiento.
Mientras tanto los pacientes en la sala de espera, se entretenían observando unas bodas de octogenarios. La iglesia ardía de entusiasmo y candidez. Era abundante la presencia de familiares e invitados. Concurrían jóvenes como muestra de solidaridad con los recién casados. El alba era el color que destacaba en las rosas y lirios. Entre cintas y lazos. Sólo la alfombra en su longitud proyectaba el púrpura encendido sobre el pasillo central del templo. Los camarógrafos de televisión ejecutaban su oficio con destrezas y en silencio.
En el momento en que los desposados abandonaban el altar en medio de campanas de arrebatos y se escuchaban los tañidos, se echaban al aire una bandada de palomas.
Don francisco y doña Petra eran graduados del programa de alfabetización. La secretaria del cardiólogo, allá en su escritorio, presenciaba la boda por televisión junto a los pacientes en la sala. Cuando el matrimonio, cogidos de brazos comenzaba a franquear el umbral de la puerta principal del templo, en retirada hacia la calle, doña Petra escatologó.
Se esfumó su cuerpo, pero por breves segundos don Francisco no se percató porque aún continuó con su brazo izquierdo encorvado como si el brazo de ella siguiera atado al de él. La rosa roja que portara ella en sus manos, caía al piso. También la indumentaria blanca y los zapatos. el juego de matrimonio rodaba su esplendor de oro por la calle. La secretaria y los pacientes suspiraron y algunos asomaban lágrimas a los ojos.
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