No sé en qué misterioso hemisferio,
habrán caído sus almas.
O si se desvanecieron,
o se disolvían, desaparecían
como el aire de la nada.
El dolor arrulló sus penas;
en el instante de su fatal trueno.
En su lamento y hondo quejido solitario.
Posiblemente otro trueno doliente
termine despegando tu alma,
del entorno de las imágenes
y, caigas sin llanto y sin tacto,
ciego y sin olfato, a un espacio
de silencio absoluto
y de siesta infinita.
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