Del libro Ciudadanos de Lares
Aseguró ambos brazos atados a las correas de debajo de las enormes alas. Su cuerpo aparentaba pequeño en medio de las gigantes aspas. Don José Colls, tenía curiosidad.
Con adustez de antiguedad trabajó las alas en el taller. Puestas al viento querían volar solas. Ahora ya estaba listo. Si trazáramos una cinta desde su frente hasta la cúpula de la iglesia, resultaría una horizontal de nivel exacto, pero entre frente e iglesia se perdía el abismo de un cañaveral. Después corría una zona de árboles y bambúas ya cerca del pueblo. Se lanzó con arrojo hacia el abismo. ya en el aire, empezó a sentirse liviano.
El viento lo azotaba impulsándolo hacia arriba. Estabilizaba las alas y extendía el cuerpo como si ejecutara un clavado olímpico. Fue deslizándose sobre el abismo casi al mismo nivel de su frente y la cúpula. Sentía el zumbido de viento en las orejas y la preocupación de que volaba alto. Su camisa se henchía de aire y el pantalón se pegaba a las piernas, sintiendo sobre su cuerpo, la presión del espacio. Según la fuerza del viento o el movimiento de las alas, subía o perdía altura. Ya había cruzado el cañaveral y pasaba ahora sobre la arboleda. Le dio tiempo de echar un vistazo sobre la techumbre de algunas casas y se percató de que la gente del pueblo seguían su vuelo. Cerca de la arboleda perdió altura velozmente y fue a caer zampado en los contornos del manantial de Santa Rosa en La Rambla. Una banda municipal cruzó precariamente un estrecho camino entre el cañaveral, el pueblo seguía enardecido los acordes. Le encontraron con las alas quebradas y deshechas, con una sonrisa entre la hojarasca.
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