A través del mágico vidrio hogareño,
las imágenes en la familiar pantalla,
pulsa nuestras emociones.
Crean la ilusión
de estar dentro de la concurrencia.
La iridiscencia deslumbra
en el ámbito pintoresco :
puede ofrecerse la arcilla
( ladrillesca superficie )
de la Francia glamorosa,
donde el tenista se desliza
con gracioso gesto de esquí.
Las bolas fosforescentes
se mancillan con el grumo
del dúctil barro.
Así el atuendo sella
en sus telas,
una flor de tierra,
distintivo de lucha
y huella galés.
El tiempo, caballo de pica,
parece no doblegar el brío
y en la aridez el esplendor solar
se anega en las aguas
de sus cuerpos.
Nos regalan las cámaras
la visión panorámica
de una fanaticada ilusionada.
De una multitud estallada
de júbilo,
de unas gradas pletóricas
de aplausos, colores, sombrillas
y, gestos de encendidas sonrisas.
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