domingo, 8 de enero de 2012
Casas lóbregas
En Lares sobreviven un grupo de casas lóbregas y silenciosas. Algunas de estas edificaciones, elevan sobre techumbre, un sombrío ramaje de algún árbol viejo y rechoncho, que trata de ocultar la fachada. Se arroja sobre la construcción la sombra de un jardín perezoso y descuidado. Nunca hay gente en sus balcones. Muestran un carácter de espantapájaros para los humildes que la miran. Otras desteñidas, pátina implacable de años de abandono. Ventanas clausuradas, marcos desbalanceados, jambas brotadas, soles truncos fragmentados en crestas cortantes y, aún así, dentro de esa escombrera, vive una familia aferrada a la vida bajo techo. Algunas de estas casas se asientan en espera larga, con su aura espiritual y una mansedumbre impasible, que nos recuerda la leyenda del lebrel que aguarda a su amo náufrago entre las rocas de un mar indiferente. A éstas le han crecido matorrales, zarza arborescencia y pérgolas. Las hiedras la carcomen por algunas resquebrajaduras. Las raíces se trepan irreverentemente por las columnas de los balcones. Sólo una de estas casas melancólicas, toda ella de madera antigua, exhibe un jardín de rosas cultivadas con esmero. esta residencia atesora la autora de una legendaria familia de coherencia singular, todos profesionales, con raíces de humildad en sus corazones. Pero también, conviven entre otras, unas moradas pulcras que resisten el empuje de los nuevos diseños y domeñan con su carácter la ostentación de los voluminosos y nuevos alcázares que se van erigiendo en el pueblo. Son casas anacrónicas, pero persisten con gracia. Han perdido la hegemonía, pero ganaron hidalguía. Sus diseños parecen eternizarse al calor de su entorno.
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