La noche del cielo tiene olor a peces que recién se engarzan. Los gatos la contemplan desde los tejados. No les es fácil alcanzar las cumbres de los edificios, pero ellos tienen músculos de acróbatas. Aquellas noches estrelladas son propicias. Los felinos creen inequívocamente, que esos destellos temblorosos, por aquellas alturas obscuras, son peces auténticos. Ellos se revuelcan y mastican el aromático aire, emprendiendo después, una jaculatoria mientras elevan sus cabezas al cielo, un tanto ladeadas, con las orejas agudas y oscilantes lanzan al espacio nocturno sus miradas, que son haces de ascuas y al mismo tiempo, cimbeles que atrapan los peces celestes.
Hay gatos que no tienen tejados. Esos,cuando aparecen las noches cerradas de obscuridades
plena de constelaciones van al descampado. Cruzan las alambradas de púas, saltan las albarradas de piedras, se adentran en los barbechos para contemplar los pisciformes relumbrantes del cielo. Allí, en pleno desafuero sueltan galimatías y dan vueltas y saltos entre las cizañas. Contemplan entre rato y rato los brillosos capitanes, el pez luna, las sardinas plateadas los chillos en fuego, allá en el profundo mar gaseoso encendido de constelaciones.
Pero no todos regresan. Cuando están intensamente arrobados por el fuerte olor a mariscos, de entre los breñales les sacuden la espoleta, los proyectiles y los cañonazos. Cuando regresan en contra de sus mejores deseos, ven las vísceras brotadas de sus hermanos. Ven también, de otros que antes que ellos penetraron a extasiarse con los peces cerúleos, a aspirar el viento del mar. Tropiezan además, con los arcos de costillas pegadas a los segmentos del hueso desnudo de la columna vertebral, cuyo hueso de la testa no aparece por el contorno.
La noche ha de acabar muy pronto, entonces, al alba se recogerán las flores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario