Poema
Un caballo blanco y otro negro,
pastaban en la cancha de grama
de wimbledon.
También junto a la red,
en el extremo donde se fija
el hito metálico,
posaba sosegadamente,
un cordero alba.
El esplendor verde de la menuda herbácea
atrajo a las bestias.
Ahora ramonean en el deportivo prado.
Con la cola azotan sus costados.
El arrobamiento lo produce
la ternura del césped verdegueante.
En las gradas la multitud ríe a gritos.
Las cámaras televisivas
envían las curiosas imágenes,
al mundo.
Los tenistas esperan sentados y sorprendidos.
Un empleado de librea
inicia
la labor de despejar
los tranquilos óbices,
que exhalan
un suave rebuzno
y un triste balar.
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