Una flor de luz en la negra visera,
resbalaba a los extremos
de su forma arqueada.
El bonete plano, de albura encendida,
destacaba frontalmente la insignia
broncínea de origen marino.
Hacia el abismo de la borda,
el verdoso mar
quemaba las aguas en sosiego.
El crucero, hotel de herraje y ébano,
despedía los viajeros,
prendados de curiosidad y esperanzas.
Aquella gorra blanca, de negra visera,
fulguraba a babor.
A veces, la luna llevada
por lienzos de nubes en viaje,
busca tocar una bruna tez.
El emblema destellaba
y deslumbraba
la fina cinta amarilla
que remataba sobre lo blanco
y negro del tocado.
Alguna vez fue quitada de su cumbre,
para saludar una dama
o puesta en el latir del corazón,
para el protocolo de la enseña.
Desde la cima de la de la cabellera
enhiesta y poderosa,
le ha salpicado la oscura borrasca.
Sólo en la noche
reposa sobre la mesa,
junto a la bitácora
y un libro universal.
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