viernes, 6 de enero de 2012

Leyenda de la Rambla



Cuando decidieron construir la iglesia primada de Lares, era el día trece de las cabañuelas, una tarde llena de luz y sin presagio de lluvia. Siete personas salieron a recorrer las colinas. Buscaban un altozano rodeado de abundantes aguas, pero con tierras feraces y llanas hacia la falda de la aislada montaña. Estuvieron tres días explorando aquella geografía. Una zona poblada de mogotes y limpias quebradas. Descubrieron todas las condiciones menos una. No se encontró el requerimiento de un valle cerca de la sima de la colina. 

Optaron por una elevación al pie de la cual fluían cuerpos de aguas dóciles. Al reunirse los siete integrantes para conocer los atisbos, los pareceres, los aciertos o los inconvenientes de la exploración, alguien se dio cuenta que entre ellos, figuraba una mujer. Cinco de los hombres se alteraron,  sufrieron inquietudes y un desagradable malestar, que no ocultaban en su desempeño y objetivos. 

Se congregaron bajo la espesura del copioso follaje a orilla de un arroyo rumoroso que discurría por aquella sombreada ribera. El caudillo de la expedición se sentó sobre una roca. Todos se arremolinaron junto a él. Se abrieron las exposiciones y cada cual expresó argumentos respecto a conveniencias y obstáculos. Hablaron seis varones, pero nadie preguntó nada a la mujer. Ella tiró del sombrero y del paño con que ocultaba los laterales de su rostro. Se puso de pie, anduvo entre los hombres que la miraban ceñudos. Ya no disimulaba su identidad. Su cabellera negra y suelta, mostraba unas ligeras ondulaciones que reflejaban las claridades del sol filtrado. Todos convinieron en escoger aquel lugar de sombras, silencio y boscaje, de aguas cantarinas y transparentes. La hermosa mujer de mirada escatológica, dejó escuchar su voz sutil y armoniosa.

--Aquí no se va a construir nada.

--¿cómo?

--Nada se va a edificar en estos siglos.

--¿por qué razón?

--Allí donde ven ese jardín espontáneo y silvestre emana un surtidor de aguas profundas, frescas y nutrientes. Esas aguas derribarán cualquier estructura que se levante en este lugar.

Todos miraron el sitio donde crecían los arbustos, helechos y flores. La mirada de aquellos rostros revelaba escepticismo, también sorpresa. Todos sabían que al pasar por el lugar, no existía jardín alguno. El supuesto vergel era un breñal con rocas. Lo habían visto, pero flores tan lucidas, amarillas y rojas y prolíferas, parecía prestidigitación de un momento. Todo ocurrió, según pensaron ellos, cuando la mujer señaló con su índice aquel área. Estaban seguros. 

En un momento específico, cinco de ellos tomaron conciencia de que eran impresionados bajo trance de efecto paranormal. Sólo uno de ellos veía a sus compañeros hablando y realizando gestos y ademanes sin que delante de ellos hubiese alguien que recibiera sus palabras. Este joven le posó las manos sobre los hombros de ellos, para auscultar qué les pasaba. El caudillo, quien era un fraile franciscano, le respondió que acababan de recibir un mandato de un ángel de Dios quien les refirió que vendrá otra persona a quien se le encomendará escoger el lugar exacto donde se erigirá el templo y alrededor crecerá el poblado. También indicó que en el jardín de geranios, rosas y margaritas, brotará un surtidor de aguas puras de manantial. El joven miraba hacia donde ellos veían el jardín, pero no lo descubría y sólo divisaba una planta de margaritas blancas de corolas amarillas. El fraile continuó su explicación aduciendo, que además la mítica dama auguró que aquel lugar se llamaría la Rambla y el manantial se nombraría, el pozo de Santa Rosa. Profetizó que vendría una época de prosperidad y beneficio espiritual para el poblado. 

Cuando el fraile se expresaba, la bella deidad desapareció exhibiendo una aureola de luz verde. Quedó en el aire el círculo verde encendido, aún cuando la fémina figura se deshizo como una ninfa. El halo de luz verde voló suavemente sobre mágico vergel. El joven que permanecía en la dimensión de la realidad, pudo ver el jardín y la aureola esmeralda flotando sobre él. Entonces, comenzaron a escuchar un sonido de ebullición y un leve estallido en medio del jardín. Al momento, vieron elevarse con fuerza, aquel chorro propulsado por energía natural convertido en un surtidor de aguas plateadas y espumosas, que al caer, les empapó sus cabellos y rostros, sintiéndose al momento curados de cuantos achaques padecían. 

Cuentan que en las noches de las cabañuelas, se ve flotar hacia el pozo de Santa Rosa, una aureola de luz verde.