Unas cestas gigantescas
a los extremos de la playa
instaladas,
voltean semillas a través
de las horas nocturnas.
Tendidos en el pulcro lecho,
con cada aliento del mar,
escuchamos el estruendo
de las semillas en el vuelco,
como los batanes de don Quijote.
El viento de todos los velámenes
entra seductor a la alcoba
y, enarbola tus breves lienzos
con la lujuria de su acezo.
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