"La experiencia de un hombre no es nada si no es compartida". (Charles Peirce)
Pienso que uno se fija en algunos objetivos alrededor de lugares por donde vamos.Pienso que los escritores ya han tomado esencias de ello y, crearon reflexiones anteriores a las que pueda, uno elaborar. De todos nodos, no me arredra esta observación.
Mientras esperaba la salida de mi esposa del supermercado, volqué un carrito de acarreo, me senté sobre él a contemplar el arroyo que bordea al edificio.
Las aguas pasaban rumorando tenuemente. habría que acercarse a su lecho para descubrir los tonos bajos de aquella melodía clásica. Se establecía un contraste tan marcado entre el mundo de los ruidos, del ajetreo de los automóviles y muchedumbre, a unos pasos del margen del arroyo, que era mágica la distinción entre los dos ámbitos atmosféricos. Transformando en quietud la percepción de la sinfonía acuífera. El viento, para esta época de invierno tropical, era constante y ondulaba cn delicadeza. Cuando soplaba a intervalos, hacía de oboe. Mientras tanto, las aguas corrían y estallaban contra las negras piedras que asomaban la testa a lo largo del cauce. Las bambúas, tristes, verdes y amarillas, aportaban un sonido de clave madedero t, las aguas rumoraban imitándose a sí mismas, en el viaje hacia la lejana costa. Dolía en el fondo del alma, el acoso de los imprudentes objetos que cansaban su jornada de compromieso ecológico.
Pero la sinfonía continuaba impertérrita en su imperturbable quehacer de torrente.
A las tres de la tarde todos los ríos comienzan un descanso y siestean. La sinfonía de notas gotereantes, de violines fluviales, apagan su musical aliento y se disponen a una opacidad y tenuidad en el solfeo de sombras, silencio y soledad. Después, a la hora de los maitines, con la llegada del alba, reanudan las aguas de los ríos, arroyos y quebradas sus fuerzas y velocidad la ruta perenne, tocando con voz propia e instrumentos auxiliadores la sinfonía infinita de : " Viaje hasta la mar".
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