"La lluvia entraría por tus ojos abiertos ". ( Pablo Neruda ).
"El rocío celestial de una llovizna,
mata a un héroe y a una flor del campo alienta". ( José de Diego, Cantos de rebeldía ).
Es hora del cenit. La claridad es deslumbrante. El cielo argentado arrebuja de luz la bóveda celeste. Toda la pequeña ciudad emerge en la transparencia y las calles arden en una lámina de cristal etéreo. Hoy las voces juegan en el aire y caen al oído como canicas en losetas. Los fulgores rielan en las hojas, reverberan en paredes e impregnan de estaño las fachadas de las casas. La arboleda : los almendros, bruscales, tulipanes, robles, guabas, cafetos y, la demás vegetación que circunscribe al pueblo, guayabos, panapén, palmeras y árboles frutales, el sol prestidigitador escondió sus verdes y las frondas asoman anaranjadas y plateadas.
De súbito, asalta sorpresivamente un chubasco colado entre la luz dorada del medio día, en pleno calor de la canícula, que azota los cristales de los autos, trepida sobre el techado de zinc, empapa la vestimenta de los transeúntes y anega los ojos de los niños. Se escucha a alguien decir :" el diablo y la diabla bailando".
Rápidamente desaparece la lluvia impertinente y la transparencia continúa su hegemonía.
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