La cancha se ofrecía
fresca como la menta.
En las gradas,
esperábamos algunos entusiastas.
Ese día, de luz mañanera,
jugaban un padre
y dos niñas.
La bola paseaba en globo,
como en órbita desorientada
fuera del prado de juegos.
Veíamos los azotes de raquetas
sin punto de destino preciso.
Bola loca en el aire.
La familia contaba los tantos :
quince, treinta,
ventaja -- ventaja -- pensaba yo,
por los cristales del hubble.
A las niñas les invadía
el entusiasmo.
El cabello aireaba
la lumbre de sus mejillas.
El padre buscaba
bolas perdidas,
las niñas reían
y se comunicaban
algunas cosillas.
El tiempo tardo
en transcurrir,
como sustancia viscosa.
Sin embargo,
la familia disfrutaba.
La cancha, holgada,
para ellos, una inmensidad.
Para nosotros se nos escapaba
como una pastilla de menta.
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