Una vez hace muchos años,
apareció en mis manos
una bola de tenis.
Su color era caqui,
distintas a las de hoy fosforescentes.
La trajo mi hermano mayor
de la capital.
Para mí, era muy graciosa
por su particular bote,
por su color y ligera lana.
Mi hermano me explicó el juego.
Pero mi mente lo reinventó.
Jugaba con las palmas de las manos
en el pequeño parque de grama,
como un Wimbledon intempestivo.
Pasaron los años.
Un día me encontré tras la verja
de una cancha verde.
Parecía un campo de lirios;
pantalones cortos blancos
y, blancos también, los jubones.
Blancas las rayas trazadas,
blanca la red.
Un mar de espumas liliales.
los golpes de las raquetas
contra las raudas bolas,
se grababan para siempre
en el palpitar de mi corazón.
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