Fufi, estaba sentado con las manos
apoyadas sobre un banco de madera.
La cabeza de Escipión,
hundida en sus duros hombros.
esperaba para jugar tenis.
Era viejo, muy viejo.
El sol doraba su piel,
una piel con muchos soles
apagados.
Me miró desde las aguas de su mar.
Tenía jarcias dibujadas
en su rostro.
Pero no lucía pipa humeante
ni gorra de capitán.
Conoció la fama;
como atleta pujante, destacado.
El deporte encendió
siempre su pasión.
Se había posado
en su cerebro,
una delicada inteligencia.
Conocía los secretos
de la lengua escrita,
con la honda destreza
de los dioses del Olimpo.
Estaba sentado entre canchas de tenis.
Parecía ciudadano francés,
pero era ciudadano puertorriqueño.
Lo he visto en muchos libros :
como un ente ubicuo.
Su animosidad y acicate,
deja impronta en la literatura
universal a través de las épocas :
Tengo la impresión
que aconsejó a Aníbal,
en su decisión de cruzar el Ebro.
El es ímpetu y coraje.
Tiene aquella visión
que llevó a Bolívar
a apechar los Andes.
Ahora está ahí sentado,
con brasas y sargazos
en sus decrépitas cejas.
No se ve, pero él ahogó
a Diego salcedo en el río de Añasco
y ahora quiere hundir un mito.
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