Mi raqueta duerme
en mi cuarto :
cerca de camisas y pantalones.
Huele a indumentaria
y, despide sumo de batallas.
A veces la concibo
como un reloj de pared,
tiene cuerdas muy tensas
ocultas tras cubierta gris.
Desde mi lecho
me topo con su silueta.
Está en vigilia
y su pomo de espada
quijotesca, aguarda
por las hazañas
del atardecer.
Los dos penetramos
un campo de sueños.
En esa cancha,
como de corcho
donde llegamos,
se arremolinan para
tocar la tierna raqueta
y como un conejo gris,
husmea manos y dedos :
y salta a la mía,
para hundirse como estoque
o abrumar de garrotazos
y regresar como Clavileño,
desde dudosos aires
a una humilde alcoba.
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