A nuestra cancha
la guardan los árboles.
En ellos habitan las aves;
Pero sólo los pitirres juegan.
Cuando desvanece el crepúsculo,
se encienden los faroles.
Entonces aparecen los insectos
a tomar baños de luz.
Su vuelo en tirabuzón,
alrededor de los faroles,
dificulta su captura.
Los pitirres se desprenden
de las ramas
y en aéreas maniobras,
esquivando el celaje de la bola
cazan en el pico
el coleóptero dorado.
A veces, dos aguerridas avecillas;
como pequeñas naves motorizadas,
surcan en hondonadas la cancha.
A una se le escapa el insecto,
la otra zampa en su pico
la presa volátil.
Con los golpes de raquetas
se escucha el batir de las alas,
como frenéticos aplausos
por nuestras jugadas.
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