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jueves, 5 de enero de 2012

El día triste

La consagración de Napoleón.--El 2 de diciembre de 1804 Napoleón Bonaparte fue erigido solemnemente emperador de Francia por el papa Pío VII. Cuando el pontífice después de ungirlo iba a coronarlo, el Emperador tomó la corona del altar y se la colocó él mismo, queriendo decir con este gesto imprevisto y orgulloso que su autoridad no quedaba en nada supeditada a la del papa.
Desde entonces ese acto de prepotencia quedó estatuido como ejemplo de arrogancia superlativa absoluta. 

En Lares, tal como Napoleón actuó, emularon al Emperador cancelando y declinando al orillar decretos históricos establecidos por el pueblo a fuerza de rigor existencial de nuestros antepasados, próceres y héroes de épicas gestas.

La frase poética: Cielos abiertos, no es una expresión grotesca, tampoco es fea, porque tiene un sentido estético. Pero al igual que zamparse la corona imperial sobre la cabeza, no constituía un acto ilegal, porque dicha acción no había sido tipificada como delito por las leyes, era claro que arriaba por el suelo, una tradición de investidura practicada dignamente por generaciones inmemoriales. El sentido absurdo de la frase "Cielos abiertos" le llega de querer borrar el aforismo histórico "Ciudad del grito" que no es poética, sino etimológicamente historiográfica. Elocución transfigurada en cognomento por un uso colectivo de descendencia epopéyica.

La noche triste: se conoce en la historia como el padecimiento atroz que sufrió Hernán Cortés cuando fue asediado en Tenochtitlán por 300,000 aztecas enemigos exponiéndose a perder su vida el 30 de junio de 1520. 

En Lares, pasará a la historia el sujeto El día triste cuando se asedia el pasaje histórico con saña arbitraria y con furia de caníbal para zamparse el cuerpo de la prestigiosa leyenda lareña. --Día triste, triste día--.

Navidad, ¿dónde tus cadencias y armonías?

Como espectador, aún desde mi hogar, escuchaba el atronar ensordecedor de agudas sirenas, de rugientes motores, de bocinas destempladas, de lantas girando furiosamente como un tornado callejero de oscuro humo oliente a lumbre del infierno.

Era el advenimiento de navidad y el comienzo de exiguas fiestas populares. Mi primera reacción fue una abrupta indigestión ruidos. Después, más reflexivo me di cuenta de la total ausencia de canciones navideñas, villancicos y aguinaldos. Entonces caí en la evocación de tiempos más respetuosos y de sentimientos elevados, que representaban una cultura de orgullo tradicional.
Cuando para la misma época, percibíamos en el ambiente los efluvios navideños y pasaban vehículos diversos con altavoces que lanzaban a los aires las voces de aquellos intérpretes como Los Vegabajeños "Traigo un ramillete, de un lindo rosal, un año que viene y otro que se va..." y comenzaba la ejecución del requinto desgranando una catarata de notas armónicas, rítmicas en un solo impresionante. Oíamos en el espacio lareño los inolvidables cantares que vocalizaban Ramito, Chuito, la Calandria y otros geniales trovadores. Los cantares hacían referencia al nacimiento de Jesús: a los reyes, a los pastores y los dóciles animales. Aludían en sus décimas a la Madre Santa, la virgen María.

" El niño lloraba

José lo mecía..."

Pero ¿ qué nos ofrecen hoy día? Por los medios electrónicos explotan el ambiente con una tromba de sirenazos, camiones de acarríar basura con sus bocinas desgalilladas, los soplidos de autos locamente acelerados y una escueta frase que expresa un celaje de saludo-- Aquí le saluda el alcalde de Lares.