Cuento
Un poeta vio a un hombre con prestancia acercarse a la estatua de Antoine de Saint- Exupéry en París,cerca del Sena.
Allí junto al pedestal marmóreo, depositó una corona de rosas púrpura. El poeta volvió a fijarse en el elegante caballero cuando abandonaba el lugar. Notó que el sujeto, después de caminar con dejadez y cierta lentitud, aceleró los pasos y al final corriendo, abordó un auto Peugeot negro que lo esperaba ya encendido.
La estatua de Antoine de Saint- Exupéry estaba envuelta de pie a cabeza, con tela firme, atada con cordeles especiales. Pues esa mañana sería develada.
Se esperaba la presencia de numerosa gente, entre turistas y lugareños , por el amor que en Francia se acoge la memoria del autor de la inolvidable obra del Principito.
La inteligencia electrónica mediante sus sensores, había captado el objeto depositado a los pies de la estatua. También el sistema de cámaras alrededor grabaron las imágenes, que fuera de la hora prevista para la asistencia del presidente se habían suscitado. En la película, aparecía la figura del hombre con su sombrero calado hacia su frente y el rostro siempre inclinado hacia el piso en forma esotérica, revelaba su actitud misteriosa para defender su identidad.
Al momento llegaron al lugar, agentes especializados y un perro policía que después de olfatear emitió sonoros y fuertes ladridos. Con las señales positivas, dos agentes con extraños artilugios ejecutaron un sutil y técnico movimiento y procedieron a llevarse la bonita y falaz corona de flores.
El poeta después de percatarse de los hechos ocurridos, reflexionando sobre la situación, siguió paseando hacia el puente de los candados, muy cerca de la Isle de la Cité.
Pensó que no tenía un amor por el cual atar y cerrar la armella y botar la llave en la corriente del Sena. Pero como había comprado el candado, completaría el rito. Dedicándole la admiración y el cariño al recuerdo de Antoine de Saint- Exupéry y su obra literaria.
El poeta tenía conocimiento del acto en que se erigiría la admirable estatua. Había preferido asistir a la develación en vez de disfrutar la conferencia sobre Las flores del mal, de Charles Baudelaire, que se ofrecería esa mañana en el saloncito de conferencia del Louvre. Recordó un pasaje de Baudelaire :
" Desde allí, puede verse la ciudad : un purgatorio, un infierno,
burdel, hospital, prisión ".
Entonces el poeta reflexionó : Aquí, Carlos Baudelaire ensaya una mirada abarcadora y panorámica de la ciudad. Observada desde una montaña. Pero extrae un aspecto detrimental y horrible de la urbe.
No podemos implicarlo a él - Piensa el poeta - ni a su espíritu o estado anímico en la conformación de esa descripción. Su atención es una identificación de aquel cuerpo habitacional, asiento de vida y ostentación. Baudelaire es conocedor de antemano de lo que allí ocurre, de lo que aquel mundo inmantado por su edificaciones y actividades ofrece. Es la visión de la experiencia, cuyas espinas diseminadas le han hincado con agudos dolores.
El poeta colige que no es esa la primera imagen del poblado que ven sus ojos. No toca esa impresión primaria. la visión estética la oculta en su alma. Habla de lo que no ve, de lo que no contempla. Habla de una situación empírica, doliente de la cual existe en su interioridad, una previa evaluación , una taxativa ponderación".
El poeta se ha fijado en el orden en que Baudelaire ha colocado la cadena de sustantivos :
" un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión "
Ello revela y denota - piensa el poeta - una actitud de impromptu producto de encono y rencor. El orden lógico es : prisión, burdel, hospital, purgatorio, infierno.
Entonces diremos que está sufriendo el cautiverio de la cárcel, por haber sido infectado en el burdel donde fue por placer y terminó en el hospital, efecto que lo impele a la angustia del purgatorio y lo remite al infierno.
Primero llegaron los militares, después los diversos agentes vestidos de civil, con gabanes y corbatas. Ya habían llenados los espacios olas de franceses y turistas entusiastas. Una multitud se agitaba para presenciar la develación, escuchar la fanfarria y disfrutar por primera vez la melodía que Antoine de Saint - Exupéry le había compuesto a París desde el aire , cuando llegaba de llevar el correo piloteando el antiguo avión.
Llegó el Presidente de Francia en medio de la solemnidad. Se escuchó la fanfarria, la gente se precipitaba y se aglomeraban uno sobre otros. El Presidente develó la estatua, cayó sobre el piso la amontonada tela gris. Apareció la estatua magnífica, impresionante, con los rasgos propios del personaje histórico. El primer ejecutivo depositó en la base de la escultura, una corona dee rosas y lirios.
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Luego la orquesta comenzó sus acordes. Surgió de entre aquellas notas la sublime melodía dedicada a París. Se expresaba en sus cadencias una rara combinación de exitante estética con una fuerte impresión espiritual : era belleza y sentimiento juntos. Parecía que París entraba en el alma con propiedades de pasado y futuro.
La mañana transcurrió esplendorosa. A veces la claridad del sol recordaba escenas mediterráneas. Pero aquel día se fue en brazos de la noche.
Las brumas de la mañana de ese sábado, envolvía las arboledas y las aguas del Sena. El poeta caminaba rumbo al puente de los candados. Tuvo dificultad para localizar el candado que había fijado. Es porque una vez se cierran y se lanza las llaves al fondo del río, el candado pierde su individualidad y se convierte en una impresión colectiva, en un cuerpo de acero que exhibe una fachada de peregrinos balaustres.
Miraba pensativo las embarcaciones que navegan entre calígine paseando a los turistas.
Un día de la semana, una joven estudiante, encontró una hermosa rosa púrpura y adherido a su tallo resaltaba una franja pequeña de cartulina que contenía, en bonita letra, un verso endecasílabo, manuscrito :
" Triste corona púrpura, de muerte ".
Aquella joven se emocionó con la lectura. Tomó la flor con la espiga, como si fuera un obsequio para ella y continuó su paseo. Durante los días sucesivos, la gente descubría la rosa con su espiga y un verso endecasílabo manuscrito. Sólo aparecía un verso y una rosa por día. Gente distinta daba con ellos.
Una mañana la chica estudiante, de cabellos oscuros y piel ligeramente morena, como si fuera dorada de ocasión; como si viniera de una playa tropical, con sus grandes ojos aceitunados volvió a descubrir otra rosa púrpura con un verso endecasílabo aconsonantado. Si dejaban una rosa y un verso por día, el verso hallado posiblemente no rimara con el que ella guardaba. Pensó que si los versos pertenecían a un soneto era posible una combinación de : A B B A en la primera y segunda estrofa.
Entonces procedió a examinarlos.
El primer verso encontrado por ella, terminaba en la palabra - muerte - pero el que ahora poseía expiraba en el vocablo - ruiseñor - una alocución aguda :
" Canta a la rosa roja un ruiseñor ".
Se ha de inferir, pensó, que habría un verso en mano de alguien, cuya palabra final era grave y sus letras serían - o, r - ( or ).
Al pasar los días Olga - que así se llamaba la joven estudiante, se enteró que alguien había desplegado, en el área del ancón, una fina lámina de metal y que allí , aparecía escrito un soneto.
Mucha gente , lo más probable , curiosos , amantes de la poesía y entre ellos , personas que poseían
versos de los dejados en las rosas con espigas , que se encontraban transcribiendo todo el soneto.
Olga ansiosa por la noticia , acudió al lugar y después de comprobar la primera estrofa que expresaba
los siguientes versos :
" Triste corona púrpura , de muerte .
Su mano ofrece delicada flor .
Canta a la rosa roja un ruiseñor.
En grave hora de amor , pasión y suerte ".
Olga emprendió a escribirlo en su cuaderno de apuntes. El hombro de una persona vestida de abrigo y jeans la rozó de súbito. El hombre le pidió perdón . Ella le sonrió . Era un joven alto de aspecto árabe que se expresó en francés . El hombre se fijó en los apuntes de la joven y se aventuró a decir :
- Y usted también se topó con versos ? - y con rosas . - Contestó ella .
- Estos son los míos - y le mostró los versos suyos . Olga los miró y le manifestó : Veo que somos propietario de la primera estrofa .
- Estos versos han impactado mi alma y, ahora que he leído la totalidad del soneto me ha estremecido Confesó el hombre .
Opino que se está operando un cambio en mi personalidad.
- Interesante - calificó la joven.
- Veo que a usted también le atrajeron .
- Sí . Soy de filosofía y letras en la Sorbona .
- Profesora ? sintió
- No. Estudiante de doctorado .
Ya terminaban de transcribir la pieza literaria en sus respectivos cuadernos .
- No defrauda este poema .
- Es lo que yo esperaba , va ayudar a mi pensamiento - dijo el hombre y cerró su cuaderno .
El joven de aspecto árabe sintió un leve impulso para alcanzar la decisión de invitar a Olga a que le
acompañara a tomarse un café . La joven aceptó un tanto emocionada .
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Pronto se encontraron en St. Michel , en el café de Flore .
conversaban saboreando sorbos del aromático líquido . - Yo soy de Arabia Saudí mi nombre es Raif Azhis - el árabe ocultaba su verdadero nombre , pero sus expresiones denotaban prudencia como si su pensamiento ya no estuviera sujeto a pasados principios .
- He ido comprendiendo un mundo sencillo , pero de tanta verdad . Estos versos me conmovieron como si anduviera entre sombras y la claridad del sol , en cierto lugar , me permitiera ver despejadamente y pudiera percatarme de las flores de un jardín que ante permanecía oculto .
El árabe interrogó a la joven, que lo miraba con sentimiento de comprensión.
- Y su nombre , cuál es ?
- Olga Canderish . Soy de una isla del Caribe, llamada Puerto Rico . Nunca ha obtenido la independencia , pero ahí estamos . Mi madre, quien es propietaria de una farmacia , me envía una mesada y me sostiene . Ya termino este mes y tendré que regresar a mi país .
El árabe comentó : - En mi tierra no se permite que la mujer estudie, tampoco puede conducir un auto, está prohibido.
- Y usted, comparte ese criterio ? Preguntó Olga .
El árabe pensó unos segundos , luego contestó : Es lo que le he querido comunicar , que se está operando un cambio en mis principios. Hoy creo que el dolor se ha de sufrir hacia el bién , con derrotero frente a la construcción para conseguir gracia, vida y mundo.
La mañana había avanzado y las brumas evanescieron y despejaron el ambiente .
La claridad del día no era fulgurante, pero aún macerada, lucía cierto esplendor tenue , pero agradable. Ya el otoño estaba avanzado, se sentía frío y el sol no era cálido .
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Cierta mañana Olga estuvo paseando por la Place de la Concord. La gente se sumaba a l a alegría de caminar. Miraban a través de los cristales del abundante comercio , visitaban la catedral , tiraban monedas en las fuentes.
Olga tuvo una sorpresa agradable . Se topó con un pintor que la saludaba . Era el saudita.
-No sabía que fueras pintor.
-Vivo de la pintura . Dibujo a las personas y además vendo algunos de mis cuadros .
- Te voy a enseñar mi último .
Al momento le mostró a Olga una hermosa pintura
En un banco del parque reposaba una rosa púrpura , de tallo con hojas verde y sujeta a ellas, figuraba un verso de letra legible. El cuadro emocinó a Olga y sus ojos aceitunados destellaron alegría.
Cuando el árabe vio aquel signo de agrado le dijo:
- Te lo obsequio.
A Olga le dio un salto el corazón . - Exclamó - De veras ?
-Seguro es para ti - afirmó el árabe .
Olga le estampó un beso en la mejilla .
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Después de cumplir compromisos de estudios, Olga trató de ver al árabe y le llevaba
un bonito encendedor en plata con su nombre - Raif grabado . Ya no volvió a verlo a pesar de sus esfuerzos .
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domingo, 23 de julio de 2017
lunes, 16 de mayo de 2016
Una visita filtrada en el tiempo
Habían pasado 55 años. Una tarde crepuscular, se acercó a aquel pueblo dormido, tocó a la puerta de aquella casa pedregosa. La señora se asomó al umbral y desconociéndola, apareció un gesto de sorpresa en su rostro.
-- He venido a saludar a don Carlos.
-- Pase, él está en su biblioteca.
-- Permítame llegar hasta allí.
-- Por el pasillo, la última puerta a la izquierda.
Al abrir la hoja, Carlos despegó la vista del cuaderno en que escribía. Elsa le miraba entusiasmada por encontrarlo al cabo de tantos años. Se acercó al texto, aún si emitir palabras. Allí figuraban unos versos :
En la lejana adolescencia
te llevaste mi conciencia.
Elsa lo miró. Entonces, mientras sonreía articuló sus labios.
-- Vine para entregarte tu conciencia, para liberarla de su cautiverio en el
castillo del tiempo.
Volvió a sonreír, Carlos reconoció su cara, todavía bonita. Entonces Elsa contempló a la señora y se alejó hasta traspasar la puerta principal de aquella de aquella casa pedregosa.
-- He venido a saludar a don Carlos.
-- Pase, él está en su biblioteca.
-- Permítame llegar hasta allí.
-- Por el pasillo, la última puerta a la izquierda.
Al abrir la hoja, Carlos despegó la vista del cuaderno en que escribía. Elsa le miraba entusiasmada por encontrarlo al cabo de tantos años. Se acercó al texto, aún si emitir palabras. Allí figuraban unos versos :
En la lejana adolescencia
te llevaste mi conciencia.
Elsa lo miró. Entonces, mientras sonreía articuló sus labios.
-- Vine para entregarte tu conciencia, para liberarla de su cautiverio en el
castillo del tiempo.
Volvió a sonreír, Carlos reconoció su cara, todavía bonita. Entonces Elsa contempló a la señora y se alejó hasta traspasar la puerta principal de aquella de aquella casa pedregosa.
jueves, 26 de marzo de 2015
Mi residencia nocturnal
" Los hechos, detrás de las palabras, tienen más carga mágica ".
( Ramón J. Sender ).
Balbino lo soñó de esta manera : en un cubículo en el sótano al costado del edificio destinado a guardar los utensilios de limpieza y decoro de las habitaciones, un estudiante universitario había reclinado de la pared, un angosto camastro plegable y, allí habitó durante cuatro años de su carrera colegial.
Antes de su vida estudiantil, había trabajado como obrero de mantenimiento en la edificación. Desde que concibió la estratagema para ocupar un hospedaje sin que le costara remuneración alguna, mientras estudiara, se hizo de una llave del cuartucho, sacó copias y las guardó con celos.
En una almoneda obtuvo dos objetos, que hacía tiempo había fijado en su mente para comprarlos cuando los descubriera a precio muy bajo : un catre y una ponchera. ambas cosas las depositó en el estrecho cuarto de los utensilios para la higiene general y demás artilugios de labores, mientras todavía desempeñaba su oficio de conserje.
A la vista de las demás personas, que tenían acceso al cubil, estos dos objetos eran parte de los cachivaches y desechos. Más tarde adquirió un cajón de madera, que aunque había pensado en una vieja maleta, ésta atraería la mirada y el interés de los que por allí husmeaban. Luego se fijó en una lata de pintura vacía, le raspó el fondo y la restregó con una esponja de metal. Cuando estuvo limpia, le derramó en el fondo una porción de brea que usaban de sellador para la azotea. de esta forma la convirtió en un urinario.
Consiguió un pedazo de tubo plástico de tres pulgadas de grandor, lo serruchó y utilizó una de las partes para fijarla con sustancia adhesiva propia, debajo de la pileta. Esto le servía para ocultar el jabón. el pequeño espejo para afeitarse y peinarse lo disimulaba detrás de un pedazo de panel viejo, que aparentaba estar allí con descuido.
La almohada, ( capezzale en ita., oreiller en fr.). Es decir que en italiano se le atribuye al descanso de la cabeza, cabezal, cabecera. También como posadera de la mejilla -- guancia -- . Sin embargo, almohada en francés se le atribuye al amortiguador de las orejas, quedaba pillada y escondida junto con la sábana detrás de uno de los cabezales plegables del catre. La toalla era el único artículo personal que quedaba visible, pero pendía de un clavo en el revés de la puerta. Cualquiera que hubiese abierto la hoja de entrada ocultaba de su vista la toalla y allí quedaba aireándose.
La covacha, ésta, poseía un retrete, estrecho e incómodo, pero era suficiente y práctico para sus funciones. El papel higiénico no había que esconderlo.
Para el día de su matrícula, ya tenía toda su ropa guardada en el cajón. La cubrió con un paño limpio. Le puso un pedazo de panel y colocó sobre él, pernios y bisagras viejas, botellas sin valor, estropajo, pedazos de plásticos, algunas brochas inservibles y un pequeño rollo de alambre de púas, para que fuera desagradable meter la mano entre cosas sin valor.
Regino, que según Balbino en su sueño, así se llamaba este joven ingenioso -- cosa rara porque en los sueños uno sabe de los nombres de las personas que conocemos, pero nunca de las que desconocemos -- había adquirido trabajo en un restaurante.
Le ofrecieron dos horas y media como lavaplatos. Entraría a las 5:00pm. hasta las 7:30pm. Le descontaban del salario las tres comidas y tendría un sobrante de $3.00 semanales. El joven estudiante, todas las mañanas, después de desayunar recogía libretas y libros que dejaba en un tablillero en la cocina.
Algunas veces, después de su salida del restaurante, ocupaba una mesa solitaria en un rincón, desplegaba su género de estudios y estaba alrededor de dos horas en las faenas educativas. Pero antes ya había aprovechado el baño del local para asearse.
Siempre llegaba cerca de las diez de la noche a su cuartucho. Entraba por el primer piso y, ya en el ámbito de la escalera, que ocultaba su figura de la visión se afuera, bajaba rumbo al sótano en donde se dirigía a su cubil, examinando con su vista en la obscuridad y si no veía o sentía nada perturbador, abría con su llave la puerta y, a oscuras tanteaba el catre, le daba un vuelto y lo armaba con sigilo sin efectuar ruido alguno. Luego se sentaba al borde de la cama, se quitaba los zapatos y calcetines y después la ropa, que ponía en la cabecera del camastro. Entonces se acostaba ya cansado de un día arduo y laborioso a dormir.
Dormía plenamente. A las 5:30am. despertaba con su reloj mental y las primeras tenues claridades que se filtraban por las rejillas del puente sobre el dintel de la puerta. Entonces encendía la única bombilla que alumbraba el cuarto de los cachivaches. Allá abajo en el sótano, la débil luz que se filtraba no estaba al alcance de nadie. Regino se cambiaba de calzoncillos y se disponía a afeitarse. Se oían los encendidos de los motores de los que marchaban a sus respectivos trabajos. Ya acicalado estuvo hasta el cajón. Levantó la tapa, retiró el pedazo de panel con los objetos inservibles, separó la tela que protegía la ropa. Tomó las piezas necesarias y las colocó sobre el catre. Volvió a situar el paño que cubría la indumentaria y dispuso todo muy bien disimulado, tapando por último el cajón.
Se vistió y escondió el calzoncillo usado dentro de un saco de arpillera como unos de los artículos propios del lugar. Reclinó el catre y abandonó el aposento.
Cuando iba por la calle, sintió el fresco del día en su rostro recién acicalado, como si fuera el toque del agua perfumada de la colonia. Se encontró con el febril tránsito de los automóviles y las aceras que empezaban a llenarse de estudiantes, trabajadores y empleados. Después, cuando hubo desayunado, tomó sus bártulos escolares y, se fue a la primera clase del día. Era la materia de literatura. A Regino le fascinaba. Ese día se tocaba a Rubén Darío.
El profesor disertaba :
Darío no era un poeta místico, aunque anduvo por los cielos y se hacía acompañar por el adjetivo, celeste. " Nosotros protestamos ante la ley que impone la voluntad de Dios ".
Discurre este sentimiento ante la muerte de Víctor Hugo. No era místico, Rubén, lo volvemos a decir al pie de este reconocimiento a las raíces : " Cuando en vientre de América
[ cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña".
( A Colón ).
Se ha dicho que , ... " él perteneció al mundo cristiano, pero ni aún sus poemas más fervorosos manifiestan una impecable ortodoxia. Sólo que lo esotérico le atraía, por eso hace suya la actitud sobre las correspondencias de Baudelaire : según la cual las cosas naturales son algo así como símbolos de otras realidades más misteriosas "
( María Isabel Siracusa, Antología poética, R. D., p. 31 ).
Rainer María Rilke también decía : " Entre las cosas y los hombres existe un vínculo espiritual ".
" Las cosas tienen un ser vital : las cosas tienen raros aspectos, miradas misteriosas; toda forma es un gesto, una cifra, un enigma".
( Coloquio de los centauros , Quirón ).
Darío busca en los signos decifrar sus representaciones, no para extasiarse, sino para ampliar su dimensión interior. En Alma mía, dice: " Todo está bajo el signo de un destino
[ supremo.
Corta la flor al paso, deja la dura espina;
sigue en tu rumbo, hasta el ocaso
[ extremo ".
Estas expresiones que siguen de María Siracusa,son muy significativas del por qué Darío se adentra en su mundo endógeno sobre todo en la primera etapa.
" Sus conceptos sobre el valor del arte, la poesía y la función del poeta, proceden de fuentes pitagóricas y, retoman las tendencias dominantes en la literatura del siglo XIX ( romanticismo, parnasianismo, simbolismo ). Se vincula además, con un hecho sociológico de importancia : la imaginación del escritor frente a la sociedad de su tiempo, movida por intereses materialistas, ávida de figuración, de prosperidad económica y confort. El poeta perturbado por esa realidad aflictiva y negadoras de los valores espirituales, le vuelve la espalda y se refugia en el arte ".
( ibid, Num. 3, ps, 32-33 ).
Naturalmente, Darío con sus exhaustas lecturas va refinando su espírito, pero no solamente refina, sino que fortalece su alma, su reino interior de extraña belleza, de peregrinos conocimientos, de arcana simbología.
A veces lo vemos salir de la suntuosa selva de sus ideas, a toparse con el sol y los volcanes de la realidad; " Ese es mi mal, soñar / . ¿ No oyes caer las gotas de mi melancolía ?/. En ocasiones lo vemos caminar desde la falda de un volcán sobre las anfractuosidades de la sima, hasta hundirse en las regiones de su reino interior :
El tren iba rodando sobre
[ sus rieles /.
De pronto entre las copas de los árboles, vi /
[ un gigantesco /
coloso negro ante el sol /.
Por ti pensé en lo inmenso /.
Arriba hay titanes en las constelaciones /.
Símbolo de la serenidad /.
Y de mi mente mueven la cimera encendida /.
El Momotombo está ahí, pero lo hace grandioso los elementos que bullen en su mundo interior : como espejos, perlas, rubíes, oro, zafiros, esmeraldas, estrellas, ópalos, sueños, fábulas, canciones, secretos, perfumes, símbolos, leyendas, trompetas.
Los sábados y domingos Regino se levantaba más tarde, pues la dueña del edificio, quie era viuda, se trasladaba a una casa de campo que tenía en Cayey. Dormía prolongadamente hasta las 7:00 am., pero continuaba en cama media hora después.
En ese tiempo, escuchaba un ruiseñor que cantaba invariablemente su preciosa melodía de tan característicos trinos. El pajarito se metía entre el follaje de un arbolito de guanábana que crecía en medio de ambas estructuras, rodeado por una cerca de alambre de ciclón. El árbol no podía ensanchar holgadamente su fronda. El cántico del ruiseñor se entonaba con notas alegres bulliciosas dando la bienvenida al aliento matinal, pero Regino descubría atentamente, que interpretaba unas cadencias de arias melancólicas. quizás porque para ese momento le faltaba una compañera.
Abandonaba su cuartucho habiendo hecho el ceremonial de recoger y guardar sus cosas, con el acostumbrado cuidado y sigilo. se llevó consigo, en una funda los calzoncillos usados. Cuando hubo desayunado, partió a hacer lo que efectuaba domingos alternados. En el lugar de las canchas de tenis se encontraban las gradas de concreto que formaban un conjunto de escalones. Regino había logrado fijarse con escondidas intenciones, en los números de la combinación del candado de aquel local en el que se guardaban bolas y otros artículos propios en el desempeño del profesor y estudiantes. Había allí un baño para el uso de los atletas. El domingo Regino abría el candado y usaba el lugar para lavar sus prendas interiores y asearse. Tendía los calzoncillos en los escalones, los pisaba con piedras y el fuerte sol los secaba con rapidez.
Aprovechaba para repasar apuntes de las clases. Tarea que le tomaba alrededor de hora y media. Después de recoger sus piezas y echarlas en la funda, iban llegando los tenistas y Regino disfrutaba de aquellas competiciones.
Pasado cuatro años de sus estudios, la noche antes de su graduación, Regino se acostó cansado de diferentes actividades, entre ellas midiéndose la toga, llenar documentos, prescribiendo datos para su sortija de graduación, etc. Había tomado un respiro paseando por el Viejo San Juan. Estuvo por el Paseo de la Princesa. Contemplaba la gran fuente cuyos impulsos de aguas bañaba las figuras taínas. Oteaba el mar atlántico, veía la llegada de un impresionante crucero que fondeaba el estrecho entre Isla de Cabra y el mar de la Fortaleza. Era un angosto pasadillo donde a veces encallaban los barcos. Se veía un remolcador trazándole la ruta para que atracara con seguridad. Mientras se acercaba más crecía la hermosa embarcación. Era un mar hogareño y un barco turístico que se acercaba con todo el esplendor de su blancura a descansar de un viaje acezante.
Rememorando la experiencia de sus cuatro años de estudios quedó dormido. Voces y griterías de los que estaban despiertos y golpes en la puerta del cuartucho, que pugnaban por abrir, pero se habían caído las llaves al piso. La luz de la linterna de pilas no lograba proyectarse sobre el llavero y alguien hamaqueaba la puerta. Inmediatamente Regino, con prisa, pero con pausa, cerró el catre, lo reclinó contra la pared, tomó la ropa, pero los tanteos no pudieron encontrar los zapatos. Se metió apresuradamente al retrete y cerró la puerta tras él. Afuera encontraron las llaves. Se había ido la luz. Era un apagón general para el sector de Santa Rita. Abrieron el cuartucho, andaban buscando una linterna de gas que guardaban allí. Tuvieron la suerte después de enfocar por todos los rincones, se toparon con la linterna de gas y abandonaron la covacha.
( Ramón J. Sender ).
Balbino lo soñó de esta manera : en un cubículo en el sótano al costado del edificio destinado a guardar los utensilios de limpieza y decoro de las habitaciones, un estudiante universitario había reclinado de la pared, un angosto camastro plegable y, allí habitó durante cuatro años de su carrera colegial.
Antes de su vida estudiantil, había trabajado como obrero de mantenimiento en la edificación. Desde que concibió la estratagema para ocupar un hospedaje sin que le costara remuneración alguna, mientras estudiara, se hizo de una llave del cuartucho, sacó copias y las guardó con celos.
En una almoneda obtuvo dos objetos, que hacía tiempo había fijado en su mente para comprarlos cuando los descubriera a precio muy bajo : un catre y una ponchera. ambas cosas las depositó en el estrecho cuarto de los utensilios para la higiene general y demás artilugios de labores, mientras todavía desempeñaba su oficio de conserje.
A la vista de las demás personas, que tenían acceso al cubil, estos dos objetos eran parte de los cachivaches y desechos. Más tarde adquirió un cajón de madera, que aunque había pensado en una vieja maleta, ésta atraería la mirada y el interés de los que por allí husmeaban. Luego se fijó en una lata de pintura vacía, le raspó el fondo y la restregó con una esponja de metal. Cuando estuvo limpia, le derramó en el fondo una porción de brea que usaban de sellador para la azotea. de esta forma la convirtió en un urinario.
Consiguió un pedazo de tubo plástico de tres pulgadas de grandor, lo serruchó y utilizó una de las partes para fijarla con sustancia adhesiva propia, debajo de la pileta. Esto le servía para ocultar el jabón. el pequeño espejo para afeitarse y peinarse lo disimulaba detrás de un pedazo de panel viejo, que aparentaba estar allí con descuido.
La almohada, ( capezzale en ita., oreiller en fr.). Es decir que en italiano se le atribuye al descanso de la cabeza, cabezal, cabecera. También como posadera de la mejilla -- guancia -- . Sin embargo, almohada en francés se le atribuye al amortiguador de las orejas, quedaba pillada y escondida junto con la sábana detrás de uno de los cabezales plegables del catre. La toalla era el único artículo personal que quedaba visible, pero pendía de un clavo en el revés de la puerta. Cualquiera que hubiese abierto la hoja de entrada ocultaba de su vista la toalla y allí quedaba aireándose.
La covacha, ésta, poseía un retrete, estrecho e incómodo, pero era suficiente y práctico para sus funciones. El papel higiénico no había que esconderlo.
Para el día de su matrícula, ya tenía toda su ropa guardada en el cajón. La cubrió con un paño limpio. Le puso un pedazo de panel y colocó sobre él, pernios y bisagras viejas, botellas sin valor, estropajo, pedazos de plásticos, algunas brochas inservibles y un pequeño rollo de alambre de púas, para que fuera desagradable meter la mano entre cosas sin valor.
Regino, que según Balbino en su sueño, así se llamaba este joven ingenioso -- cosa rara porque en los sueños uno sabe de los nombres de las personas que conocemos, pero nunca de las que desconocemos -- había adquirido trabajo en un restaurante.
Le ofrecieron dos horas y media como lavaplatos. Entraría a las 5:00pm. hasta las 7:30pm. Le descontaban del salario las tres comidas y tendría un sobrante de $3.00 semanales. El joven estudiante, todas las mañanas, después de desayunar recogía libretas y libros que dejaba en un tablillero en la cocina.
Algunas veces, después de su salida del restaurante, ocupaba una mesa solitaria en un rincón, desplegaba su género de estudios y estaba alrededor de dos horas en las faenas educativas. Pero antes ya había aprovechado el baño del local para asearse.
Siempre llegaba cerca de las diez de la noche a su cuartucho. Entraba por el primer piso y, ya en el ámbito de la escalera, que ocultaba su figura de la visión se afuera, bajaba rumbo al sótano en donde se dirigía a su cubil, examinando con su vista en la obscuridad y si no veía o sentía nada perturbador, abría con su llave la puerta y, a oscuras tanteaba el catre, le daba un vuelto y lo armaba con sigilo sin efectuar ruido alguno. Luego se sentaba al borde de la cama, se quitaba los zapatos y calcetines y después la ropa, que ponía en la cabecera del camastro. Entonces se acostaba ya cansado de un día arduo y laborioso a dormir.
Dormía plenamente. A las 5:30am. despertaba con su reloj mental y las primeras tenues claridades que se filtraban por las rejillas del puente sobre el dintel de la puerta. Entonces encendía la única bombilla que alumbraba el cuarto de los cachivaches. Allá abajo en el sótano, la débil luz que se filtraba no estaba al alcance de nadie. Regino se cambiaba de calzoncillos y se disponía a afeitarse. Se oían los encendidos de los motores de los que marchaban a sus respectivos trabajos. Ya acicalado estuvo hasta el cajón. Levantó la tapa, retiró el pedazo de panel con los objetos inservibles, separó la tela que protegía la ropa. Tomó las piezas necesarias y las colocó sobre el catre. Volvió a situar el paño que cubría la indumentaria y dispuso todo muy bien disimulado, tapando por último el cajón.
Se vistió y escondió el calzoncillo usado dentro de un saco de arpillera como unos de los artículos propios del lugar. Reclinó el catre y abandonó el aposento.
Cuando iba por la calle, sintió el fresco del día en su rostro recién acicalado, como si fuera el toque del agua perfumada de la colonia. Se encontró con el febril tránsito de los automóviles y las aceras que empezaban a llenarse de estudiantes, trabajadores y empleados. Después, cuando hubo desayunado, tomó sus bártulos escolares y, se fue a la primera clase del día. Era la materia de literatura. A Regino le fascinaba. Ese día se tocaba a Rubén Darío.
El profesor disertaba :
Darío no era un poeta místico, aunque anduvo por los cielos y se hacía acompañar por el adjetivo, celeste. " Nosotros protestamos ante la ley que impone la voluntad de Dios ".
Discurre este sentimiento ante la muerte de Víctor Hugo. No era místico, Rubén, lo volvemos a decir al pie de este reconocimiento a las raíces : " Cuando en vientre de América
[ cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña".
( A Colón ).
Se ha dicho que , ... " él perteneció al mundo cristiano, pero ni aún sus poemas más fervorosos manifiestan una impecable ortodoxia. Sólo que lo esotérico le atraía, por eso hace suya la actitud sobre las correspondencias de Baudelaire : según la cual las cosas naturales son algo así como símbolos de otras realidades más misteriosas "
( María Isabel Siracusa, Antología poética, R. D., p. 31 ).
Rainer María Rilke también decía : " Entre las cosas y los hombres existe un vínculo espiritual ".
" Las cosas tienen un ser vital : las cosas tienen raros aspectos, miradas misteriosas; toda forma es un gesto, una cifra, un enigma".
( Coloquio de los centauros , Quirón ).
Darío busca en los signos decifrar sus representaciones, no para extasiarse, sino para ampliar su dimensión interior. En Alma mía, dice: " Todo está bajo el signo de un destino
[ supremo.
Corta la flor al paso, deja la dura espina;
sigue en tu rumbo, hasta el ocaso
[ extremo ".
Estas expresiones que siguen de María Siracusa,son muy significativas del por qué Darío se adentra en su mundo endógeno sobre todo en la primera etapa.
" Sus conceptos sobre el valor del arte, la poesía y la función del poeta, proceden de fuentes pitagóricas y, retoman las tendencias dominantes en la literatura del siglo XIX ( romanticismo, parnasianismo, simbolismo ). Se vincula además, con un hecho sociológico de importancia : la imaginación del escritor frente a la sociedad de su tiempo, movida por intereses materialistas, ávida de figuración, de prosperidad económica y confort. El poeta perturbado por esa realidad aflictiva y negadoras de los valores espirituales, le vuelve la espalda y se refugia en el arte ".
( ibid, Num. 3, ps, 32-33 ).
Naturalmente, Darío con sus exhaustas lecturas va refinando su espírito, pero no solamente refina, sino que fortalece su alma, su reino interior de extraña belleza, de peregrinos conocimientos, de arcana simbología.
A veces lo vemos salir de la suntuosa selva de sus ideas, a toparse con el sol y los volcanes de la realidad; " Ese es mi mal, soñar / . ¿ No oyes caer las gotas de mi melancolía ?/. En ocasiones lo vemos caminar desde la falda de un volcán sobre las anfractuosidades de la sima, hasta hundirse en las regiones de su reino interior :
El tren iba rodando sobre
[ sus rieles /.
De pronto entre las copas de los árboles, vi /
[ un gigantesco /
coloso negro ante el sol /.
Por ti pensé en lo inmenso /.
Arriba hay titanes en las constelaciones /.
Símbolo de la serenidad /.
Y de mi mente mueven la cimera encendida /.
El Momotombo está ahí, pero lo hace grandioso los elementos que bullen en su mundo interior : como espejos, perlas, rubíes, oro, zafiros, esmeraldas, estrellas, ópalos, sueños, fábulas, canciones, secretos, perfumes, símbolos, leyendas, trompetas.
Los sábados y domingos Regino se levantaba más tarde, pues la dueña del edificio, quie era viuda, se trasladaba a una casa de campo que tenía en Cayey. Dormía prolongadamente hasta las 7:00 am., pero continuaba en cama media hora después.
En ese tiempo, escuchaba un ruiseñor que cantaba invariablemente su preciosa melodía de tan característicos trinos. El pajarito se metía entre el follaje de un arbolito de guanábana que crecía en medio de ambas estructuras, rodeado por una cerca de alambre de ciclón. El árbol no podía ensanchar holgadamente su fronda. El cántico del ruiseñor se entonaba con notas alegres bulliciosas dando la bienvenida al aliento matinal, pero Regino descubría atentamente, que interpretaba unas cadencias de arias melancólicas. quizás porque para ese momento le faltaba una compañera.
Abandonaba su cuartucho habiendo hecho el ceremonial de recoger y guardar sus cosas, con el acostumbrado cuidado y sigilo. se llevó consigo, en una funda los calzoncillos usados. Cuando hubo desayunado, partió a hacer lo que efectuaba domingos alternados. En el lugar de las canchas de tenis se encontraban las gradas de concreto que formaban un conjunto de escalones. Regino había logrado fijarse con escondidas intenciones, en los números de la combinación del candado de aquel local en el que se guardaban bolas y otros artículos propios en el desempeño del profesor y estudiantes. Había allí un baño para el uso de los atletas. El domingo Regino abría el candado y usaba el lugar para lavar sus prendas interiores y asearse. Tendía los calzoncillos en los escalones, los pisaba con piedras y el fuerte sol los secaba con rapidez.
Aprovechaba para repasar apuntes de las clases. Tarea que le tomaba alrededor de hora y media. Después de recoger sus piezas y echarlas en la funda, iban llegando los tenistas y Regino disfrutaba de aquellas competiciones.
Pasado cuatro años de sus estudios, la noche antes de su graduación, Regino se acostó cansado de diferentes actividades, entre ellas midiéndose la toga, llenar documentos, prescribiendo datos para su sortija de graduación, etc. Había tomado un respiro paseando por el Viejo San Juan. Estuvo por el Paseo de la Princesa. Contemplaba la gran fuente cuyos impulsos de aguas bañaba las figuras taínas. Oteaba el mar atlántico, veía la llegada de un impresionante crucero que fondeaba el estrecho entre Isla de Cabra y el mar de la Fortaleza. Era un angosto pasadillo donde a veces encallaban los barcos. Se veía un remolcador trazándole la ruta para que atracara con seguridad. Mientras se acercaba más crecía la hermosa embarcación. Era un mar hogareño y un barco turístico que se acercaba con todo el esplendor de su blancura a descansar de un viaje acezante.
Rememorando la experiencia de sus cuatro años de estudios quedó dormido. Voces y griterías de los que estaban despiertos y golpes en la puerta del cuartucho, que pugnaban por abrir, pero se habían caído las llaves al piso. La luz de la linterna de pilas no lograba proyectarse sobre el llavero y alguien hamaqueaba la puerta. Inmediatamente Regino, con prisa, pero con pausa, cerró el catre, lo reclinó contra la pared, tomó la ropa, pero los tanteos no pudieron encontrar los zapatos. Se metió apresuradamente al retrete y cerró la puerta tras él. Afuera encontraron las llaves. Se había ido la luz. Era un apagón general para el sector de Santa Rita. Abrieron el cuartucho, andaban buscando una linterna de gas que guardaban allí. Tuvieron la suerte después de enfocar por todos los rincones, se toparon con la linterna de gas y abandonaron la covacha.
martes, 27 de enero de 2015
Los tambores siniestros
El dictador recientemente destronado, se encontraba en este momento, instalado en una suntuosa mansión a las afuera de la ciudad de Miami. Si bien los cuatro o cinco meses de su derrocamiento no era mucho tiempo, tampoco lo había pasado mal en el exilio.
Serían las nueve de la mañana, cuando apareció imponente con la bata de percal amarillo y las anchas solapas de seda púrpura, tremolando sobre su pecho que asomaba sus bellos ya canosos y abundantes y, entre ellos una amplia cadena de eslabones macizos en oro de la más alta calidad. De la cadena pendía una medalla en forma de patena simbólica, también en oro y, en medio de ella, esculpido en lustrosa plata, un cancerbero.
Subió una escalera menuda de adoquines de unos grises y azules, sin brillo. Fue a sentarse junto a una mesa de fino acero incoloro y tope de grueso cristal. El sol de la mañana llegaba hasta la terraza atemperado por la exuberante pérgola, de enredadera y flores multicolores, que además, imprimía frescura al lugar.
Estuvo mirando fijamente el plinto de una columna egipcia de las que adornaban la terraza de arquitectura barroca. Dibujaba en el rostro, una sonrisa lejana; de apariencia débil, pero fundamentada. Sus ojos daban un aire de embeleso y, su sonrisa se sostenía imperturbable, pero lejana.
En aquel momento pensaba en el deguello del cérvido, a sangre fría, animal que fue traído desde África hasta la diminuta isla de Exuma, para deleite de él y sus dos compañeros tiranos también derribados. Así estaba de ensimismado cuando irrumpió un criado con su desayuno. ( seguramente el mozo le asistió por mucho tiempo, en menesteres culinarios, allá en la casa de gobierno, porque servía la diversa platería, con elegancia y desembarazo ). Al joven sirviente no le bastó tan hábiles atributos.
Cuando el mozo servía el jugo de naranjas, salpicaron unas gotitas y cayeron en la punta de los blancos zapatos del joven. El dictador dejó caer de súbito su mirada concentrada en ira, sobre los zapatos impregnados del criado. Entonces, fulminó :
¿ Ésta es mi naranja ?
Sí, Honorable, señor. Asintió el mozo confundido.
De modo que primero pasa por sus zapatos, que por mi boca.
El capitel de la columna era de mármol blanco,pero rostro del joven tornóse también blanco como el mármol. Su corazón se convirtió en un témpano casi paralizado.
Dígale al general Sánchez que se presente al punto.
Sí, mi Honorable señor.
Al punto llegó el general.
Mire Sánchez, arrégleselas con este mozo que se ha desmadrado.
Demás está decir que el tirano no desayunó. Bajó de la terraza apremiante. Un guardaespalda se colocó en forma prudente, cerca del área de su visión. El tirano lo abordó, pero sin detenerse y el hombre escuchaba caminando cerca de su jefe.
Alzó el borde púrpura de la manga izquierda de su bata, rescató el reloj y vio la hora exacta.
Dentro de treinta minutos, todos los sirvientes y personal formados en el
vestíbulo.
Sí, mi Honorable comandante.
El tirano entró en su recámara. Al rato salió y se le vio pasar rumbo al vestíbulo. Habían pasdo treinta minutos. Estaba vestido de militar. Su traje de galas, el traje de pasar revista a sus tropas. Sobre el lado izquierdo del pecho fulguraban siete medallas y sobre el lado derecho, otras siete. En medio del pecho deslumbraba la patena de oro con su cancerbero de plata bruñida. Al punto estuvo en el vestíbulo. Fue anunciado con una desigual e improvisada pompa, pero recta seria y marcial. Se movió entre su gente como un péndulo en el ámbito de un silencio de galaxia. Aquel séquito apresuradamente citado, sacado de sus labores -- lavanderas, barbero, cocineros, jardineros, guardaespaldas, mayordomo, jefe de finanzas, jefe de logística, etc. Esperaban el trueno, el rugido de palabras y las amenazas que siempre se cumplían.
El tirano caminaba de un extremo al otro del vestíbulo. Sus pasos eran pesados como toque de tambor. Las botas brillaban sobre las losetas negras del salón. Marchaba erguido y nervioso. Las filas de caras lucían estáticas, parecían esculpidas en piedras de granito. El destello de los ojos del tirano era como el destello del filo del puñal.
Comenzó entonces, a caminar en círculo y pronunció unas palabras. Entonces su rostro echaba candela y los ojos rojos también, igual que el cascarón de un crustáceo puesto a hervir.
Hoy cayó una baja. Comunicó con una voz pausada y
constreñida.
Estoy determinado a quedarme solo si ese fuera el caso.
La orden es servicio con la más absoluta cautela y respeto.
Pueden romper.
El tirano se retiró a su cámara. Los sirvientes tornaron a sus labores. Nadie sabía el motivo de la reunión. La verdad es que estos encuentros se efectuaban casi a diario.
Pasado dos meses, el tirano salió en paseo de yate acompañado de dos ex dictadores. La travesía la hicieron por el atlántico con derrotero a la diminuta isla de Exuma. Los tres tiranos iban sobre cubierta y el viento salobre azotaba sus rostros y, enarbolaban sus cabelleras. Vestían una casulla sacerdotal. No sé la razón de esta rareza, pero acostumbraban vestirse de sacerdotes cuando hacían este viaje. Apoyados en el coronamiento conversaban y escrutaban las olas y las nubes. El viento agitaba los gallardetes que empavesaba el yate desde la torre hasta la proa. Estas banderolas eran todas iguales. Sobre un fondo color de rosa se distinguía la efigie negra del cancerbero. Aparte de las exóticas cenas, de la embriaguez con los caros vinos y la excentricidad de acostarse con negras de Gabón, a las que les faltaba el brazo derecho. En aquellas largas noches de lujurias, en que las mujeres le pasaban por las entrepiernas, embadurnadas de aceite de boa una esponja de mar de Nicaragua.
Esta operación duraba aproximadamente una hora y las mujeres monobrácicas ungían con las esponjas y con suavidad de ángel, aquellas seniles partes. La luz en los camarotes
era tenue, pero contrastaba con una música ritual, de tambores y flautas oriunda de Kenya. Mientras ellos, largos y desnudos, acostados transversalmente con sus piernas pendiendo de la cama escuchaban la litúrgica música y contemplaban las mujeres gabonesas contorsionarse desnudas y espléndidas a la par que daban alagueños y delicados trazos de esponja de mar con aceite de boa por el canal de sus vibrantes partes.
Al llegar a Exuma, fondearon la ligera bahía, echaron ancla un poco retirado del puerto para la conveniente vigilancia de la nave y otras medidas cautelares. Abordaron un esquife y llegaron al ancón. Inmediatamente subieron a un jeep militar. Se remontaron primero por una carretera estrecha y desolada, por un escabroso paisaje. Pasaron luego, por una especie de congosto de naturaleza anfractuosa y ganaron soledad y distancia.
Se detuvieron frente a una albarrada especialmente dispuesta para la ocasión.
Allí bajaron esos tres hombres perniciosos, con sus sotanas agitadas por el viento insular. Prontamente, los hombres que estaban a su espera, izaron el pendón color de rosa, de la efigie negra del cancerbero. Los tres estuvieron erguidos en reverencia. Tres jorobados, estevados y descalzos, de aspectos grotescos, aparecieron frente a los supuestos sacerdotes. Uno de los jorobados portaba un gran jarrón de vino. Los otros dos entregaron unas extrañas copas que consistían del tubo de un quinqué rematado en su fondo o base como especie de cáliz de oro. Estaba esa base de oro hermosamente trabajada y el tubo abombado de cristal, sujeto a ella. El jorobado del jarrón, comenzó a verter vino en las tres extrañas copas y los otros jorobados desaparecieron. Cuando el jarrón especie de crátera griega estuvo limpio, aparecieron los otros jorobados portando otra crátera rebosante del rojo vino.
Ya para esa altura, trajeron inocente y ajeno al cérvido africano. Lo pusieron frente a los tiranos. Cada uno a su tiempo, dio un beso en el hocico del rumiante rayado. En ese momento aparecieron los dos jorobados grotescos y descalzos acometiendo golpes contra sendos tambores africanos. Sólo el tamborileo violentaba la paz del lugar. No había ninguna otra suerte de música, sino el monocorde sonido de los tambores.
Era el crepúsculo cuando silenciaron los tambores. Los tiranos habían consumidos dos cráteras de vino y no aparentaban ebriedad, no obstante sus ojos desorbitados parecían dos manchas de vino. El sudor de sus cuerpos era evidente y, sus labios en contraste con sus rotros rojizos lucían pálidos y de aspecto enfermizos y sus dientes color de hueso asomaban como perros al acecho. Alzaron sus peregrinas copas y se sentaron sobre las rocas. Pronto vino un hombre con una escofina. Ataron el cérvido de patas y lo inmovilizaron. El cérvido presentaba una cara triste como de añoranza e inocencia. Empezó aquel hombre a pasar la escofina sobre los dientes del animal. El ciervo ponía los bramidos en el cielo. Una mujer morena, desnuda, de extraordinaria belleza, que portaba en sus manos una escudilla, se colocó al lado del hombre de la escofina a recoger en la escudilla, el serrín o polvo dental. Cuando el hombre hubo desbastado la dentadura del animal, la mujer morena y desnuda fue derramando el polvo de los incisivos dentro de las copas de vino. Los tiranos levantaron la copas y bebieron a borbotón. Los tambores volvieron a sonar, fuerte, pero brevemente.
Trajeron un cuchillo reluciente al crepúsculo encendido, su hoja parecía una luz. El hombre tomó violentamente al cérvido martirizado, por los cuernos y en una maniobra audaz le pasó la esmerilada hoja de acero por la garganta del animal y en dos diestros y fugaces trazos le desprendió la cabeza que pasó lentamente frente a la mirada de los tiranos. Los tres déspotas con la expresión del que ha juntado odio durante una vida, extendieron las insólitas copas. El hombre dejó verter sangre cálida en los cálices y opresores apuraron hasta caer exhausto y embriagados.
En el aire, a la luz crepuscular avanzada, tremolaba el pendón del cancerbero.
Serían las nueve de la mañana, cuando apareció imponente con la bata de percal amarillo y las anchas solapas de seda púrpura, tremolando sobre su pecho que asomaba sus bellos ya canosos y abundantes y, entre ellos una amplia cadena de eslabones macizos en oro de la más alta calidad. De la cadena pendía una medalla en forma de patena simbólica, también en oro y, en medio de ella, esculpido en lustrosa plata, un cancerbero.
Subió una escalera menuda de adoquines de unos grises y azules, sin brillo. Fue a sentarse junto a una mesa de fino acero incoloro y tope de grueso cristal. El sol de la mañana llegaba hasta la terraza atemperado por la exuberante pérgola, de enredadera y flores multicolores, que además, imprimía frescura al lugar.
Estuvo mirando fijamente el plinto de una columna egipcia de las que adornaban la terraza de arquitectura barroca. Dibujaba en el rostro, una sonrisa lejana; de apariencia débil, pero fundamentada. Sus ojos daban un aire de embeleso y, su sonrisa se sostenía imperturbable, pero lejana.
En aquel momento pensaba en el deguello del cérvido, a sangre fría, animal que fue traído desde África hasta la diminuta isla de Exuma, para deleite de él y sus dos compañeros tiranos también derribados. Así estaba de ensimismado cuando irrumpió un criado con su desayuno. ( seguramente el mozo le asistió por mucho tiempo, en menesteres culinarios, allá en la casa de gobierno, porque servía la diversa platería, con elegancia y desembarazo ). Al joven sirviente no le bastó tan hábiles atributos.
Cuando el mozo servía el jugo de naranjas, salpicaron unas gotitas y cayeron en la punta de los blancos zapatos del joven. El dictador dejó caer de súbito su mirada concentrada en ira, sobre los zapatos impregnados del criado. Entonces, fulminó :
¿ Ésta es mi naranja ?
Sí, Honorable, señor. Asintió el mozo confundido.
De modo que primero pasa por sus zapatos, que por mi boca.
El capitel de la columna era de mármol blanco,pero rostro del joven tornóse también blanco como el mármol. Su corazón se convirtió en un témpano casi paralizado.
Dígale al general Sánchez que se presente al punto.
Sí, mi Honorable señor.
Al punto llegó el general.
Mire Sánchez, arrégleselas con este mozo que se ha desmadrado.
Demás está decir que el tirano no desayunó. Bajó de la terraza apremiante. Un guardaespalda se colocó en forma prudente, cerca del área de su visión. El tirano lo abordó, pero sin detenerse y el hombre escuchaba caminando cerca de su jefe.
Alzó el borde púrpura de la manga izquierda de su bata, rescató el reloj y vio la hora exacta.
Dentro de treinta minutos, todos los sirvientes y personal formados en el
vestíbulo.
Sí, mi Honorable comandante.
El tirano entró en su recámara. Al rato salió y se le vio pasar rumbo al vestíbulo. Habían pasdo treinta minutos. Estaba vestido de militar. Su traje de galas, el traje de pasar revista a sus tropas. Sobre el lado izquierdo del pecho fulguraban siete medallas y sobre el lado derecho, otras siete. En medio del pecho deslumbraba la patena de oro con su cancerbero de plata bruñida. Al punto estuvo en el vestíbulo. Fue anunciado con una desigual e improvisada pompa, pero recta seria y marcial. Se movió entre su gente como un péndulo en el ámbito de un silencio de galaxia. Aquel séquito apresuradamente citado, sacado de sus labores -- lavanderas, barbero, cocineros, jardineros, guardaespaldas, mayordomo, jefe de finanzas, jefe de logística, etc. Esperaban el trueno, el rugido de palabras y las amenazas que siempre se cumplían.
El tirano caminaba de un extremo al otro del vestíbulo. Sus pasos eran pesados como toque de tambor. Las botas brillaban sobre las losetas negras del salón. Marchaba erguido y nervioso. Las filas de caras lucían estáticas, parecían esculpidas en piedras de granito. El destello de los ojos del tirano era como el destello del filo del puñal.
Comenzó entonces, a caminar en círculo y pronunció unas palabras. Entonces su rostro echaba candela y los ojos rojos también, igual que el cascarón de un crustáceo puesto a hervir.
Hoy cayó una baja. Comunicó con una voz pausada y
constreñida.
Estoy determinado a quedarme solo si ese fuera el caso.
La orden es servicio con la más absoluta cautela y respeto.
Pueden romper.
El tirano se retiró a su cámara. Los sirvientes tornaron a sus labores. Nadie sabía el motivo de la reunión. La verdad es que estos encuentros se efectuaban casi a diario.
Pasado dos meses, el tirano salió en paseo de yate acompañado de dos ex dictadores. La travesía la hicieron por el atlántico con derrotero a la diminuta isla de Exuma. Los tres tiranos iban sobre cubierta y el viento salobre azotaba sus rostros y, enarbolaban sus cabelleras. Vestían una casulla sacerdotal. No sé la razón de esta rareza, pero acostumbraban vestirse de sacerdotes cuando hacían este viaje. Apoyados en el coronamiento conversaban y escrutaban las olas y las nubes. El viento agitaba los gallardetes que empavesaba el yate desde la torre hasta la proa. Estas banderolas eran todas iguales. Sobre un fondo color de rosa se distinguía la efigie negra del cancerbero. Aparte de las exóticas cenas, de la embriaguez con los caros vinos y la excentricidad de acostarse con negras de Gabón, a las que les faltaba el brazo derecho. En aquellas largas noches de lujurias, en que las mujeres le pasaban por las entrepiernas, embadurnadas de aceite de boa una esponja de mar de Nicaragua.
Esta operación duraba aproximadamente una hora y las mujeres monobrácicas ungían con las esponjas y con suavidad de ángel, aquellas seniles partes. La luz en los camarotes
era tenue, pero contrastaba con una música ritual, de tambores y flautas oriunda de Kenya. Mientras ellos, largos y desnudos, acostados transversalmente con sus piernas pendiendo de la cama escuchaban la litúrgica música y contemplaban las mujeres gabonesas contorsionarse desnudas y espléndidas a la par que daban alagueños y delicados trazos de esponja de mar con aceite de boa por el canal de sus vibrantes partes.
Al llegar a Exuma, fondearon la ligera bahía, echaron ancla un poco retirado del puerto para la conveniente vigilancia de la nave y otras medidas cautelares. Abordaron un esquife y llegaron al ancón. Inmediatamente subieron a un jeep militar. Se remontaron primero por una carretera estrecha y desolada, por un escabroso paisaje. Pasaron luego, por una especie de congosto de naturaleza anfractuosa y ganaron soledad y distancia.
Se detuvieron frente a una albarrada especialmente dispuesta para la ocasión.
Allí bajaron esos tres hombres perniciosos, con sus sotanas agitadas por el viento insular. Prontamente, los hombres que estaban a su espera, izaron el pendón color de rosa, de la efigie negra del cancerbero. Los tres estuvieron erguidos en reverencia. Tres jorobados, estevados y descalzos, de aspectos grotescos, aparecieron frente a los supuestos sacerdotes. Uno de los jorobados portaba un gran jarrón de vino. Los otros dos entregaron unas extrañas copas que consistían del tubo de un quinqué rematado en su fondo o base como especie de cáliz de oro. Estaba esa base de oro hermosamente trabajada y el tubo abombado de cristal, sujeto a ella. El jorobado del jarrón, comenzó a verter vino en las tres extrañas copas y los otros jorobados desaparecieron. Cuando el jarrón especie de crátera griega estuvo limpio, aparecieron los otros jorobados portando otra crátera rebosante del rojo vino.
Ya para esa altura, trajeron inocente y ajeno al cérvido africano. Lo pusieron frente a los tiranos. Cada uno a su tiempo, dio un beso en el hocico del rumiante rayado. En ese momento aparecieron los dos jorobados grotescos y descalzos acometiendo golpes contra sendos tambores africanos. Sólo el tamborileo violentaba la paz del lugar. No había ninguna otra suerte de música, sino el monocorde sonido de los tambores.
Era el crepúsculo cuando silenciaron los tambores. Los tiranos habían consumidos dos cráteras de vino y no aparentaban ebriedad, no obstante sus ojos desorbitados parecían dos manchas de vino. El sudor de sus cuerpos era evidente y, sus labios en contraste con sus rotros rojizos lucían pálidos y de aspecto enfermizos y sus dientes color de hueso asomaban como perros al acecho. Alzaron sus peregrinas copas y se sentaron sobre las rocas. Pronto vino un hombre con una escofina. Ataron el cérvido de patas y lo inmovilizaron. El cérvido presentaba una cara triste como de añoranza e inocencia. Empezó aquel hombre a pasar la escofina sobre los dientes del animal. El ciervo ponía los bramidos en el cielo. Una mujer morena, desnuda, de extraordinaria belleza, que portaba en sus manos una escudilla, se colocó al lado del hombre de la escofina a recoger en la escudilla, el serrín o polvo dental. Cuando el hombre hubo desbastado la dentadura del animal, la mujer morena y desnuda fue derramando el polvo de los incisivos dentro de las copas de vino. Los tiranos levantaron la copas y bebieron a borbotón. Los tambores volvieron a sonar, fuerte, pero brevemente.
Trajeron un cuchillo reluciente al crepúsculo encendido, su hoja parecía una luz. El hombre tomó violentamente al cérvido martirizado, por los cuernos y en una maniobra audaz le pasó la esmerilada hoja de acero por la garganta del animal y en dos diestros y fugaces trazos le desprendió la cabeza que pasó lentamente frente a la mirada de los tiranos. Los tres déspotas con la expresión del que ha juntado odio durante una vida, extendieron las insólitas copas. El hombre dejó verter sangre cálida en los cálices y opresores apuraron hasta caer exhausto y embriagados.
En el aire, a la luz crepuscular avanzada, tremolaba el pendón del cancerbero.
domingo, 23 de noviembre de 2014
El día que cerraron las escuelas para siempre
" Que nos digan las estadísticas escolares y judiciales si la masificación de la enseñanza ha supuesto, de hecho, prevención suficiente o antídoto eficaz contra la masificación de la delincuencia, que es precisamente, ya no tenemos dudas, una de las características principales de este tiempo". ( José Saramago, Cuaderno de Lanzarote ).
" En seis años, el Departamento de Educación deberá reducir, en una tercera parte la cantidad de escuelas, ( 580 ) ". ( Firma Consulting Group. El Nuevo Día, domingo 16 de noviembre, 2014 ).
Todo comienzo entraña un fondo de sorpresa y zozobra. Este era el principio de un proyecto de envergadura. A pesar de que Izoel, recién salía de un seminario, iba con el imperceptible temblor interior que nos inquieta el espíritu.
Se había levantado temprano, pero su trabajo comenzaría a las 9: 00 A.M. Aprovechó ese espacio para leer algunas noticias. El periódico recogía en sus primeras páginas, abundante información relacionada al inicio del programa educativo. Esto incidió en su nerviosismo, pero mientras conducía fue buscando aplomo en su capacidad como educador y, el alcance e innovación del plan del gobierno.
En su distrito escolar las escuelas fueron cerradas. Desmantelaron sus funciones y desarrollaban en ellas, sistemas de oficinas, proyectos de viviendas y centros de servicios múltiples. Este distrito, como otros en algunos puntos de la isla, se contemplaban células pilotas o sistemas de prueba. Este programa, según lo diseñado, se instalaba en el nivel secundario. En las escuelas del orden primario, el ritmo lectivo sigue su habitual desempeño.
En el tránsito por las carreteras, Izoel, notó que en aquellas zonas frente a las escuelas, el encintado amarillo, se pintó de negro clausurando su función. Él reducía por costumbre, pero los autos en la retaguardia le importunaban con sus bocinas. A su paso le dedicó una mirada a las escuelas. Impresionaba el silencio y la ausencia de la masa estudiantil, parecía día feriado.
El país había caído bajo el peso abrumador de la criminalidad. Las estadísticas de los asesinatos se disparaban sobrepasando récords anteriores. El alto jefe de la policía aludía a un plan de emergencia desarrollado por el gobierno, para combatir el flagelo de la actividad penal. La drogadicción, también, avanzaba con el efecto de una bola de nieve.
La prensa relató que " Mala Muerte", aspiraba a convertirse en aeromozo, pero la droga
no solamente evitó ese logro, sino que lo condujo a un doble asesinato y ser sospechoso de una retahíla de fechorías. Los planteles de las Escuelas Superiores operaban como podios para elevar el trasiego y ganar adeptos a la mercancía alucinógena a través del estraperlo. Esto creaba otros problemas como el vandalismo, el birlo de los valiosos instrumentos para educar y, estas agresiones delictivas alcanzaban inocentes maestros y prometedores estudiantes.
En la Escuela Superior operaba la estrategia de los gases. Un clandestino trabajo que consistía en liberar ciertos químicos que afectaban a una porción de alumnos que eran llevados a centros de salud o a dispensarios privados, mientras la masa restante era despachada a sus hogares, en medio de un caos, de temores y desconcierto. Era com un fantasma que arrastraba a la comunidad estudiantil, fuera de los predios de la escuela.
La Agencia de Calidad Ambiental, mediante rigurosos y prolongados estudios, descubrió que las entregas de gasolina a las estaciones expedidoras, en horas tempranas de la mañana, creaban las condiciones para que los gases de ingredientes carburantes, se escaparan a la atmósfera, con la apertura de los tanques o depósito de la nafta. cuando comenzaba a salir el sol y el aire se calentaba, se elevaban las moléculas de los hidrocarburos hacia las partes más altas con el consabido surgimiento de los gases en la escuela.
Este era un problema que se repetía en ciclo, sin que hubiese una solución realizable.
Un grupo de estudiantes, aprovechaban la ocasión para promover el estado de locura, atrayendo una masa estudiantil, mayormente inflados de intención festiva, más que de temores y preocupaciones.
Los casos que fluían al Fondo del Seguro del Estado, eran alarmantes. Todos alegaban haber resultados afectados en las vías respiratorias. Hubo un caso que planteaba, que después de caer en estado inconsciente en tres ocasiones, su capacidad para retener elementos cognoscitivos resultaba mermada. Ahora el material escolar que estudiaba, le parecía huidizo y no podía ser fijado en la memoria.
Los diarios del país informaban de una demanda incoada al gobierno, reclamando millones de dólares. Los padres de una adolescente llamada la Gorrioncilla, por lo bonito y armónico de su voz, Habían probado en el ámbito judicial, que ellos le procuraron con gran esfuerzo económico a su hija, una educación particular para que desarrollara como cantante profesional; pero los gases en la escuela le habían tronchado esa evolución artística, resultando su su voz en opacidad y oscurecida su vocalización.
Todo este avanzado deterioro de las condiciones de la educación, llevó al gobierno a instituir un atrevido plan, que pretendía reestructurar y crear desde las raíces.
Aquel día a Izoel le asignaron la tarea de visitar cierto número de hogares, para una supervisión efímera e introductoria de tomar firmas y verificar cómo andaban los programas que se estaban desarrollando por internet. Recoger la variedad de dificultades que pudieran aparecer. De modo que el trabajo del profesor Izoel era itinerante.
Los maestros de educación física, aseguraron sus plazas. Eran altamente necesarios para la transformación de ubicación y modificación que se le aplicarían a los cursos deportivos. Se utilizarían los coliseos y demás parques de la comunidad.
Esta disciplina se ofrecería todo el día lectivo, incluso de noche para áreas como bolera, que tendría una impresionante acogida, según se demostró en el desarrollo del programa. En la noche se ofrecía, también, juegos pasivos : ajedrez, tenis de mesa y enseñanza del francés e italiano que no eran deportivos, pero cuya instrucción demanda de ciertos juegos.
Los maestros itinerantes reportaban cuando un joven no se encontraba en su hogar o los que no llevaban registro de las clases por internet. Luego estas faltas eran enfrentadas en el programa de alimentación, (cupones), para su debido ajuste.
Los cursos de vocaciones, tales como clases conducentes a perito electricista, mecánica de automóvil, de aviones, perito en aire acondicionado de hogares, de autos e industriales, y otros oficios que ahora no requerían diploma de 4to. año y que los centros que los ofrecían, quedaban distantes, estos estudiantes se hospedaban en las escuelas ya transformadas.
Ahora el campus de la Escuela Superior, lucía sembrado de lechugas y otros frutos menores y, en sitios convenientemente ubicados, crecían los verdes platanares.
Las escuelas ahora sin alumnos, vinieron a resolver el problema agudo de falta de viviendas.
El profesor Izoel, contemplaba, con el paso de los años, una reducción de las estadísticas de la delincuencia. La economía en el gobierno prosperó por efecto de la desaparición del enorme gasto en el sistema educativo.
Aquellos estudiantes que evidenciaron un destacado interés en los estudios a través del sistema computarizado alcanzaron las profesiones que anhelaban. Otros que se mostraron renuentes a lo académico, adquirieron oficios que le permitían un desempeño honrado.
" En seis años, el Departamento de Educación deberá reducir, en una tercera parte la cantidad de escuelas, ( 580 ) ". ( Firma Consulting Group. El Nuevo Día, domingo 16 de noviembre, 2014 ).
Todo comienzo entraña un fondo de sorpresa y zozobra. Este era el principio de un proyecto de envergadura. A pesar de que Izoel, recién salía de un seminario, iba con el imperceptible temblor interior que nos inquieta el espíritu.
Se había levantado temprano, pero su trabajo comenzaría a las 9: 00 A.M. Aprovechó ese espacio para leer algunas noticias. El periódico recogía en sus primeras páginas, abundante información relacionada al inicio del programa educativo. Esto incidió en su nerviosismo, pero mientras conducía fue buscando aplomo en su capacidad como educador y, el alcance e innovación del plan del gobierno.
En su distrito escolar las escuelas fueron cerradas. Desmantelaron sus funciones y desarrollaban en ellas, sistemas de oficinas, proyectos de viviendas y centros de servicios múltiples. Este distrito, como otros en algunos puntos de la isla, se contemplaban células pilotas o sistemas de prueba. Este programa, según lo diseñado, se instalaba en el nivel secundario. En las escuelas del orden primario, el ritmo lectivo sigue su habitual desempeño.
En el tránsito por las carreteras, Izoel, notó que en aquellas zonas frente a las escuelas, el encintado amarillo, se pintó de negro clausurando su función. Él reducía por costumbre, pero los autos en la retaguardia le importunaban con sus bocinas. A su paso le dedicó una mirada a las escuelas. Impresionaba el silencio y la ausencia de la masa estudiantil, parecía día feriado.
El país había caído bajo el peso abrumador de la criminalidad. Las estadísticas de los asesinatos se disparaban sobrepasando récords anteriores. El alto jefe de la policía aludía a un plan de emergencia desarrollado por el gobierno, para combatir el flagelo de la actividad penal. La drogadicción, también, avanzaba con el efecto de una bola de nieve.
La prensa relató que " Mala Muerte", aspiraba a convertirse en aeromozo, pero la droga
no solamente evitó ese logro, sino que lo condujo a un doble asesinato y ser sospechoso de una retahíla de fechorías. Los planteles de las Escuelas Superiores operaban como podios para elevar el trasiego y ganar adeptos a la mercancía alucinógena a través del estraperlo. Esto creaba otros problemas como el vandalismo, el birlo de los valiosos instrumentos para educar y, estas agresiones delictivas alcanzaban inocentes maestros y prometedores estudiantes.
En la Escuela Superior operaba la estrategia de los gases. Un clandestino trabajo que consistía en liberar ciertos químicos que afectaban a una porción de alumnos que eran llevados a centros de salud o a dispensarios privados, mientras la masa restante era despachada a sus hogares, en medio de un caos, de temores y desconcierto. Era com un fantasma que arrastraba a la comunidad estudiantil, fuera de los predios de la escuela.
La Agencia de Calidad Ambiental, mediante rigurosos y prolongados estudios, descubrió que las entregas de gasolina a las estaciones expedidoras, en horas tempranas de la mañana, creaban las condiciones para que los gases de ingredientes carburantes, se escaparan a la atmósfera, con la apertura de los tanques o depósito de la nafta. cuando comenzaba a salir el sol y el aire se calentaba, se elevaban las moléculas de los hidrocarburos hacia las partes más altas con el consabido surgimiento de los gases en la escuela.
Este era un problema que se repetía en ciclo, sin que hubiese una solución realizable.
Un grupo de estudiantes, aprovechaban la ocasión para promover el estado de locura, atrayendo una masa estudiantil, mayormente inflados de intención festiva, más que de temores y preocupaciones.
Los casos que fluían al Fondo del Seguro del Estado, eran alarmantes. Todos alegaban haber resultados afectados en las vías respiratorias. Hubo un caso que planteaba, que después de caer en estado inconsciente en tres ocasiones, su capacidad para retener elementos cognoscitivos resultaba mermada. Ahora el material escolar que estudiaba, le parecía huidizo y no podía ser fijado en la memoria.
Los diarios del país informaban de una demanda incoada al gobierno, reclamando millones de dólares. Los padres de una adolescente llamada la Gorrioncilla, por lo bonito y armónico de su voz, Habían probado en el ámbito judicial, que ellos le procuraron con gran esfuerzo económico a su hija, una educación particular para que desarrollara como cantante profesional; pero los gases en la escuela le habían tronchado esa evolución artística, resultando su su voz en opacidad y oscurecida su vocalización.
Todo este avanzado deterioro de las condiciones de la educación, llevó al gobierno a instituir un atrevido plan, que pretendía reestructurar y crear desde las raíces.
Aquel día a Izoel le asignaron la tarea de visitar cierto número de hogares, para una supervisión efímera e introductoria de tomar firmas y verificar cómo andaban los programas que se estaban desarrollando por internet. Recoger la variedad de dificultades que pudieran aparecer. De modo que el trabajo del profesor Izoel era itinerante.
Los maestros de educación física, aseguraron sus plazas. Eran altamente necesarios para la transformación de ubicación y modificación que se le aplicarían a los cursos deportivos. Se utilizarían los coliseos y demás parques de la comunidad.
Esta disciplina se ofrecería todo el día lectivo, incluso de noche para áreas como bolera, que tendría una impresionante acogida, según se demostró en el desarrollo del programa. En la noche se ofrecía, también, juegos pasivos : ajedrez, tenis de mesa y enseñanza del francés e italiano que no eran deportivos, pero cuya instrucción demanda de ciertos juegos.
Los maestros itinerantes reportaban cuando un joven no se encontraba en su hogar o los que no llevaban registro de las clases por internet. Luego estas faltas eran enfrentadas en el programa de alimentación, (cupones), para su debido ajuste.
Los cursos de vocaciones, tales como clases conducentes a perito electricista, mecánica de automóvil, de aviones, perito en aire acondicionado de hogares, de autos e industriales, y otros oficios que ahora no requerían diploma de 4to. año y que los centros que los ofrecían, quedaban distantes, estos estudiantes se hospedaban en las escuelas ya transformadas.
Ahora el campus de la Escuela Superior, lucía sembrado de lechugas y otros frutos menores y, en sitios convenientemente ubicados, crecían los verdes platanares.
Las escuelas ahora sin alumnos, vinieron a resolver el problema agudo de falta de viviendas.
El profesor Izoel, contemplaba, con el paso de los años, una reducción de las estadísticas de la delincuencia. La economía en el gobierno prosperó por efecto de la desaparición del enorme gasto en el sistema educativo.
Aquellos estudiantes que evidenciaron un destacado interés en los estudios a través del sistema computarizado alcanzaron las profesiones que anhelaban. Otros que se mostraron renuentes a lo académico, adquirieron oficios que le permitían un desempeño honrado.
domingo, 9 de noviembre de 2014
Las dos sombras
Cuento destellante.
Entonces la anciana quedó sorprendida; no obstante, sus años de vivencia, aquellas dos sombras tan definidas que se desprendían de la figura de aquel hombre brusco y ruin; dos sombras duras, casi dos siluetas corporales y, que a veces, no respondían al movimiento del extranjero, sino que se quedaban allí estáticas, inmóviles, pero ella no había experimentado semejante absurdo.
Entonces la anciana quedó sorprendida; no obstante, sus años de vivencia, aquellas dos sombras tan definidas que se desprendían de la figura de aquel hombre brusco y ruin; dos sombras duras, casi dos siluetas corporales y, que a veces, no respondían al movimiento del extranjero, sino que se quedaban allí estáticas, inmóviles, pero ella no había experimentado semejante absurdo.
sábado, 20 de septiembre de 2014
Los cuerpos esfumados
En Plaza de las Américas se efectuaba una actividad pictórica. Un pintor ensayaba ciertos trazos en la blanca tela, todavía sin figura definida, cuando frente al público, en su mayor proporción compuesto por niños y padres, se sorprendieron al ver que el artista desaparecía como por un acto de magia. El pincel y la paleta de los colores, que hacía un instante estaban bajo el dominio de sus manos, caían al piso tiñendo las lustradas losetas.
Estábamos frente a los últimos signos de la evolución de la humanidad, que pretendían enmendar para perfeccionar la integridad existencial del hombre, pero en el estricto aspecto del fallecimiento.
Después de los orígenes evolutivos de los individuos humanos, como lo son el perder la cola y al final de la columna vertebral, ya sin rabo, sólo se asoma el coxis. Se modificó, en su momento, el caminar encorvado utilizando brazos y piernas para luego desplazarse erguido. Así también el hombre perdió, eliminado por la naturaleza, el sexto dedo de sus manos. En todo ese camino hacia la perfección corporal hubo pérdida y ganancia con el designio de armonizar y adecuar al individuo con la naturaleza y la vida. Recordemos, también, que en un principio el hombre para comunicarse utilizaba los sonidos guturales, gestos y ademanes. Luego adquirió la articulación vocálica para hablar.
Después la metamorfosis de la psiquis nos hizo cambiar costumbres rudimentarias y adquirir comportamientos civilizados en un proceso de siglos. Pero ahora se comenzaba a transformar el sistema del óbito. Esto venía sucediendo en casos esporádicos a través del mundo. El avión de Malasia que al contactar con un fuerte rayo, todos los pasajeros mueren, pero sus cuerpos escatologan, se espiritualizan sin dejar rastro alguno. Los turistas que en el río Ganges de la India, bajan emocionados las vetustas escalerillas para sumergirse hasta la cintura y así participar de las sagradas ceremonias del acto de la ablución. Allí un pariente de estos turistas les tomaba una foto. al centralizarlos en la cámera nota que la mujer se esfuma. Inmediatamente ve que el joven marido la busca desesperado y estupefacto.
En Francia, el periódico Le Monde, da cuenta del raro suceso ocurrido en un circo de París. Dice que mientras un acróbata ejecutaba un difícil salto mortal, el otro volantinero que lo esperaba con las manos extendidas se esvanesce, ha desaparecido, el trapecio se bambolea solo en lo alto del espacio. El acróbata que se había lanzado, ha caído sobre la red protectora y se ha salvado. El público se escandalizó en asombroso grito, pero nunca supieron el destino del acróbata esfumado.
En Puerto Rico ocurrió también, un extraño caso, en en el cual un juez de cierta instancia, condenó a un ex agente policiaco a cumplir cadena perpetua por el asesinato de una bailarina. Lo exótico es que el cuerpo de la occisa nunca apareció a pesar de grandes esfuerzos en búsqueda tenaz. Dicen que el acusado declaraba que ella había desaparecido frente a sus ojos.
Detengámonos por un momento, en la oficina del cardiólogo Dr. Diaz Bolego.
En la sala de espera se sentía un ambiente álgido. En las paredes algunos cuadros aludían a ciertas costumbres de sana convivencia : desempeño de ejercicios, otros mostraban comidas frugales en las que se destacaban la presencia de vegetales vaiados, entre ellos zanahorias. La mayoría de los pacientes veían la televisión. El aparato estaba bastante elevado en la pared. El volumen del sonido no alcanzaba los decibeles deseados. Algunos no lo oían bien, pero se eximían de iniciar gestión alguna para aumentarlo.
La pantalla transmitía el parte de una huelga enardecida. Todos vieron la intervención de un policía con un ciudadano que excesivamente alterado discutía en forma acalorada con el agente. Los pacientes sorprendidos vieron como ese huelguista se esfumaba ante la mirada del guardia. El oficial exhibió una cara de resignación. Los pacientes comprendieron la evanescencia del hombre. Alguien arguyó que el don se había agitado demasiado.
En la sala de espera, la segretaria del doctor Diaz Bolego se comunicaba por teléfono. Alguien gestionaba una cita con premura. Después de anotar su nombre, le habló nuevamente para informarle al interlocutor la fecha y hora de la intervención médica. Nadie respondía al otro lado del teléfono a su insistencia. Se oía, al fondo, una música sutil, pero nadie respondía. Al cabo, otra persona de distinto sexo, atendió la llamada.
-- Mire señora, -- dijo la secretaria -- es para darle la fecha de la cita al señor que acaba de llamar.
Un tanto afligida, la señora que atiende la llamada de la secretaria le informa :
-- Ay, perdone, el pobrecito estaba muy malito. Acaba de morir. Le pasó tal como está ocurriendo últimamente, que la persona que muere se esfuma como cuando se apaga una luz. Al llegar aquí encontré el celular, la ropa y sus prendas en el piso, pero ya mi padre no estaba. Perdone y gracias.
Ahora la secretaria entra al consultorio del cardiólogo y, en ese instante ve al médico auscultando con su estetoscopio, el aire, el espacio vacío. A la secretaria le pareció gracioso, pero la actitud del galeno era la de un rostro contrariado y ella se dio pronta cuenta de lo acontecido. El médico le instó a que llamara a la casa del fenecido, para notificación de lo acaecido y que vinieran a buscar el auto al estacionamiento.
Mientras tanto los pacientes en la sala de espera, se entretenían observando unas bodas de octogenarios. La iglesia ardía de entusiasmo y candidez. Era abundante la presencia de familiares e invitados. Concurrían jóvenes como muestra de solidaridad con los recién casados. El alba era el color que destacaba en las rosas y lirios. Entre cintas y lazos. Sólo la alfombra en su longitud proyectaba el púrpura encendido sobre el pasillo central del templo. Los camarógrafos de televisión ejecutaban su oficio con destrezas y en silencio.
En el momento en que los desposados abandonaban el altar en medio de campanas de arrebatos y se escuchaban los tañidos, se echaban al aire una bandada de palomas.
Don francisco y doña Petra eran graduados del programa de alfabetización. La secretaria del cardiólogo, allá en su escritorio, presenciaba la boda por televisión junto a los pacientes en la sala. Cuando el matrimonio, cogidos de brazos comenzaba a franquear el umbral de la puerta principal del templo, en retirada hacia la calle, doña Petra escatologó.
Se esfumó su cuerpo, pero por breves segundos don Francisco no se percató porque aún continuó con su brazo izquierdo encorvado como si el brazo de ella siguiera atado al de él. La rosa roja que portara ella en sus manos, caía al piso. También la indumentaria blanca y los zapatos. el juego de matrimonio rodaba su esplendor de oro por la calle. La secretaria y los pacientes suspiraron y algunos asomaban lágrimas a los ojos.
Estábamos frente a los últimos signos de la evolución de la humanidad, que pretendían enmendar para perfeccionar la integridad existencial del hombre, pero en el estricto aspecto del fallecimiento.
Después de los orígenes evolutivos de los individuos humanos, como lo son el perder la cola y al final de la columna vertebral, ya sin rabo, sólo se asoma el coxis. Se modificó, en su momento, el caminar encorvado utilizando brazos y piernas para luego desplazarse erguido. Así también el hombre perdió, eliminado por la naturaleza, el sexto dedo de sus manos. En todo ese camino hacia la perfección corporal hubo pérdida y ganancia con el designio de armonizar y adecuar al individuo con la naturaleza y la vida. Recordemos, también, que en un principio el hombre para comunicarse utilizaba los sonidos guturales, gestos y ademanes. Luego adquirió la articulación vocálica para hablar.
Después la metamorfosis de la psiquis nos hizo cambiar costumbres rudimentarias y adquirir comportamientos civilizados en un proceso de siglos. Pero ahora se comenzaba a transformar el sistema del óbito. Esto venía sucediendo en casos esporádicos a través del mundo. El avión de Malasia que al contactar con un fuerte rayo, todos los pasajeros mueren, pero sus cuerpos escatologan, se espiritualizan sin dejar rastro alguno. Los turistas que en el río Ganges de la India, bajan emocionados las vetustas escalerillas para sumergirse hasta la cintura y así participar de las sagradas ceremonias del acto de la ablución. Allí un pariente de estos turistas les tomaba una foto. al centralizarlos en la cámera nota que la mujer se esfuma. Inmediatamente ve que el joven marido la busca desesperado y estupefacto.
En Francia, el periódico Le Monde, da cuenta del raro suceso ocurrido en un circo de París. Dice que mientras un acróbata ejecutaba un difícil salto mortal, el otro volantinero que lo esperaba con las manos extendidas se esvanesce, ha desaparecido, el trapecio se bambolea solo en lo alto del espacio. El acróbata que se había lanzado, ha caído sobre la red protectora y se ha salvado. El público se escandalizó en asombroso grito, pero nunca supieron el destino del acróbata esfumado.
En Puerto Rico ocurrió también, un extraño caso, en en el cual un juez de cierta instancia, condenó a un ex agente policiaco a cumplir cadena perpetua por el asesinato de una bailarina. Lo exótico es que el cuerpo de la occisa nunca apareció a pesar de grandes esfuerzos en búsqueda tenaz. Dicen que el acusado declaraba que ella había desaparecido frente a sus ojos.
Detengámonos por un momento, en la oficina del cardiólogo Dr. Diaz Bolego.
En la sala de espera se sentía un ambiente álgido. En las paredes algunos cuadros aludían a ciertas costumbres de sana convivencia : desempeño de ejercicios, otros mostraban comidas frugales en las que se destacaban la presencia de vegetales vaiados, entre ellos zanahorias. La mayoría de los pacientes veían la televisión. El aparato estaba bastante elevado en la pared. El volumen del sonido no alcanzaba los decibeles deseados. Algunos no lo oían bien, pero se eximían de iniciar gestión alguna para aumentarlo.
La pantalla transmitía el parte de una huelga enardecida. Todos vieron la intervención de un policía con un ciudadano que excesivamente alterado discutía en forma acalorada con el agente. Los pacientes sorprendidos vieron como ese huelguista se esfumaba ante la mirada del guardia. El oficial exhibió una cara de resignación. Los pacientes comprendieron la evanescencia del hombre. Alguien arguyó que el don se había agitado demasiado.
En la sala de espera, la segretaria del doctor Diaz Bolego se comunicaba por teléfono. Alguien gestionaba una cita con premura. Después de anotar su nombre, le habló nuevamente para informarle al interlocutor la fecha y hora de la intervención médica. Nadie respondía al otro lado del teléfono a su insistencia. Se oía, al fondo, una música sutil, pero nadie respondía. Al cabo, otra persona de distinto sexo, atendió la llamada.
-- Mire señora, -- dijo la secretaria -- es para darle la fecha de la cita al señor que acaba de llamar.
Un tanto afligida, la señora que atiende la llamada de la secretaria le informa :
-- Ay, perdone, el pobrecito estaba muy malito. Acaba de morir. Le pasó tal como está ocurriendo últimamente, que la persona que muere se esfuma como cuando se apaga una luz. Al llegar aquí encontré el celular, la ropa y sus prendas en el piso, pero ya mi padre no estaba. Perdone y gracias.
Ahora la secretaria entra al consultorio del cardiólogo y, en ese instante ve al médico auscultando con su estetoscopio, el aire, el espacio vacío. A la secretaria le pareció gracioso, pero la actitud del galeno era la de un rostro contrariado y ella se dio pronta cuenta de lo acontecido. El médico le instó a que llamara a la casa del fenecido, para notificación de lo acaecido y que vinieran a buscar el auto al estacionamiento.
Mientras tanto los pacientes en la sala de espera, se entretenían observando unas bodas de octogenarios. La iglesia ardía de entusiasmo y candidez. Era abundante la presencia de familiares e invitados. Concurrían jóvenes como muestra de solidaridad con los recién casados. El alba era el color que destacaba en las rosas y lirios. Entre cintas y lazos. Sólo la alfombra en su longitud proyectaba el púrpura encendido sobre el pasillo central del templo. Los camarógrafos de televisión ejecutaban su oficio con destrezas y en silencio.
En el momento en que los desposados abandonaban el altar en medio de campanas de arrebatos y se escuchaban los tañidos, se echaban al aire una bandada de palomas.
Don francisco y doña Petra eran graduados del programa de alfabetización. La secretaria del cardiólogo, allá en su escritorio, presenciaba la boda por televisión junto a los pacientes en la sala. Cuando el matrimonio, cogidos de brazos comenzaba a franquear el umbral de la puerta principal del templo, en retirada hacia la calle, doña Petra escatologó.
Se esfumó su cuerpo, pero por breves segundos don Francisco no se percató porque aún continuó con su brazo izquierdo encorvado como si el brazo de ella siguiera atado al de él. La rosa roja que portara ella en sus manos, caía al piso. También la indumentaria blanca y los zapatos. el juego de matrimonio rodaba su esplendor de oro por la calle. La secretaria y los pacientes suspiraron y algunos asomaban lágrimas a los ojos.
domingo, 3 de agosto de 2014
Romance de adolescentes en el lago
Hay un punto indeciso que se mueve en la lejanía;
la ilusión, la realidad de ser es, que me espera en
el tiempo y tiembla con giros de futuro.
Yo vi el lago de un color profundo, tanto que indeciso. Se notaba quieto en el rumor del silencio. Una barca atada a sus expiraciones, anhelaba huirse en sus aguas. Ella estaba allí sentada en la popa. Su rostro surgía en relieve sobre el fondo verde del lago.
Hacía frío. Las nubes venían de lontananza y retenían su viaje agrupándose tiznadas en el espacio. Eran esperanzas quebradas. Detuve la mirada en los grises cúmulos y recordé el comienzo de aquellos primeros días de mi vida. Todo en aquel tiempo eran ideas que apuntaban lejos. De noche en mi cuarto, organizaba las posibilidades de realizarlas y todo parecía alcanzable. No obstante me sentía lejos hasta de mí mismo; porque el camino apenas vislumbraba dos tobas allá en el fondo de la vida.
Todos los días el sol miraba sobre las montañas y me vi de pronto en una adolescencia avanzada. Tomé la pluma y, donde había escrito rosa, escribí hollín, donde apunté exuberancia, esbocé miseria; donde estampé luz, sellé con oscuridad. ¿ Qué me indujo a hacerlo ? Pues las duras realidades de la vida, cuando miré con ojos de adulto lo que había contemplado con ojos de niño.
Bajé la vista de las nubes a la voz insistente de su llamada. Miré al cielo de sus ojos y, había luz en ellos. La barca se tambaleaba por el movimiento de ella, semejando remar con sus brazos. Sonriendo me convidaba hacerme a la navegación. Cuando me aprestaba a desatar el bote, comenzó a cantar aquella canción que ella sabía que me gustaba tanto oirla en su voz, en su admirable y preciosa voz. ( Yo siempre estuve enamorado de su espíritu, de su alma. No necesariamente de aquel grácil cuerpo ni de sus preferencias, pero sí de la tangencia, la voz melodiosa, plena de notas armónicas me cautivó y me raptó como un cuadro de algún famoso artista, que al contemplarlo caí al abismo de sugerencias y fui llevado a un mundo de perspectivas infinitas por caminos de de una pasión eterna ). Las canciones populares tienen algo de efecto clásico y tocan más directamente la parte sensible que nos vuelca el alma a evocaciones.
Nos hicimos al lago y tomé los remos. Ella cantaba con la misma emoción de siempre. Con los remos se empujaba el agua descansada al fresco de la tarde. Parecía imprudencia interrumpir el reposo de aquellas aguas en la tarde sosegada. Cuando el golpe de los remos caía, se oía un chasquido delgado y burlón, acaso como para no negar la lógica de las leyes físicas; pero si mirábamos hacia lo lejos, ya no se percibía.
Nos alejábamos de las orillas donde quedaban allá, haciéndose más pequeños cada vez, algunos hombres que tiraban sus anzuelos. Parecía que aquellos pescadores nos despedían desde las orillas con alegres señales de manos; bien sabíamos que era el tirar del señuelo. A medida que nos deslizábamos lago adentro, el paisaje emergía más amplio. Las montañas azulosas y tupidas se dibujaban en oleajes informes que dejaban caer hasta la periferia del lago. Las praderas eran sabanas cultivadas de cañas de azúcar con matices de verde amarillo. la chimenea de una vieja centrar oxidada lanzaba nubes brunas que cargaba la brisa hasta dejarlas sobre los picos de las montañas.
El mugido de un buey despreocupado y dócil, como el espíritu de mi pueblo, llenaba el ámbito del lago. Las nubes se intensificaban en un gris obscuro y las aguas tomaban tonalidades de sombras. Ella concluyó la canción. Me miró y su mirada no llevaba sensualismo, más bien traslucía inteligencia. Extendió una mano y la apreté con la mía. Dejé de remar y recosté la cabeza sobre su falda. Eché la mirada al espacio y el cielo me parecía cercano por la negrura que se cernía en las nubes que lo cubrían.
Mientras ella pasaba sus manos sobre mi cabeza, continué pensando en la lucha por emanciparme de la anulación de mi espíritu como hombre de valor y trascendencia. Cuántos habían hecho ya afirmaciones ceñudas de mi mermado futuro! -- ¿ Con qué recursos vas a estudiar ? -- Preguntaban algunos como si enclavaran mallas de impedimentos. Hubo una persona que una noche se acercó a mí y me profetizó mi suerte.
" En Estados Unidos reclutan jóvenes y ganan buenos sueldos en la agricultura de aquellas tierras. No obstante, la verdad estaba en mi puño, y le apretaba con fuerza y me ilusionaba con ella. Me daba cuenta, que los que me hablaban de este modo no dejaban tras de sí ningún historial de una voluntad vigorosa que los moviera hacia realizaciones nobles. En cambio, eran seres de límites.
Pero yo soñaba con subir a cúspides de valores, porque creía en mí por encima de todo rumor y mal entendido. Qué hermosos aquellos días de intenso reto ! Todo lo emprendía con fuerzas y decisión. Leía libros que me parecían maravillosas : el cuento De los Apeninos a los Andes, se me figuraba un gran empleo de constancia y voluntad. Los cuentos de Hispanoamérica comenzaron a despertar en mí, un profundo amor por la literatura. Después cayeron bajo mis ojos otros libros más influyentes. Todas estas lecturas abrían mi alma en un florecer de ilusiones. Así se formaba dentro de mí el hombre. Días muy bonitos aquellos . Cada vez que me asomo a aquellos días mañaneros, siento una profunda satisfacción y un gran deseo de vivir.
Un trueno ensordecedor me trajo al presente de nuevo. El cielo se había obscurecido totalmente. Destellos de luz cruzaban el firmamento. la lluvia amenazaba inminentemente. Decidimos regresar; pero ya caían las primeras ráfagas de lluvias que crepitaban en el lago. Ella temerosa por la violencia de viento y aguacero, la oscuridad del paisaje y los relámpagos, se apegó a mi lado. Yo remaba con bríos, pero el lago parecía hacerse más ancho. La barca se tambaleaba de costado a costado y ella tiritaba de frío. Sus ojos se anegaban en lluvia, su cabello adormecido lucía más negro. Avanzamos, avanzamos...
El ancón surgía allá en un paisaje desteñido, destacándose varios botes de diversos colores. Extenuado y calenturiento a pesar de la lluvia que fustigaba con insistencia, dejé los remos para descansar un instante...
Todo fue hecho. el cielo se despejó y apareció en nácar y mármol. La chimenea de la vieja central había dejado de lanzar humaredas. Los hombres que se divertían tirando sus anzuelos a orillas del lago ya no estaban allí. Solos Elsa y yo quedábamos en la bonanza.
la ilusión, la realidad de ser es, que me espera en
el tiempo y tiembla con giros de futuro.
Yo vi el lago de un color profundo, tanto que indeciso. Se notaba quieto en el rumor del silencio. Una barca atada a sus expiraciones, anhelaba huirse en sus aguas. Ella estaba allí sentada en la popa. Su rostro surgía en relieve sobre el fondo verde del lago.
Hacía frío. Las nubes venían de lontananza y retenían su viaje agrupándose tiznadas en el espacio. Eran esperanzas quebradas. Detuve la mirada en los grises cúmulos y recordé el comienzo de aquellos primeros días de mi vida. Todo en aquel tiempo eran ideas que apuntaban lejos. De noche en mi cuarto, organizaba las posibilidades de realizarlas y todo parecía alcanzable. No obstante me sentía lejos hasta de mí mismo; porque el camino apenas vislumbraba dos tobas allá en el fondo de la vida.
Todos los días el sol miraba sobre las montañas y me vi de pronto en una adolescencia avanzada. Tomé la pluma y, donde había escrito rosa, escribí hollín, donde apunté exuberancia, esbocé miseria; donde estampé luz, sellé con oscuridad. ¿ Qué me indujo a hacerlo ? Pues las duras realidades de la vida, cuando miré con ojos de adulto lo que había contemplado con ojos de niño.
Bajé la vista de las nubes a la voz insistente de su llamada. Miré al cielo de sus ojos y, había luz en ellos. La barca se tambaleaba por el movimiento de ella, semejando remar con sus brazos. Sonriendo me convidaba hacerme a la navegación. Cuando me aprestaba a desatar el bote, comenzó a cantar aquella canción que ella sabía que me gustaba tanto oirla en su voz, en su admirable y preciosa voz. ( Yo siempre estuve enamorado de su espíritu, de su alma. No necesariamente de aquel grácil cuerpo ni de sus preferencias, pero sí de la tangencia, la voz melodiosa, plena de notas armónicas me cautivó y me raptó como un cuadro de algún famoso artista, que al contemplarlo caí al abismo de sugerencias y fui llevado a un mundo de perspectivas infinitas por caminos de de una pasión eterna ). Las canciones populares tienen algo de efecto clásico y tocan más directamente la parte sensible que nos vuelca el alma a evocaciones.
Nos hicimos al lago y tomé los remos. Ella cantaba con la misma emoción de siempre. Con los remos se empujaba el agua descansada al fresco de la tarde. Parecía imprudencia interrumpir el reposo de aquellas aguas en la tarde sosegada. Cuando el golpe de los remos caía, se oía un chasquido delgado y burlón, acaso como para no negar la lógica de las leyes físicas; pero si mirábamos hacia lo lejos, ya no se percibía.
Nos alejábamos de las orillas donde quedaban allá, haciéndose más pequeños cada vez, algunos hombres que tiraban sus anzuelos. Parecía que aquellos pescadores nos despedían desde las orillas con alegres señales de manos; bien sabíamos que era el tirar del señuelo. A medida que nos deslizábamos lago adentro, el paisaje emergía más amplio. Las montañas azulosas y tupidas se dibujaban en oleajes informes que dejaban caer hasta la periferia del lago. Las praderas eran sabanas cultivadas de cañas de azúcar con matices de verde amarillo. la chimenea de una vieja centrar oxidada lanzaba nubes brunas que cargaba la brisa hasta dejarlas sobre los picos de las montañas.
El mugido de un buey despreocupado y dócil, como el espíritu de mi pueblo, llenaba el ámbito del lago. Las nubes se intensificaban en un gris obscuro y las aguas tomaban tonalidades de sombras. Ella concluyó la canción. Me miró y su mirada no llevaba sensualismo, más bien traslucía inteligencia. Extendió una mano y la apreté con la mía. Dejé de remar y recosté la cabeza sobre su falda. Eché la mirada al espacio y el cielo me parecía cercano por la negrura que se cernía en las nubes que lo cubrían.
Mientras ella pasaba sus manos sobre mi cabeza, continué pensando en la lucha por emanciparme de la anulación de mi espíritu como hombre de valor y trascendencia. Cuántos habían hecho ya afirmaciones ceñudas de mi mermado futuro! -- ¿ Con qué recursos vas a estudiar ? -- Preguntaban algunos como si enclavaran mallas de impedimentos. Hubo una persona que una noche se acercó a mí y me profetizó mi suerte.
" En Estados Unidos reclutan jóvenes y ganan buenos sueldos en la agricultura de aquellas tierras. No obstante, la verdad estaba en mi puño, y le apretaba con fuerza y me ilusionaba con ella. Me daba cuenta, que los que me hablaban de este modo no dejaban tras de sí ningún historial de una voluntad vigorosa que los moviera hacia realizaciones nobles. En cambio, eran seres de límites.
Pero yo soñaba con subir a cúspides de valores, porque creía en mí por encima de todo rumor y mal entendido. Qué hermosos aquellos días de intenso reto ! Todo lo emprendía con fuerzas y decisión. Leía libros que me parecían maravillosas : el cuento De los Apeninos a los Andes, se me figuraba un gran empleo de constancia y voluntad. Los cuentos de Hispanoamérica comenzaron a despertar en mí, un profundo amor por la literatura. Después cayeron bajo mis ojos otros libros más influyentes. Todas estas lecturas abrían mi alma en un florecer de ilusiones. Así se formaba dentro de mí el hombre. Días muy bonitos aquellos . Cada vez que me asomo a aquellos días mañaneros, siento una profunda satisfacción y un gran deseo de vivir.
Un trueno ensordecedor me trajo al presente de nuevo. El cielo se había obscurecido totalmente. Destellos de luz cruzaban el firmamento. la lluvia amenazaba inminentemente. Decidimos regresar; pero ya caían las primeras ráfagas de lluvias que crepitaban en el lago. Ella temerosa por la violencia de viento y aguacero, la oscuridad del paisaje y los relámpagos, se apegó a mi lado. Yo remaba con bríos, pero el lago parecía hacerse más ancho. La barca se tambaleaba de costado a costado y ella tiritaba de frío. Sus ojos se anegaban en lluvia, su cabello adormecido lucía más negro. Avanzamos, avanzamos...
El ancón surgía allá en un paisaje desteñido, destacándose varios botes de diversos colores. Extenuado y calenturiento a pesar de la lluvia que fustigaba con insistencia, dejé los remos para descansar un instante...
Todo fue hecho. el cielo se despejó y apareció en nácar y mármol. La chimenea de la vieja central había dejado de lanzar humaredas. Los hombres que se divertían tirando sus anzuelos a orillas del lago ya no estaban allí. Solos Elsa y yo quedábamos en la bonanza.
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Cuento dialogado
Oye! Qué mesa más brillante.
Es una mesita de noche, cuyo brillo es intenso.
Sí, pero impresiona su esplendor.
Yo creo que es caoba bien terminada por el ebanista.
Voy a comprarla.
Pero no tengas prisa por comprarla.
Es que se vería bonita en casa.
Y ahí también. La podemos venir a ver cuantas veces se nos ocurra.
Es que alguien la comprará.
Entonces, ¿qué?
Es verdad, no nos hace falta. Vamos a entrar para tocarla.
Vamos.
Hum, qué grato olor a cosas nuevas. Fíjate en aquella lámpara tan curiosa.
Son dos cosas que no necesitamos, en casa hay mesita de noche y lámparas.
Cierto, si hubiese espacio la compraría.
Ayer me decías, que no encuentras qué hacer con un televisor que aún está en caja y no tenemos lugar para él.
Fíjate, la mesa no sólo brilla, sino que tiene suavidad y ternura.
¿Ternura, una mesita de noche?
Sí, esta mesa de caoba, en su configuración y diseño con el rielo de su color, en la suavidad de su trabajo, con la discreción de la estructura y la originalidad en la obra nace y expresa su ternura.
Oye, pero no veo nada más que una mesita de noche.
Pues es tiernamente atractiva.
Bueno, ya la tocaste bastante.
Mira aquí se está bien. toda esta gente compra. Unos callados con la mirada sobre los objetos, otros en grupos, hablan sin temor de que escuchen sus observaciones.
Ellos a lo mejor, compran por primera vez en el año.
No lo sé.
Nosotros con frecuencia.
Es como divertirse, como viajar. Se llena uno de ilusiones. ¿No te has fijado en la altura de esta mesa de pieza?
Lo normal que todas las mesitas de noche.
Pues claro, ese es uno de sus atractivos. Si fuera más baja o más alta perdería su originalidad.
Yo no veo en su altura, nada sorprendente.
Pienso cómo se vería el libro que acabo de comprar, dejado sobre ella esperando que lo tome para abrir sus páginas y leerlo. O terminada la lectura, quedaría reposado como una rosa sobre la mesa. Caramba no me fijé si la numeración de las páginas figuran en el cabezote o al pie de la hoja.
Eso es trivial.
No para mí. No me gustaría bajar la vista para ver los ojos de alguien, en la zona del ombligo.
Búscalo en el bolso y compruébalo.
No puedo el libro está envuelto en papel de regalo, para hacerme cierta ilusión. Recuerda que mañana cumplo año.
Nunca lo he olvidado en doce años.
La mesa sería un buen regalo.
Tu regalo ya está en casa.
Toma: un beso como adelanto.¿ Por qué pondrían esta mesa sobre un tapiz?
Para que luzca competente.
Nunca las mesas de noche se colocan sobre alfombras.
Sin embargo, con las mesas de los muebles de sala, si faltara una alfombra total, se puede cubrir el área de la mesa de mueble, con una pequeña alfombra ovalada o de cualquier simetría.
Es cierto, las mesitas de noche no llevan estera.
Aquí no se ve mal.
Pero en el cuarto se vería horrible.
La originalidad, en estas cosas, comienza cuando se ensaya lo inesperado, lo nunca antes intentado.
Mira los motivos en la alfombra. Son libros abiertos y libros cerrados.
Ahora se comprende por qué está colocada sobre este pequeño tapiz. Tiene además, una flor en un florero en el ángulo derecho inferior.
De comprar la mesa llevaría también, la alfombra.
Bueno sería mandatorio.
Entonces no sería tan horrible.
No lo sería.
Pues compraré ambas cosas.
Mira lo que descubrí en la gaveta. Un compartimiento secreto, con su lave.
La mesita se las trae. Cualquiera diría que está hecha por Ismael Luciano.
La parte de abajo es cómoda para libros.
Y para revistas.
Tenemos que conseguir un catálogo de enseres de cocina. ( Alfaires de cuisine ).
Qué disparate.
Es algo que aprendí en francés.
¿Vas a comprar artículos de cocina?
Algunas cosas. Tazas platillos y sartenes.
¿Para que será este saquito granulado que dejaron en la gaveta?
Para la humedad. Evitar la humedad.
Siempre me ha parecido que estas cosas son inefectivas.
No agites el saquito con tus dedos.
¿ Necesitan, ustedes, ayuda?
No, gracias.
Te fijas por qué no debías blandir el saquito.
Lo comprendo.
Vamos a trasmitirle que queremos comprar la mesa de noche y la estera.
Vamos.
Pasen por la caja.
Necesitamos algún catálogo de enseres de cocina.
Nosotros queremos esa mesa de noche, la que está empaquetada no nos interesa.
Bien les daremos ésta.
Carmen : ¿ qué opinas de esta vajilla?
Tienes buen gusto no lo puedo negar.
Es que todas están bellísimas; habría que comprarlas todas.
Ni que fuéramos un almacén.Compremos ésta.
Veamos más opciones.
Faltan los sartenes.
Están más allá.
Sartén en francés, su escritura recuerda a la poesía.
¿Por qué?
Se escribe poele, con casilla sobre la e. Pero su dicción se aleja de ese sentido. [pual].
Pual qué no te callas.
Graciosa.
Estoy parodiando al rey de España.
Compraremos la vajilla. La primera que vimos, por el diseño oriental. Es una rareza.
Comiendo espaguetti con los finos palillos.
La cháchara de los clientes ha aumentado.
Parecen más numerosos.
Avancemos a ver más cosas.
¿Por qué la prisa?
Si hay algo que me interesa lo pueden agarrar ellos primero.
No tengas temor, en casa hay suficientes cosas.
Pero fíjate que hemos salido a comprar.
Doce años de colección, satura la vida.
Hemos convenido en que comprar es pasear.
Sí, y pasear no obliga a comprar.
Es verdad. A veces medito por qué compramos.
¿ No puedes detenerte ?
No puedo. O mejor dicho, me aguanto cuando no tengo dinero.
Vamos a pagar la vajilla y los sartenes. Los sartenes tienen revestimiento de teflón.
Cosa buena, hasta que investiguen si es carcinógeno.
Carcinógeno es todo, dado el caso de la contaminación totalizante.
Menos las flores y las hierbas silvestres si se cala de agua.
Es un alimento accesible.
Las flores se pueden comprar.
La hierba es un alimento que la humanidad alcanza gratis.
En algunos países existen pueblos o aldeas que no la poseen, son casi desérticos, muy áridos.
¿Cómo podrán vivir sin comprar ?
--------------------------0--------------------------------------
Mi amor, ¿te acuerda de la mesita de noche que compramos hace algunos años?
Mírala sosteniendo una maceta de geranios rojos, en la terraza.
Es una mesita de noche, cuyo brillo es intenso.
Sí, pero impresiona su esplendor.
Yo creo que es caoba bien terminada por el ebanista.
Voy a comprarla.
Pero no tengas prisa por comprarla.
Es que se vería bonita en casa.
Y ahí también. La podemos venir a ver cuantas veces se nos ocurra.
Es que alguien la comprará.
Entonces, ¿qué?
Es verdad, no nos hace falta. Vamos a entrar para tocarla.
Vamos.
Hum, qué grato olor a cosas nuevas. Fíjate en aquella lámpara tan curiosa.
Son dos cosas que no necesitamos, en casa hay mesita de noche y lámparas.
Cierto, si hubiese espacio la compraría.
Ayer me decías, que no encuentras qué hacer con un televisor que aún está en caja y no tenemos lugar para él.
Fíjate, la mesa no sólo brilla, sino que tiene suavidad y ternura.
¿Ternura, una mesita de noche?
Sí, esta mesa de caoba, en su configuración y diseño con el rielo de su color, en la suavidad de su trabajo, con la discreción de la estructura y la originalidad en la obra nace y expresa su ternura.
Oye, pero no veo nada más que una mesita de noche.
Pues es tiernamente atractiva.
Bueno, ya la tocaste bastante.
Mira aquí se está bien. toda esta gente compra. Unos callados con la mirada sobre los objetos, otros en grupos, hablan sin temor de que escuchen sus observaciones.
Ellos a lo mejor, compran por primera vez en el año.
No lo sé.
Nosotros con frecuencia.
Es como divertirse, como viajar. Se llena uno de ilusiones. ¿No te has fijado en la altura de esta mesa de pieza?
Lo normal que todas las mesitas de noche.
Pues claro, ese es uno de sus atractivos. Si fuera más baja o más alta perdería su originalidad.
Yo no veo en su altura, nada sorprendente.
Pienso cómo se vería el libro que acabo de comprar, dejado sobre ella esperando que lo tome para abrir sus páginas y leerlo. O terminada la lectura, quedaría reposado como una rosa sobre la mesa. Caramba no me fijé si la numeración de las páginas figuran en el cabezote o al pie de la hoja.
Eso es trivial.
No para mí. No me gustaría bajar la vista para ver los ojos de alguien, en la zona del ombligo.
Búscalo en el bolso y compruébalo.
No puedo el libro está envuelto en papel de regalo, para hacerme cierta ilusión. Recuerda que mañana cumplo año.
Nunca lo he olvidado en doce años.
La mesa sería un buen regalo.
Tu regalo ya está en casa.
Toma: un beso como adelanto.¿ Por qué pondrían esta mesa sobre un tapiz?
Para que luzca competente.
Nunca las mesas de noche se colocan sobre alfombras.
Sin embargo, con las mesas de los muebles de sala, si faltara una alfombra total, se puede cubrir el área de la mesa de mueble, con una pequeña alfombra ovalada o de cualquier simetría.
Es cierto, las mesitas de noche no llevan estera.
Aquí no se ve mal.
Pero en el cuarto se vería horrible.
La originalidad, en estas cosas, comienza cuando se ensaya lo inesperado, lo nunca antes intentado.
Mira los motivos en la alfombra. Son libros abiertos y libros cerrados.
Ahora se comprende por qué está colocada sobre este pequeño tapiz. Tiene además, una flor en un florero en el ángulo derecho inferior.
De comprar la mesa llevaría también, la alfombra.
Bueno sería mandatorio.
Entonces no sería tan horrible.
No lo sería.
Pues compraré ambas cosas.
Mira lo que descubrí en la gaveta. Un compartimiento secreto, con su lave.
La mesita se las trae. Cualquiera diría que está hecha por Ismael Luciano.
La parte de abajo es cómoda para libros.
Y para revistas.
Tenemos que conseguir un catálogo de enseres de cocina. ( Alfaires de cuisine ).
Qué disparate.
Es algo que aprendí en francés.
¿Vas a comprar artículos de cocina?
Algunas cosas. Tazas platillos y sartenes.
¿Para que será este saquito granulado que dejaron en la gaveta?
Para la humedad. Evitar la humedad.
Siempre me ha parecido que estas cosas son inefectivas.
No agites el saquito con tus dedos.
¿ Necesitan, ustedes, ayuda?
No, gracias.
Te fijas por qué no debías blandir el saquito.
Lo comprendo.
Vamos a trasmitirle que queremos comprar la mesa de noche y la estera.
Vamos.
Pasen por la caja.
Necesitamos algún catálogo de enseres de cocina.
Nosotros queremos esa mesa de noche, la que está empaquetada no nos interesa.
Bien les daremos ésta.
Carmen : ¿ qué opinas de esta vajilla?
Tienes buen gusto no lo puedo negar.
Es que todas están bellísimas; habría que comprarlas todas.
Ni que fuéramos un almacén.Compremos ésta.
Veamos más opciones.
Faltan los sartenes.
Están más allá.
Sartén en francés, su escritura recuerda a la poesía.
¿Por qué?
Se escribe poele, con casilla sobre la e. Pero su dicción se aleja de ese sentido. [pual].
Pual qué no te callas.
Graciosa.
Estoy parodiando al rey de España.
Compraremos la vajilla. La primera que vimos, por el diseño oriental. Es una rareza.
Comiendo espaguetti con los finos palillos.
La cháchara de los clientes ha aumentado.
Parecen más numerosos.
Avancemos a ver más cosas.
¿Por qué la prisa?
Si hay algo que me interesa lo pueden agarrar ellos primero.
No tengas temor, en casa hay suficientes cosas.
Pero fíjate que hemos salido a comprar.
Doce años de colección, satura la vida.
Hemos convenido en que comprar es pasear.
Sí, y pasear no obliga a comprar.
Es verdad. A veces medito por qué compramos.
¿ No puedes detenerte ?
No puedo. O mejor dicho, me aguanto cuando no tengo dinero.
Vamos a pagar la vajilla y los sartenes. Los sartenes tienen revestimiento de teflón.
Cosa buena, hasta que investiguen si es carcinógeno.
Carcinógeno es todo, dado el caso de la contaminación totalizante.
Menos las flores y las hierbas silvestres si se cala de agua.
Es un alimento accesible.
Las flores se pueden comprar.
La hierba es un alimento que la humanidad alcanza gratis.
En algunos países existen pueblos o aldeas que no la poseen, son casi desérticos, muy áridos.
¿Cómo podrán vivir sin comprar ?
--------------------------0--------------------------------------
Mi amor, ¿te acuerda de la mesita de noche que compramos hace algunos años?
Mírala sosteniendo una maceta de geranios rojos, en la terraza.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Historia de una pianista de cine mudo
Lares 1920- 1930. Una carretera central única entraba al pueblo. Por el oeste se encontraba con San Sebastián, hacia el norte conducía al pueblo de Arecibo. En algunos trechos no se veían aceras. Las casas en abrumadora mayoría, eran de maderas techadas de zinc. Sólo una de mampostería fue techada de tejas imbricadas sobre un armazón de recias piezas del país. Aquélla era la casa pastoral. Ya existía la escuela Superior Domingo Aponte Collazo, que albergaba a estudiantes, además de los lareños, a alumnos del Pepino, porque allá no contaban con Alta Escuela.
Los días y las noches transcurrían sosegadas y frescas. No se conocía el calor. Todos los habitantes barajaban nombres, apellidos y hasta los apodos : la Sirena, Reina Mora, el Ratón, Dick Tracy, el Chango, el Caballo, Pedro Giga, el Chivo, Chita, los Alemanes, la Jirafa, el Curío, Limpia- Nío, Chucho la Perra, Moncho Díos, Machuelo, Miguel el Camello, Chotera, la Malanga.
Pocos automóviles transitaban la calle. Los muchachos de entonces, conocían los autos y camiones por sus bocinas y por el sonido de los motores. Sabían si el carro era de Genarito, de Guillermo Vélez o si el camión era de Monchito Irizarry o de Ángel Ríos, aquel hombre alto que fumaba cigarros, de atractiva presencia y que asesinó a su suegro, Carlitos Valentín. Todos podían adivinar la marca del carro y el dueño o conductor : si era Castellano, si era " el Nene ", si aparecía el auto privado del hacendado don Pepe Márquez o el automóvil de los Alcover. Mientras tanto, jugaban en la carretera distintos juegos : billarda, pelota o canicas entre otros sencillos deportes.
Carlitos Valentín era un tipo de ebanista , hojalatero y mecánico que fabricaba las masas de romper café para las maquinaria en los campos. Con ellas se despulpaba el aromoso grano traído de la cosecha. Al momento de morir, estaba laborando en un importante pedido de Cuba.
Después del asesinato, don Paco Paralitici, quien era un diestro ebanista, terminó el pedido de Cuba y cuando le enviaron el dinero, don Paco con su hijo Guilín Paralitici, le llevaron el pago a la viuda doña María Reyes, quien le agradeció tan noble proceder.
La muerte de Carlitos Valentín pudo ser evitada, como todos los hechos en cada ocurrencia.
Ángel Ríos llegó tarde de la capital en funciones de camionero. Herminia su esposa, alentaba celos. Hubo una discusión matrimonial. A los gritos, Carlitos Valentín, que vivía cerca, se movió hasta la casa de su hija. Discutieron yerno y suegro. Ángel Ríos tomó una pieza de acero de un automóvil que era chatarra y le impactó con ella la frente de Carlitos, quien murió al instante.
Con los años el hijo varón de Herminia, Rubén, en su adolescencia se trasladó a San Juan a vivir con su padre. Después ingresó al ejército. Cumplió con la carrera militar. se hizo abogado. Se fue a vivir a Nueva York y jamás volvió a ver su madre y abuela.
Herminia y su madre María Reyes, murieron en la miseria padeciendo aquella angustia de ser abandonadas.
Naturalmente, por quella época las oportunidades de empleos residían en las faenas agrícolas. La pobre y limitadas vías de transportación era uno de los impedimentos para que se instalaran industrias y talleres en Lares.
Para entonces existía una fábrica de hacer botones para ropa. Estaba ubicada en el sector Borinquen y su materia prima era el nácar.
Este material era traído en estratos o lajas en camiones hasta la fábrica. La industria poseía una máquina que perforaba la lastra, salían unos cilindros del espesor o tamaño de los botones a fabricarse. Después de esta labor constante durante el día, quedaba un sobrante esquelético de las lastras de nácar. Estos eran residuos que al formarse montañas
o dunas de nácar durante el mes, un camión del hacendado Pepe Márquez lo iba replantando, regando y aplanando sobre la superficie de la calle que conducía a su casa.
en el verano esa carretera centelleaba con plena fosforescencia por el brillo del nácar.
Habían dos familias que se sustentaban de lo poco que el cinematógrafo podía pagarles. Para entonces el cine era mudo. Para darle emoción a las escenas se empleaban músicos que tuvieran conocimiento de arias de música clásica. Que pudieran transmitir momentos de suspenso, de sorpresivos impactos, de sutiles espacios románticos, de sentido de persecución o de impresiones de terror.
Doña Isaura Otero de Muñoz y don Pepe Feliciano desempeñaban esa extraordinaria función. No sé si tendrían que ver la película con anterioridad, para ensayar la coordinación exacta, pero lo cierto es que todas las noches siempre salían triunfantes y el público satisfecho. A don Pepe Feliciano le faltaba una pierna. Tocaba violín en el cine, en su casa, enseñaba solfeo y violín. Cuando se desplazaba al cine usaba una prótesis.
Doña Isaura Otero de Muñoz tocaba el piano, pero el de su casa andaba descompuesto. Esperaban siempre a un señor de Quebradillas, que afinaba y componía pianos. Parecía estar muy ocupado por los pueblos limítrofes, porque no acudía a los reclamos de doña Isaura.
Durante la proyección de la película muda, en aquel cine donde estuvo el edificio Villa Ana Luisa, el piano que tocaba doña Isaura y le acompañaba don Pepe en violín, se situaban bien disimulados a un extremo del escenario.
El público se sacudía en los asientos y se sobresaltaba de impresiones momentáneas de nerviosismo, frente a escenas de terror acopladas a los súbitos crescendos y arrancadas de notas y tonos altos que se precipitaban del piano y violín. Como si un director de orquesta enarbolara su batuta, ademanes y gestos frente a ellos. Salían de sus instrumentos las rapsodias de Béla Bartók, los movimientos de Claro de luna, de Beethoven, arias de la Traviata de Verdi, fragmentos de Sacre du Printemps, de Stravinsky. Entonces el espectador entendía con atención sublime, con emotividad la película aunque muda.
Un acontecimiento ocurrido en Nueva York, en 1927, afectaría destructivamente, sobre todo, a doña Isaura Otero de Muñoz. Para esa fecha se proyectó la primera película comercial sonora. Las imágenes aparecían sincronizadas a los sonidos. Las películas serían desde ese momento, habladas.
Una mañana triste : el sol estaba velado por las brumas y calígine. Una fina lluvia intermitente acompañada de un cierzo intimidante cubría a Lares.
Aquella mañana llegó un emisario del dueño del cine a entregarle a doña Isaura un cheque y una nota de despido que contenía con pormenores las razones de la impuesta renuncia. Así quedaba cesante de sus funciones musicales.
Doña Isaura estaba impedida de usar su piano por ruptura y deterioro. No podía enseñar a alumnos. De manera, que al agotarse el dinero remanente, comenzaron días desafortunados. Ya no se veían llegar las compras de otros tiempos repletas de alimentos.
Doña Isaura hacía años era viuda. Sus hijos frente a la penuria, embarcaron. Doña Isaura enfermó.
Al poco tiempo colocaron un crespón negro sobre su puerta.
Los días y las noches transcurrían sosegadas y frescas. No se conocía el calor. Todos los habitantes barajaban nombres, apellidos y hasta los apodos : la Sirena, Reina Mora, el Ratón, Dick Tracy, el Chango, el Caballo, Pedro Giga, el Chivo, Chita, los Alemanes, la Jirafa, el Curío, Limpia- Nío, Chucho la Perra, Moncho Díos, Machuelo, Miguel el Camello, Chotera, la Malanga.
Pocos automóviles transitaban la calle. Los muchachos de entonces, conocían los autos y camiones por sus bocinas y por el sonido de los motores. Sabían si el carro era de Genarito, de Guillermo Vélez o si el camión era de Monchito Irizarry o de Ángel Ríos, aquel hombre alto que fumaba cigarros, de atractiva presencia y que asesinó a su suegro, Carlitos Valentín. Todos podían adivinar la marca del carro y el dueño o conductor : si era Castellano, si era " el Nene ", si aparecía el auto privado del hacendado don Pepe Márquez o el automóvil de los Alcover. Mientras tanto, jugaban en la carretera distintos juegos : billarda, pelota o canicas entre otros sencillos deportes.
Carlitos Valentín era un tipo de ebanista , hojalatero y mecánico que fabricaba las masas de romper café para las maquinaria en los campos. Con ellas se despulpaba el aromoso grano traído de la cosecha. Al momento de morir, estaba laborando en un importante pedido de Cuba.
Después del asesinato, don Paco Paralitici, quien era un diestro ebanista, terminó el pedido de Cuba y cuando le enviaron el dinero, don Paco con su hijo Guilín Paralitici, le llevaron el pago a la viuda doña María Reyes, quien le agradeció tan noble proceder.
La muerte de Carlitos Valentín pudo ser evitada, como todos los hechos en cada ocurrencia.
Ángel Ríos llegó tarde de la capital en funciones de camionero. Herminia su esposa, alentaba celos. Hubo una discusión matrimonial. A los gritos, Carlitos Valentín, que vivía cerca, se movió hasta la casa de su hija. Discutieron yerno y suegro. Ángel Ríos tomó una pieza de acero de un automóvil que era chatarra y le impactó con ella la frente de Carlitos, quien murió al instante.
Con los años el hijo varón de Herminia, Rubén, en su adolescencia se trasladó a San Juan a vivir con su padre. Después ingresó al ejército. Cumplió con la carrera militar. se hizo abogado. Se fue a vivir a Nueva York y jamás volvió a ver su madre y abuela.
Herminia y su madre María Reyes, murieron en la miseria padeciendo aquella angustia de ser abandonadas.
Naturalmente, por quella época las oportunidades de empleos residían en las faenas agrícolas. La pobre y limitadas vías de transportación era uno de los impedimentos para que se instalaran industrias y talleres en Lares.
Para entonces existía una fábrica de hacer botones para ropa. Estaba ubicada en el sector Borinquen y su materia prima era el nácar.
Este material era traído en estratos o lajas en camiones hasta la fábrica. La industria poseía una máquina que perforaba la lastra, salían unos cilindros del espesor o tamaño de los botones a fabricarse. Después de esta labor constante durante el día, quedaba un sobrante esquelético de las lastras de nácar. Estos eran residuos que al formarse montañas
o dunas de nácar durante el mes, un camión del hacendado Pepe Márquez lo iba replantando, regando y aplanando sobre la superficie de la calle que conducía a su casa.
en el verano esa carretera centelleaba con plena fosforescencia por el brillo del nácar.
Habían dos familias que se sustentaban de lo poco que el cinematógrafo podía pagarles. Para entonces el cine era mudo. Para darle emoción a las escenas se empleaban músicos que tuvieran conocimiento de arias de música clásica. Que pudieran transmitir momentos de suspenso, de sorpresivos impactos, de sutiles espacios románticos, de sentido de persecución o de impresiones de terror.
Doña Isaura Otero de Muñoz y don Pepe Feliciano desempeñaban esa extraordinaria función. No sé si tendrían que ver la película con anterioridad, para ensayar la coordinación exacta, pero lo cierto es que todas las noches siempre salían triunfantes y el público satisfecho. A don Pepe Feliciano le faltaba una pierna. Tocaba violín en el cine, en su casa, enseñaba solfeo y violín. Cuando se desplazaba al cine usaba una prótesis.
Doña Isaura Otero de Muñoz tocaba el piano, pero el de su casa andaba descompuesto. Esperaban siempre a un señor de Quebradillas, que afinaba y componía pianos. Parecía estar muy ocupado por los pueblos limítrofes, porque no acudía a los reclamos de doña Isaura.
Durante la proyección de la película muda, en aquel cine donde estuvo el edificio Villa Ana Luisa, el piano que tocaba doña Isaura y le acompañaba don Pepe en violín, se situaban bien disimulados a un extremo del escenario.
El público se sacudía en los asientos y se sobresaltaba de impresiones momentáneas de nerviosismo, frente a escenas de terror acopladas a los súbitos crescendos y arrancadas de notas y tonos altos que se precipitaban del piano y violín. Como si un director de orquesta enarbolara su batuta, ademanes y gestos frente a ellos. Salían de sus instrumentos las rapsodias de Béla Bartók, los movimientos de Claro de luna, de Beethoven, arias de la Traviata de Verdi, fragmentos de Sacre du Printemps, de Stravinsky. Entonces el espectador entendía con atención sublime, con emotividad la película aunque muda.
Un acontecimiento ocurrido en Nueva York, en 1927, afectaría destructivamente, sobre todo, a doña Isaura Otero de Muñoz. Para esa fecha se proyectó la primera película comercial sonora. Las imágenes aparecían sincronizadas a los sonidos. Las películas serían desde ese momento, habladas.
Una mañana triste : el sol estaba velado por las brumas y calígine. Una fina lluvia intermitente acompañada de un cierzo intimidante cubría a Lares.
Aquella mañana llegó un emisario del dueño del cine a entregarle a doña Isaura un cheque y una nota de despido que contenía con pormenores las razones de la impuesta renuncia. Así quedaba cesante de sus funciones musicales.
Doña Isaura estaba impedida de usar su piano por ruptura y deterioro. No podía enseñar a alumnos. De manera, que al agotarse el dinero remanente, comenzaron días desafortunados. Ya no se veían llegar las compras de otros tiempos repletas de alimentos.
Doña Isaura hacía años era viuda. Sus hijos frente a la penuria, embarcaron. Doña Isaura enfermó.
Al poco tiempo colocaron un crespón negro sobre su puerta.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Herminia
Los golpes del péndulo en la silenciosa noche de la casa sin reloj. Como si fuera una naturaleza caracterizante de ese momento de meridiano pasado.
Tres sonidos apagados, no muy distantes, en tono menor y, cada uno más sosegado, de entonación débil. Como si el ambiente nochesco alcanzara un punto climático.
Era la hora trece, ese instante misterioso que nadie cuenta, en el espacio comprendido entre las doce y la una de madrugada.
La naturaleza se encargó de ponerle sonido : el triste toque de los pensiles metálicos en los relojes de pared.
Es cierto, no los escucha todo oído. Como no toda persona ve la rana en los relieves de los distintivos barrocos de la fachada de la universidad de Salamanca. Así tampoco, no todas las personas pueden percibir la música de los astros en el curso de sus órbitas.
En el cuento Aleph de Borges, se narra un punto estratégico donde se puede ver todas las cosas del mundo proyectadas, pero ocurre específicamente en aquel sitio.
Estos tres sonidos pendulares en desoladas y dormidas percusiones en declinación.
No se podría decir que se oían con sutileza, no se oían : era una percepción del espíritu : no entraba por el oído. Se hacía tenue presencia en el estado anímico. Entonces pensaba en los sonidos del reloj de pared, en ese preciso momento de lo profundo de la negra oscuridad.
En la noche rozaron mis brazos y la espalda, unas ráfagas de efluvios helados en la oscura soledad. Al mismo tiempo que los espasmos, en aquel silencio absoluto cayeron en el aposento los tres tañidos sordos y lejanos, pero de una lejanía del fondo de la casa : los sonidos del péndulo parecían oírse cada uno en alcoba distintas, con intensidad apagada en descenso. Esto me hizo pensar en ese espacio tan largo, entre las doce y la una. La hora trece que nadie cuenta, pero que transcurre callada y apelmazada, tan serena que te hace sentir las estrellas arder fuera del hogar, allá en el cielo húmedo y resbaladizo. Presumo que aquella noche asombrarían los búhos con su oculto péndulo entre la maraña del follaje.
Estuve tentado a levantarme. Me incorporé, cuando sentí la fría madera bajo mis cálidos pies, no†e el choque de temperaturas. Miré entre las celosías, pero la noche era cerrada a fuera y sólo se percibía a la sordina, los signos moderados de la multitud de insectos.
Decidí no encender las luces, pues hubiera estropeado el encanto de aquella hora misteriosa como un barco fantasma. La noche era fría, pues había llovido. Sentía el retazo del agua resbalar en gotas por los canalillos del zinc sobre la ventana.
Mi cuerpo se cobijaba por la calidez de las piyamas. Salí al pasillo envuelto en una oscuridad que no me era ajena, porque conocía por donde afirmaba mis pasos. Aunque no me resultaba extraña, aquella oscura noche se había asentado en la casa como la oscura sombra del fondo de un pozo. Me encontré primero, con la cocina y contiguo a ella figuraba el comedor. Abrí la ventana de dos hojas, con antiguas celosías. A fuera dormía la espesura perteneciente a la finca de la casa. No se distinguía la vegetación, todo era negro como la noche de borrasca en alta mar. Pude colegir como la entrada súbita de mayor oscuridad adentro en mi entorno.
Entonces reconocí el sonido del agua que el grifo abierto facilitaba su expulsión. Allí junto al fregadero, Herminia restregaba una cuchara y con la yema de su pulgar frotaba lo cóncavo del utensilio.
Herminia fue afectada por un derrame cerebral y quedó impedida de toda su parte izquierda. La pude reconocer cuando me miró e identifiqué sus grandes ojos y su mirada agobiada. Mi prima había muerto varias décadas atrás. Ahora le circunscribía un óvalo de claridad sobre su imagen. Junto a la mesa del refectorio estaba sentada su inseparable madre, tía María. Pero ella miraba únicamente hacia su hija. Tía había muerto antes que Herminia. También un tenue nimbo la rodeaba. Eran dos aperturas de triste luz y desaparecieron al instante borrando sus imágenes.
Pude moverme hacia el aposento. Me desplazaba sumido en el recuerdo de mis parientes.
Llevaba la impresión de caminar metido entre dos noches : la penumbra de mi mundo interior y la ceñuda noche que me rodeaba.
Tres sonidos apagados, no muy distantes, en tono menor y, cada uno más sosegado, de entonación débil. Como si el ambiente nochesco alcanzara un punto climático.
Era la hora trece, ese instante misterioso que nadie cuenta, en el espacio comprendido entre las doce y la una de madrugada.
La naturaleza se encargó de ponerle sonido : el triste toque de los pensiles metálicos en los relojes de pared.
Es cierto, no los escucha todo oído. Como no toda persona ve la rana en los relieves de los distintivos barrocos de la fachada de la universidad de Salamanca. Así tampoco, no todas las personas pueden percibir la música de los astros en el curso de sus órbitas.
En el cuento Aleph de Borges, se narra un punto estratégico donde se puede ver todas las cosas del mundo proyectadas, pero ocurre específicamente en aquel sitio.
Estos tres sonidos pendulares en desoladas y dormidas percusiones en declinación.
No se podría decir que se oían con sutileza, no se oían : era una percepción del espíritu : no entraba por el oído. Se hacía tenue presencia en el estado anímico. Entonces pensaba en los sonidos del reloj de pared, en ese preciso momento de lo profundo de la negra oscuridad.
En la noche rozaron mis brazos y la espalda, unas ráfagas de efluvios helados en la oscura soledad. Al mismo tiempo que los espasmos, en aquel silencio absoluto cayeron en el aposento los tres tañidos sordos y lejanos, pero de una lejanía del fondo de la casa : los sonidos del péndulo parecían oírse cada uno en alcoba distintas, con intensidad apagada en descenso. Esto me hizo pensar en ese espacio tan largo, entre las doce y la una. La hora trece que nadie cuenta, pero que transcurre callada y apelmazada, tan serena que te hace sentir las estrellas arder fuera del hogar, allá en el cielo húmedo y resbaladizo. Presumo que aquella noche asombrarían los búhos con su oculto péndulo entre la maraña del follaje.
Estuve tentado a levantarme. Me incorporé, cuando sentí la fría madera bajo mis cálidos pies, no†e el choque de temperaturas. Miré entre las celosías, pero la noche era cerrada a fuera y sólo se percibía a la sordina, los signos moderados de la multitud de insectos.
Decidí no encender las luces, pues hubiera estropeado el encanto de aquella hora misteriosa como un barco fantasma. La noche era fría, pues había llovido. Sentía el retazo del agua resbalar en gotas por los canalillos del zinc sobre la ventana.
Mi cuerpo se cobijaba por la calidez de las piyamas. Salí al pasillo envuelto en una oscuridad que no me era ajena, porque conocía por donde afirmaba mis pasos. Aunque no me resultaba extraña, aquella oscura noche se había asentado en la casa como la oscura sombra del fondo de un pozo. Me encontré primero, con la cocina y contiguo a ella figuraba el comedor. Abrí la ventana de dos hojas, con antiguas celosías. A fuera dormía la espesura perteneciente a la finca de la casa. No se distinguía la vegetación, todo era negro como la noche de borrasca en alta mar. Pude colegir como la entrada súbita de mayor oscuridad adentro en mi entorno.
Entonces reconocí el sonido del agua que el grifo abierto facilitaba su expulsión. Allí junto al fregadero, Herminia restregaba una cuchara y con la yema de su pulgar frotaba lo cóncavo del utensilio.
Herminia fue afectada por un derrame cerebral y quedó impedida de toda su parte izquierda. La pude reconocer cuando me miró e identifiqué sus grandes ojos y su mirada agobiada. Mi prima había muerto varias décadas atrás. Ahora le circunscribía un óvalo de claridad sobre su imagen. Junto a la mesa del refectorio estaba sentada su inseparable madre, tía María. Pero ella miraba únicamente hacia su hija. Tía había muerto antes que Herminia. También un tenue nimbo la rodeaba. Eran dos aperturas de triste luz y desaparecieron al instante borrando sus imágenes.
Pude moverme hacia el aposento. Me desplazaba sumido en el recuerdo de mis parientes.
Llevaba la impresión de caminar metido entre dos noches : la penumbra de mi mundo interior y la ceñuda noche que me rodeaba.
sábado, 4 de febrero de 2012
Historia de amor del gran tenista
Cuento
Federeke terminó de comer su cena con gusto y satisfacción, nunca antes sentidos. Una excelente y suculenta confección que le dejó atónito, con la cabeza estirada hacia el frente y la vista aparentemente fija, pero recorriendo minuciosamente el mapa y litoral, impreso en la atractiva etiqueta de la añeja botella de vino de Oporto, Portugal.
Hubiera permanecido en ese estado de inercia y rumiando la exquisitez, que minutos antes había saboreado, si de súbito no aparecieran las notas altas de la pieza musical Bolero, de Mourice Ravel.
Le sirvieron : "Ragout au lapin et pomme de terre" una pepitoria de conejo con papas guisadas y grandes y hermosas zanahorias. Postre: helado de guanábana -- fruta tropical-- bizcocho de naranja humedecido con cuantreu, tacita de café negro y vino añejo.
Pensó y se inquietó sobre quién o quiénes prepararon tan apreciable ofrecimiento culinario. después de escuchar, con deleite a la orquesta en su último círculo concéntrico que cerraba la genial conclusión de Bolero, depositó la tarjeta bancaria sobre la pequeña bandeja negra que le trajo el mozo. Ya toda la transacción cumplida, abandonó el lujoso restaurant.
No podía resistir la tentación de llamar a su madre. Lo hizo mientras conducía su Ferrari rojo en aquella noche de nieblas y de luces. Se dirigía al apartamiento de París. Pensaba que a su madre le costaría creerlo, pero ella le respondió : Hijo en el mundo hay todas las cosas. Me alegra que hayas encontrado quien lo prepare como yo. Algún día tenía que suceder. Madre e hijo se comunicaban en francés, esa era la costumbre desde niño.
Aquella noche no quiso ver televisor. Nada le entusiasmaba. Sólo un pensamiento ocupaba su interés : quién pudo regalar a su gusto, aquella excelsitud. Se había vestido las payamas, pero prefirió estar descalzo. Como si su ánimo fuera llevado por un impulso misterioso, se movió a una mesita junto a la chimenea donde la mucama dejaba, en los crepúsculos de otoño, unos leños de almáciga que además de difundir una sutil calidez, diseminaba una agradable aroma. De allí tomó un libro de poemas que era en realidad, lo único que ungía su espíritu. Leyó :
" Escuchar junto al fuego, que palpita y humea,
los recuerdos que se alzan lentamente
entre los carrillones que cantan en la bruma.
Fuma igual que la choza
donde se cuece la comida
para el regreso del campesino. "
(Las flores del mal, C. Baudelaire ).
Un tiempo después dormía cálidamente, reclinado en el sillón tapizado de paja. Ya avanzada la noche, lo despertó la incomodidad. Los delgados leños de almáciga se habían consumido y sólo alguna que otra hornija o astillas animaba débiles pavesas. Se lanzó a la cama. durmió profundamente. La luz del día se filtraba entre los cristales y las cortinas. Federeke tenía dos días de descanso, pero aún así, despertó con la claridad. Después de tomar la ducha y acicalarse, se vestía casualmente, de jeans blancos, polo lila y tenis de vestir. Pensaba estacionarse e ir a caminar cerca del área donde cenó la noche anterior. Del guardarropa, escogió un gorra gris del color de sus tenis, pero no llevaba impresa la característica R F que se había hecho mundialmente famosa. De la pared, de frente al lecho pendían algunos cuadros. Uno de ellos fue realizado en aquel papel telado, que Salvador Dalí, solía vender con su firma previa y, que el muy astuto, estampaba su firma al extremo inferior, obligando al pintor impostor trabajar cuadros no acostumbrados en esa longitud por el auténtico Dalí. Aquel cuadro era Venus de Milos donde los senos fueron sustituidos por gavetas y los tiradores hacían de pezones. Así también enseñaban gavetas en lugar de estómago y vientre. Esa impresionante obra surrealista lo adquirió cambiando un auto Jaguar obtenido como premio en torneo de tenis en Monte Carlo. Él ignoraba que la transacción en su última fase participó un ladronzuelo en pequeños museos. En el mismo tabique exhibía su presencia el autorretrato del pelirrojo Vícent Van Gogh. en medio de ambos, un cuadro más pequeño, una creación de Dalí evocando las teorías de Freud. Parodia del Ángeluz de Francois de Millet. Donde el rastrillo hincado en la tierra, ha perdido la pala y asoma en su lugar, una semejanza de testículos rematado por el
asa-pene. La carretilla muestra, en vez de mangos, dos piernas abiertas ávidas del pene. Se colige que en el silencio y soledad de la estepa el pensamiento de ambos, no sólo es mítico sino que también es erótico. El hombre tapa con el sombrero su órgano viril que ha comenzado a inquietarse.
Ya en el Boulevard Montparnasse, se aparcó en el estacionamiento del metro. Salió a caminar, a merodear, como persona ociosa, pero pensando en pasar a desayunarse al Moulin Rouge donde cenó el atardecer anterior. Era un día claro, de un soleado hermoso. Apenas se veían nubes blancas, el espacio celeste, todo azul. Paseaba por allí, como siempre, una multitud. "La foule ", diría Edith Piaff. Los que caminaban sin detenerse, escuchando quién sabe qué música por los audífonos, iban ejercitando su cuerpo. Los que caminando se detenían a contemplar vitrinas o pintores en plena faena, paseaban por placer. Federeke andava y paseaba, ejercitaba sus piernas, pero también se entretenía. Le estuvo gracioso un padre que le mostraba los chocolates a la niña, pero el joven papá salió relamiendo el dulzor. Una chica lo reconoció y le tomó una foto. Él la saludó con gesto de simpatía. Hacía una hora que caminaba. Aquella muchedumbre se desplazaba para diferentes sitios. Aunque la época era otoñal, el clima se ofrecía agradable, claro y de una calidez tibia. La crisis en lo referente al comercio, no se notaba, pués las tiendas estaban atiborradas o de compradores o de curiosos. Federeke miró su reloj : las 10 : 15. Decidió ir directamente al restaurante. En el interior miró hacia todo el ámbito. Divisó un ángulo que era destino para desayunos. Un tonel de añejar vino, barnizado, de suave lustro, hacía de utilidad de mesa. Otros tres barrilitos de altura menor, funcionaban como sillas. Al istante apareció el mozo. -- ¿ quiere usted, pasar al buffet? ¿Prefiere ordenar?-- Yo voy--, dijo el tenista. El mozo se disponía a asistir otra mesa, cuando Federeke le reclamó su presencia. Le habló sobre la cena que le obsesionó. Le indagó sobre quién pudo ser el "chef" interventor y si era posible conocerlo. El mozo se apartó para atender una mesa, luego se internó en la cocina. Federeke fue a buscar su desayuno. Mientras saboreaba las tostadas y el café, miraba al fondo del restaurante. Cuando hubo desayunado, vio salir de la trastienda, una joven de librea inmaculada con una boina roja de muy particular estilo. A la altura del pecho, lado izquierdo, una silueta roja de un molino. La joven oficial había aguardado que el deportista terminara, entonces se acercó a él.
--Soy la chef, ¿quería usted, decirme algo?
Pero el tenista no habló de inmediato. Le impresionó su belleza, como si observara una foto artisticamente elaborada. El no se dio cuenta del tiempo que la miraba sin hablar, sólo ella lo percibió. luego del arrobo, Federeke iniciaba unas expresiones, pero aún con trémulo en las palabras. ---Nada, tonterías mías; pero muy significativas para mí.
-- Bien, diga--. Requirió la joven. Federeke la miró, aumentando su admiración y su estado de encantamiento, pues su voz le apasionó tanto como su belleza.
--Mire, le voy a contar ligeramente. La joven de rostro rosado y cabellos color bronce lustrado, alzó el antebrazo izquierdo y fijó la vista en su reloj. Se dispuso a escuchar al joven, quien le suplicó que tomara asiento. --Sucede que usted me ha dado una sorpresa de las llamada perla rosada--. La joven chef no le interrumpía, sino que miraba atentamente y pensaba en las frases que el mozo le expresó en la cocina momentos ante.
"--Te quieren conocer. Alguien que ayer, bueno, le habrás puesto el corazón a marinar."
La chef alsaciana miraba a Federeke y lo escuchaba con atención, __ ... y a pesar, que lo he pedido en diferentes lugares, sólo he descubierto que la confección es distinta al artificio de mi madre.
La hermosa joven comenzó a pensar que en alguna parte había visto aquel rostro. Creyó que era actor, pero precisó su imagen en la televisión. Entonces cayó en cuenta que varias veces lo vio en el fragor y desempeño del tenis internacional.
--¿Usted es F... ? Y pronunció su famoso nombre. Continuó expresando algunas palabras con una actitud muy considerada, luego que Federeke asintiera. -- Yo me siento muy halagada, señor, en mi profesión pongo todo el amor, como usted hace maravillosamente en la suya. Federeke la miró con dulzura y ensayaba su sonrisa amistosa, tras la cual se encuba una idea, una cavilación. ¿Cómo se podrá tener la amistad de este ángel? Pensó.
La chef alsaciana miró su "montre " extendió su delicada mano y, le dio las gracias por su amabilidad.
Después cuando Federeke estuvo en la calle, fue hasta un árbol de naranjas agrias que acostumbraba visitar. Frente al naranjero, a penas percibía la barahúnda de automóviles, buses, camiones, una grúa y obreros en una calle lateral, además de la algarabía de la multitud. El árbol de naranjas era como un amigo pobre para él. Siempre lucía con las hojas empolvadas, un tanto amarillentas en apariencia de inanición. Al pié del tronco sobre la escasa tierra que le rodeaba, unos montículos de escreta canina, dádiva de su rácano alimento cotidiano. Había puesto la mano izquierda sobre el tallo, pero sólo pensaba en aquella mujer vestida de blanco con el logo rojo de un molino a la altura de su corazón. Vio su imagen en el pensamiento cuando se retiraba de la mesa y se encaminaba a la cocina del restaurant. Le recordó a la mujer ideal que Bécquer imaginó en su poema: "Yo soy un sueño, un imposible..." Lo dejó catatónico por un tiempo.
El árbol sacudió sus ramas y agitó las hojas produciendo un suave aire otoñal. Parecía haber guardado un poco de relente que asperjó la frente del tenista.
Por la noche en su habitación, junto a los leños de almácigo en lumbre aromática, se acomodó a leer como era habitual buscando las telarañas del sueño en los ojos. Tomó el libro, Vida perdida, de Ernesto Cardenal y lo abrió a la azar en la página 290. Curiosamente decía : " El verdadero gourmet no es el que sólo gusta de comidas complicadas, sino el que también puede apreciar la delicia del alimento simple, sencillo,
puro, como la mazorca de maíz la papa cocida, el arroz o el pan solo. "
Aquel texto lo envió a la cama con el descubrimiento del tesoro de la sencillez culinaria.
Entonces soñó. Vio a la chef alsaciana acercarse a él como si hubiesen llevado una amistad de meses. No portaba atuendo oficial, sino tejanos azules casuales y una polo blanca que exhibía el diseño de una raqueta de tenis clásica en la espalda. Al frente, sobre el seno izquierdo una bola de tenis.
En la conversación le cnfesaba sus preferencias en la cocina casera. Admitía una sencillez doméstica : emparedado de jamonilla, tomate y cebolla, también sopas de vegetales frescos, a veces, tortilla española.
Estuvirron de visita al "Mussée Le Loubre " Cuando contemplaban la Gioconda, Federeke se sorprendió al notar que el rostro de Mona Lisa era la hermosa cara de la chef de Molino Rojo. La sonrisa era la enigmática sonrisa de la joven alsaciana.
Luego se vieron contemplando las aguas álgidas del Sena. Descubrieron una rosa roja que se deslizaba sobre la corriente. Entre los pétalos, un burbujeo de abejas doradas que no abandonaban la flor, pues iba con ellas la reina.
Federeke terminó de comer su cena con gusto y satisfacción, nunca antes sentidos. Una excelente y suculenta confección que le dejó atónito, con la cabeza estirada hacia el frente y la vista aparentemente fija, pero recorriendo minuciosamente el mapa y litoral, impreso en la atractiva etiqueta de la añeja botella de vino de Oporto, Portugal.
Hubiera permanecido en ese estado de inercia y rumiando la exquisitez, que minutos antes había saboreado, si de súbito no aparecieran las notas altas de la pieza musical Bolero, de Mourice Ravel.
Le sirvieron : "Ragout au lapin et pomme de terre" una pepitoria de conejo con papas guisadas y grandes y hermosas zanahorias. Postre: helado de guanábana -- fruta tropical-- bizcocho de naranja humedecido con cuantreu, tacita de café negro y vino añejo.
Pensó y se inquietó sobre quién o quiénes prepararon tan apreciable ofrecimiento culinario. después de escuchar, con deleite a la orquesta en su último círculo concéntrico que cerraba la genial conclusión de Bolero, depositó la tarjeta bancaria sobre la pequeña bandeja negra que le trajo el mozo. Ya toda la transacción cumplida, abandonó el lujoso restaurant.
No podía resistir la tentación de llamar a su madre. Lo hizo mientras conducía su Ferrari rojo en aquella noche de nieblas y de luces. Se dirigía al apartamiento de París. Pensaba que a su madre le costaría creerlo, pero ella le respondió : Hijo en el mundo hay todas las cosas. Me alegra que hayas encontrado quien lo prepare como yo. Algún día tenía que suceder. Madre e hijo se comunicaban en francés, esa era la costumbre desde niño.
Aquella noche no quiso ver televisor. Nada le entusiasmaba. Sólo un pensamiento ocupaba su interés : quién pudo regalar a su gusto, aquella excelsitud. Se había vestido las payamas, pero prefirió estar descalzo. Como si su ánimo fuera llevado por un impulso misterioso, se movió a una mesita junto a la chimenea donde la mucama dejaba, en los crepúsculos de otoño, unos leños de almáciga que además de difundir una sutil calidez, diseminaba una agradable aroma. De allí tomó un libro de poemas que era en realidad, lo único que ungía su espíritu. Leyó :
" Escuchar junto al fuego, que palpita y humea,
los recuerdos que se alzan lentamente
entre los carrillones que cantan en la bruma.
Fuma igual que la choza
donde se cuece la comida
para el regreso del campesino. "
(Las flores del mal, C. Baudelaire ).
Un tiempo después dormía cálidamente, reclinado en el sillón tapizado de paja. Ya avanzada la noche, lo despertó la incomodidad. Los delgados leños de almáciga se habían consumido y sólo alguna que otra hornija o astillas animaba débiles pavesas. Se lanzó a la cama. durmió profundamente. La luz del día se filtraba entre los cristales y las cortinas. Federeke tenía dos días de descanso, pero aún así, despertó con la claridad. Después de tomar la ducha y acicalarse, se vestía casualmente, de jeans blancos, polo lila y tenis de vestir. Pensaba estacionarse e ir a caminar cerca del área donde cenó la noche anterior. Del guardarropa, escogió un gorra gris del color de sus tenis, pero no llevaba impresa la característica R F que se había hecho mundialmente famosa. De la pared, de frente al lecho pendían algunos cuadros. Uno de ellos fue realizado en aquel papel telado, que Salvador Dalí, solía vender con su firma previa y, que el muy astuto, estampaba su firma al extremo inferior, obligando al pintor impostor trabajar cuadros no acostumbrados en esa longitud por el auténtico Dalí. Aquel cuadro era Venus de Milos donde los senos fueron sustituidos por gavetas y los tiradores hacían de pezones. Así también enseñaban gavetas en lugar de estómago y vientre. Esa impresionante obra surrealista lo adquirió cambiando un auto Jaguar obtenido como premio en torneo de tenis en Monte Carlo. Él ignoraba que la transacción en su última fase participó un ladronzuelo en pequeños museos. En el mismo tabique exhibía su presencia el autorretrato del pelirrojo Vícent Van Gogh. en medio de ambos, un cuadro más pequeño, una creación de Dalí evocando las teorías de Freud. Parodia del Ángeluz de Francois de Millet. Donde el rastrillo hincado en la tierra, ha perdido la pala y asoma en su lugar, una semejanza de testículos rematado por el
asa-pene. La carretilla muestra, en vez de mangos, dos piernas abiertas ávidas del pene. Se colige que en el silencio y soledad de la estepa el pensamiento de ambos, no sólo es mítico sino que también es erótico. El hombre tapa con el sombrero su órgano viril que ha comenzado a inquietarse.
Ya en el Boulevard Montparnasse, se aparcó en el estacionamiento del metro. Salió a caminar, a merodear, como persona ociosa, pero pensando en pasar a desayunarse al Moulin Rouge donde cenó el atardecer anterior. Era un día claro, de un soleado hermoso. Apenas se veían nubes blancas, el espacio celeste, todo azul. Paseaba por allí, como siempre, una multitud. "La foule ", diría Edith Piaff. Los que caminaban sin detenerse, escuchando quién sabe qué música por los audífonos, iban ejercitando su cuerpo. Los que caminando se detenían a contemplar vitrinas o pintores en plena faena, paseaban por placer. Federeke andava y paseaba, ejercitaba sus piernas, pero también se entretenía. Le estuvo gracioso un padre que le mostraba los chocolates a la niña, pero el joven papá salió relamiendo el dulzor. Una chica lo reconoció y le tomó una foto. Él la saludó con gesto de simpatía. Hacía una hora que caminaba. Aquella muchedumbre se desplazaba para diferentes sitios. Aunque la época era otoñal, el clima se ofrecía agradable, claro y de una calidez tibia. La crisis en lo referente al comercio, no se notaba, pués las tiendas estaban atiborradas o de compradores o de curiosos. Federeke miró su reloj : las 10 : 15. Decidió ir directamente al restaurante. En el interior miró hacia todo el ámbito. Divisó un ángulo que era destino para desayunos. Un tonel de añejar vino, barnizado, de suave lustro, hacía de utilidad de mesa. Otros tres barrilitos de altura menor, funcionaban como sillas. Al istante apareció el mozo. -- ¿ quiere usted, pasar al buffet? ¿Prefiere ordenar?-- Yo voy--, dijo el tenista. El mozo se disponía a asistir otra mesa, cuando Federeke le reclamó su presencia. Le habló sobre la cena que le obsesionó. Le indagó sobre quién pudo ser el "chef" interventor y si era posible conocerlo. El mozo se apartó para atender una mesa, luego se internó en la cocina. Federeke fue a buscar su desayuno. Mientras saboreaba las tostadas y el café, miraba al fondo del restaurante. Cuando hubo desayunado, vio salir de la trastienda, una joven de librea inmaculada con una boina roja de muy particular estilo. A la altura del pecho, lado izquierdo, una silueta roja de un molino. La joven oficial había aguardado que el deportista terminara, entonces se acercó a él.
--Soy la chef, ¿quería usted, decirme algo?
Pero el tenista no habló de inmediato. Le impresionó su belleza, como si observara una foto artisticamente elaborada. El no se dio cuenta del tiempo que la miraba sin hablar, sólo ella lo percibió. luego del arrobo, Federeke iniciaba unas expresiones, pero aún con trémulo en las palabras. ---Nada, tonterías mías; pero muy significativas para mí.
-- Bien, diga--. Requirió la joven. Federeke la miró, aumentando su admiración y su estado de encantamiento, pues su voz le apasionó tanto como su belleza.
--Mire, le voy a contar ligeramente. La joven de rostro rosado y cabellos color bronce lustrado, alzó el antebrazo izquierdo y fijó la vista en su reloj. Se dispuso a escuchar al joven, quien le suplicó que tomara asiento. --Sucede que usted me ha dado una sorpresa de las llamada perla rosada--. La joven chef no le interrumpía, sino que miraba atentamente y pensaba en las frases que el mozo le expresó en la cocina momentos ante.
"--Te quieren conocer. Alguien que ayer, bueno, le habrás puesto el corazón a marinar."
La chef alsaciana miraba a Federeke y lo escuchaba con atención, __ ... y a pesar, que lo he pedido en diferentes lugares, sólo he descubierto que la confección es distinta al artificio de mi madre.
La hermosa joven comenzó a pensar que en alguna parte había visto aquel rostro. Creyó que era actor, pero precisó su imagen en la televisión. Entonces cayó en cuenta que varias veces lo vio en el fragor y desempeño del tenis internacional.
--¿Usted es F... ? Y pronunció su famoso nombre. Continuó expresando algunas palabras con una actitud muy considerada, luego que Federeke asintiera. -- Yo me siento muy halagada, señor, en mi profesión pongo todo el amor, como usted hace maravillosamente en la suya. Federeke la miró con dulzura y ensayaba su sonrisa amistosa, tras la cual se encuba una idea, una cavilación. ¿Cómo se podrá tener la amistad de este ángel? Pensó.
La chef alsaciana miró su "montre " extendió su delicada mano y, le dio las gracias por su amabilidad.
Después cuando Federeke estuvo en la calle, fue hasta un árbol de naranjas agrias que acostumbraba visitar. Frente al naranjero, a penas percibía la barahúnda de automóviles, buses, camiones, una grúa y obreros en una calle lateral, además de la algarabía de la multitud. El árbol de naranjas era como un amigo pobre para él. Siempre lucía con las hojas empolvadas, un tanto amarillentas en apariencia de inanición. Al pié del tronco sobre la escasa tierra que le rodeaba, unos montículos de escreta canina, dádiva de su rácano alimento cotidiano. Había puesto la mano izquierda sobre el tallo, pero sólo pensaba en aquella mujer vestida de blanco con el logo rojo de un molino a la altura de su corazón. Vio su imagen en el pensamiento cuando se retiraba de la mesa y se encaminaba a la cocina del restaurant. Le recordó a la mujer ideal que Bécquer imaginó en su poema: "Yo soy un sueño, un imposible..." Lo dejó catatónico por un tiempo.
El árbol sacudió sus ramas y agitó las hojas produciendo un suave aire otoñal. Parecía haber guardado un poco de relente que asperjó la frente del tenista.
Por la noche en su habitación, junto a los leños de almácigo en lumbre aromática, se acomodó a leer como era habitual buscando las telarañas del sueño en los ojos. Tomó el libro, Vida perdida, de Ernesto Cardenal y lo abrió a la azar en la página 290. Curiosamente decía : " El verdadero gourmet no es el que sólo gusta de comidas complicadas, sino el que también puede apreciar la delicia del alimento simple, sencillo,
puro, como la mazorca de maíz la papa cocida, el arroz o el pan solo. "
Aquel texto lo envió a la cama con el descubrimiento del tesoro de la sencillez culinaria.
Entonces soñó. Vio a la chef alsaciana acercarse a él como si hubiesen llevado una amistad de meses. No portaba atuendo oficial, sino tejanos azules casuales y una polo blanca que exhibía el diseño de una raqueta de tenis clásica en la espalda. Al frente, sobre el seno izquierdo una bola de tenis.
En la conversación le cnfesaba sus preferencias en la cocina casera. Admitía una sencillez doméstica : emparedado de jamonilla, tomate y cebolla, también sopas de vegetales frescos, a veces, tortilla española.
Estuvirron de visita al "Mussée Le Loubre " Cuando contemplaban la Gioconda, Federeke se sorprendió al notar que el rostro de Mona Lisa era la hermosa cara de la chef de Molino Rojo. La sonrisa era la enigmática sonrisa de la joven alsaciana.
Luego se vieron contemplando las aguas álgidas del Sena. Descubrieron una rosa roja que se deslizaba sobre la corriente. Entre los pétalos, un burbujeo de abejas doradas que no abandonaban la flor, pues iba con ellas la reina.
jueves, 2 de febrero de 2012
La hierba y la flor
No existe nada más veloz que el pensamiento. Este ejercicio mental es el vehículo del espíritu. A través del pensamiento, el espíritu establece su plan de vuelo.
"Somos los únicos en este planeta y del universo conocido, capaces de burlar las naturales limitaciones de nuestra condición que nos condena a tener una sola vida, un solo destino una sola circunstancia".( M. Vargas Llosa).
Ocurrió en la apacible tarde de marzo. Bolo se suspendía en la hamaca sujeta de dos robles rosados. Dormía. Cuando la brisa sacudía, sobre él se precipitaba un aluvión de copos de flores encarnadas. Aunque la tarde aparentaba una desidia somnolente y, los ronquidos marcaban el compás al silencio, Bolo emprendió un viaje. Se encontraba en medio de una multitud enardecida de alegría por la faena taurina de la tarde.
Le costó mucho esfuerzo alcanzar aquel estado de conciencia, donde su persona se desprende de su entidad y vuela en su pensamiento, logrando trasladar su espíritu a lugares lejanos.
Bolo percibía intenso olor a cigarros cubanos, pues una concurrencia excitada echaba al aire bocanadas de humo. El ambiente despedía tufo a sudores emanente de aquella masa alegre y conversadora. Se sentía aroma a rosas que estaban prendidas en el cabello de las mujeres, con la presencia de otros perfumes que escapaban sutilmente al aire.
El torero se desempeñaba frente a las astas del bóvido con soltura, gracia y valentía. Aquellos cuernos tan agudos y cortantes como la espada que ocultaba tras el paño rojo que sostenía una de sus manos, casi rozaban su vientre en cada envestida. El público expulsaba los "olé" como vuelcos de olas de sonidos. Los turistas franceses que presenciaban la corrida, al escuchar la interjección: (olé ), entendían agua y leche (eau )
[ o ], (lait ) [ le ]. Seguidamente se emprendía la música de pasodobles indicativo de elogio a la grandeza del torero.
El arte de la fiesta taurina consiste en conformar la estética y la audacia. Esta gracia y valentía, basado en rasgos y ademanes de la gimnasia : para los puertorriqueños como Bolo, que ahora duerme suspendido en una hamaca y que al mismo tiempo, está aquí en España en una naturaleza de hombre ubicuo, este deporte artístico entraña una característica de crueldad porque la catarsis de la faena es la muerte del bovino.
Dos argumentos o impresiones se esgrimen frente a estas actitudes encontradas: el realismo crudo, directo y desenvuelto de españoles y el sentimentalismo y piedad del puertorriqueño.
Antonio S. Pedreira señalaba que frente al momento de expeler los ímpetus de una angustia colectiva y ancestral, el español se enfrenta a la posibilidad de la pérdida de su vida cara al toro, pero el boricua descarga su coraje lanzando dos gallos de lidia y él se pone a gritar.
Bolo se fijaba en el atuendo del diestro, porque fulgía como si estuviera cubierto de lentejuelas. Chispeaba de luces el traje taurino como ascuas de oro con el brillo de sus alamares. Los botones dorados lanzaban banderillas de luces en la tarde de insolación. En un pase con salero, la muleta granate arropó las astas y se deslizaba sobre el lomo del toro, flotando como una nube del poniente teñida de grana y púrpura. El torero toca con su mano la cabeza del animal de belfos espumosos. éste de apariencia sumisa, se detiene y espera. El diestro da la la espalda y camina erguido y altivo sobre la caliente arena del redondel. Se escuchan los ardientes aplausos, el estruendo de las voces entusiastas. Seguidamente irrumpe la música de la banda que exalta los corazones y llena de notas cadenciosas y agradables la galante plaza. En este instante en que desde la manpara taurina le extienden la espada y capote al matador. la hoja de acero se torna en un solo haz deslumbrante. Se enerva la conciencia de Bolo. Las imágenes pierden esplendor, se opacan. La conciencia pugna por la preferencia de la estadía, pero continúa la degradación de los matices sobre los objetos, la plaza oscurece, se destiñe. Las figuras se refractan. Cuando sentía inminencia en su partida y, el pensamiento debilitaba, percibe una fragancia fresca de delicado perfume a rosas y escucha el roce de la seda con que estaba tocada la hermosa mujer tras las barandillas. Entonces se potencia su existencia subitáneamente, como birlibirloque se representa toda la plaza con la multitud delirante, con los detalles que la enriquecen.
Entonces descubre a aquella mujer fumando un cigarrillo engarzado en boquilla de plata. Parecía un modelo del pintor cordobés, Julio Romero de Torres. Al llevarse el pitillo a sus labios resplandecen las cultivadas uñas esmaltadas. La reconoció poque otras veces la encontraba en medio de multitud. Su presencia aliviaba su confusión e incertidumbre. En aquel momento sacaban el torero en hombros por el andén principal para recorrer el poblado en medio de vítores.
El toro yacía en las arenas florecido de banderillas a colores sobre el negro cuerpo como una corona mortuoria para su despedida.
Mientras tanto, la gente iba abandonando los palcos y graderíos. Desde afuera se oían las ovaciones y redobles de tambores y una música castiza con visos arabescos.
La hermosa mujer se echaba aire con un abanico cordobés de cromáticas imágenes. Su mirada sensual de ojos aceitunados, el cabello negro, lacio, recogido en moño con peineta en la curvatura de su venusta cabeza. Cerca de su oreja derecha sujetas por su cabello asomaban primorosamente, dos rosas : una roja y otra blanca lilial. Bolo la miraba con intensa visión, enviándole señas de simpatía y agrado. Pero ella no daba constancia de haberlo visto. Ajustó el chal de delicados bordados y se dispuso a abandonar el lugar del espectáculo. Llevaba en sus manos el negro tocado del torero.
Bolo notó , que aún cuando todos los espectadores se ausentaron, él quedaba en medio de la desolada plaza, pero no precisaba en qué lugar. Sólo vio un hombre con boina que comenzaba a alisar las arenas con un viejo rastrillo.
La soledad, el silencio y la extensión se destacaban en aquella hora de las primeras penumbras del avanzado atardecer.
.
"Somos los únicos en este planeta y del universo conocido, capaces de burlar las naturales limitaciones de nuestra condición que nos condena a tener una sola vida, un solo destino una sola circunstancia".( M. Vargas Llosa).
Ocurrió en la apacible tarde de marzo. Bolo se suspendía en la hamaca sujeta de dos robles rosados. Dormía. Cuando la brisa sacudía, sobre él se precipitaba un aluvión de copos de flores encarnadas. Aunque la tarde aparentaba una desidia somnolente y, los ronquidos marcaban el compás al silencio, Bolo emprendió un viaje. Se encontraba en medio de una multitud enardecida de alegría por la faena taurina de la tarde.
Le costó mucho esfuerzo alcanzar aquel estado de conciencia, donde su persona se desprende de su entidad y vuela en su pensamiento, logrando trasladar su espíritu a lugares lejanos.
Bolo percibía intenso olor a cigarros cubanos, pues una concurrencia excitada echaba al aire bocanadas de humo. El ambiente despedía tufo a sudores emanente de aquella masa alegre y conversadora. Se sentía aroma a rosas que estaban prendidas en el cabello de las mujeres, con la presencia de otros perfumes que escapaban sutilmente al aire.
El torero se desempeñaba frente a las astas del bóvido con soltura, gracia y valentía. Aquellos cuernos tan agudos y cortantes como la espada que ocultaba tras el paño rojo que sostenía una de sus manos, casi rozaban su vientre en cada envestida. El público expulsaba los "olé" como vuelcos de olas de sonidos. Los turistas franceses que presenciaban la corrida, al escuchar la interjección: (olé ), entendían agua y leche (eau )
[ o ], (lait ) [ le ]. Seguidamente se emprendía la música de pasodobles indicativo de elogio a la grandeza del torero.
El arte de la fiesta taurina consiste en conformar la estética y la audacia. Esta gracia y valentía, basado en rasgos y ademanes de la gimnasia : para los puertorriqueños como Bolo, que ahora duerme suspendido en una hamaca y que al mismo tiempo, está aquí en España en una naturaleza de hombre ubicuo, este deporte artístico entraña una característica de crueldad porque la catarsis de la faena es la muerte del bovino.
Dos argumentos o impresiones se esgrimen frente a estas actitudes encontradas: el realismo crudo, directo y desenvuelto de españoles y el sentimentalismo y piedad del puertorriqueño.
Antonio S. Pedreira señalaba que frente al momento de expeler los ímpetus de una angustia colectiva y ancestral, el español se enfrenta a la posibilidad de la pérdida de su vida cara al toro, pero el boricua descarga su coraje lanzando dos gallos de lidia y él se pone a gritar.
Bolo se fijaba en el atuendo del diestro, porque fulgía como si estuviera cubierto de lentejuelas. Chispeaba de luces el traje taurino como ascuas de oro con el brillo de sus alamares. Los botones dorados lanzaban banderillas de luces en la tarde de insolación. En un pase con salero, la muleta granate arropó las astas y se deslizaba sobre el lomo del toro, flotando como una nube del poniente teñida de grana y púrpura. El torero toca con su mano la cabeza del animal de belfos espumosos. éste de apariencia sumisa, se detiene y espera. El diestro da la la espalda y camina erguido y altivo sobre la caliente arena del redondel. Se escuchan los ardientes aplausos, el estruendo de las voces entusiastas. Seguidamente irrumpe la música de la banda que exalta los corazones y llena de notas cadenciosas y agradables la galante plaza. En este instante en que desde la manpara taurina le extienden la espada y capote al matador. la hoja de acero se torna en un solo haz deslumbrante. Se enerva la conciencia de Bolo. Las imágenes pierden esplendor, se opacan. La conciencia pugna por la preferencia de la estadía, pero continúa la degradación de los matices sobre los objetos, la plaza oscurece, se destiñe. Las figuras se refractan. Cuando sentía inminencia en su partida y, el pensamiento debilitaba, percibe una fragancia fresca de delicado perfume a rosas y escucha el roce de la seda con que estaba tocada la hermosa mujer tras las barandillas. Entonces se potencia su existencia subitáneamente, como birlibirloque se representa toda la plaza con la multitud delirante, con los detalles que la enriquecen.
Entonces descubre a aquella mujer fumando un cigarrillo engarzado en boquilla de plata. Parecía un modelo del pintor cordobés, Julio Romero de Torres. Al llevarse el pitillo a sus labios resplandecen las cultivadas uñas esmaltadas. La reconoció poque otras veces la encontraba en medio de multitud. Su presencia aliviaba su confusión e incertidumbre. En aquel momento sacaban el torero en hombros por el andén principal para recorrer el poblado en medio de vítores.
El toro yacía en las arenas florecido de banderillas a colores sobre el negro cuerpo como una corona mortuoria para su despedida.
Mientras tanto, la gente iba abandonando los palcos y graderíos. Desde afuera se oían las ovaciones y redobles de tambores y una música castiza con visos arabescos.
La hermosa mujer se echaba aire con un abanico cordobés de cromáticas imágenes. Su mirada sensual de ojos aceitunados, el cabello negro, lacio, recogido en moño con peineta en la curvatura de su venusta cabeza. Cerca de su oreja derecha sujetas por su cabello asomaban primorosamente, dos rosas : una roja y otra blanca lilial. Bolo la miraba con intensa visión, enviándole señas de simpatía y agrado. Pero ella no daba constancia de haberlo visto. Ajustó el chal de delicados bordados y se dispuso a abandonar el lugar del espectáculo. Llevaba en sus manos el negro tocado del torero.
Bolo notó , que aún cuando todos los espectadores se ausentaron, él quedaba en medio de la desolada plaza, pero no precisaba en qué lugar. Sólo vio un hombre con boina que comenzaba a alisar las arenas con un viejo rastrillo.
La soledad, el silencio y la extensión se destacaban en aquella hora de las primeras penumbras del avanzado atardecer.
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