Mostrando las entradas con la etiqueta Estampa. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Estampa. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de enero de 2017

GELO CASAS

Ya cuando los últimos escalones del Bajadero, comenzaban a aparecer, también se divisaba la casucha de Gelo Casas. Gelo siempre circunspecto y murrio. Con la cabellera ensortijada alborotada y el antiguo tatuaje, no sabemos si de marinero o de preso.

A su ruinosa cabaña la destacaba que había sido fijada sobre una enorme piedra. Parece que Gelo
tomó el consejo bíblico del del que edifica sobre arena y el que construye sobre roca. Otra característica que la distinguía eran los setos de madera tapizados con tablillas viejas de los autos.

Abrumaban los números infinitos : pero tantas cifras no servían para contabilizar la ausencia de dinero y la escasez de plata, sin embargo, servía para reflejar su miseria.
Aquella casita de Gelo Casas, no obstante poseía una virtud : de la quebrada que la rodeaba, subía siempre un frescor de primavera. El arroyo ofrecía a la familita el agua necesaria para el aseo.
Para la sustancia potable quedaba instalada una toma pluvial pública con grifo, pero  un tanto distante.

Gelo Casas era un hombre fornido, cuya seriedad rayaba en lo huraño. Su oscáura presencia      causaba cierto temor, por lo menos a los niños que nos acercábamos por allí a jugar canicas y matos en una peqùeña plazoleta. Este hombre de ascendencia ilustre, pues provenía del estirpe del padre las Casas,
ejercía todos los oficios. De esta manera sostenía su humilde hogar. A veces, alguien le traía una lima para que puliera y amolara un machete. Para pagarle su esmerada labor le obsequiaban una libra de arroz y media de habichuelas. Así de esta manera, desempeñando diversos oficios, entraba a su hogar
los diferentes artículos con que se alimentaban.

Al pretender tocar la rememoración de estas vidas y sus circunstancias, aspiramos salvar la significación sociológica y la ambientación poética que constituye la existencia pasada de estos seres.

Es una faena antropológica y arqueológica, en que usamos el palustre de la idea para dejar al descubierto los fósiles y pecios de los cuales se descifran y revelan valores y estados de vidas y poesía. De estos fragmentos civilizatorios , que un día luchaban entre el caos de la miseria y de allí creaba los medios para la sobrevivencia.

Gelo Casas, del Bajadero de Lares. Ha quedado un tanto desdibujado en el tiempo, pero la dimensión de su fuerza poética y su estela sociológica quedó en el ámbito legendario.

Cierto día, un sábado como a las diez de la mañana, calurosa por demás. Gelo, sin camisa, bailaba la pieza musical, El sueño de una princesa, del arecibeño, Monrroseau.
A mí me sorprendió, pero como lo hacía artísticamente, con desplzamiento que parecía flotar, con espantosa agilidad, con animosidad y contorsiones de bailarín profesional. Estaba inmerso en las cadencias del vals y traslucía el efecto de sus sentimientos. Yo disfruté de aquel solitario espectáculo que lo propiciaba su pequeño radio de baterías. Espontáneamente aplaudí cuando terminó. Gelo Casas ignoraba mi presencia y se sobresaltó pero al fin, soltó la única sonrisa que le vi en la vida.
,

domingo, 17 de julio de 2016

La evolución implacable

Al andar las épocas, uno acumula gran edad, senilidad. Entonces el pueblo donde has nacido se va disolviendo, se evapora. Existen unos olores muy particulares, tanto en las localidades como en la geografía regional del país. Por ejemplo, la costa del oriente de Puerto Rico, su estancia ambiental marina, exhala un aliento de mar distinto al olor a mariscos, algas, salino que disemina el aura del mar del oeste. Así también ocurre con los pueblitos. Cuando la gran cantidad de años ha transcurrido, uno comienza a percatarse de que se han ausentado aquellos olores característicos de los lugares que recorríamos.

A esa altura, el pueblo ha evolucionado y, se escapó su particular aroma. Su forma y geometría cambiaron. la gente que conocimos se esfumó. Aquellas costumbres que veíamos aplicarse en el transcurrir de las cotidianas situaciones, quedaron como objetos perdidos o hechos olvidados.

Recuerdo que íbamos al cine y comprábamos palomitas de maíz, ahora se compra " pop corn "
y es lo mismo. Para la época del calor, que es casi todo el año, para refrescar el paladar, comprábamos maricutanas, hoy saboreamos las paletas heladas, que son iguales. La gente acostumbraba a pedir un " palito " de ron, hoy te sirven un " short ".

Hubo una época que al aparecer por la carretera, la callada gente de un entierro, el comercio se apresuraba a juntar las puertas y, los que estaban fuera si lucían tocados, se quitaban los sombreros y silenciaban sus conversaciones hata que pasaba el féretro y su séquito circunspecto.

Para esa época las diversiones eran efímeras y pocas. Recuerdo una que le llamaban " el burro ".
Este era un leño de siete u ocho pies de largor y cinco pulgadas de ancho. Le habían punzado a presión una estaca cerca de los extremos con la finalidad de que los niños se sujetaran y evitaran una caída. Uno rememoraba al tronco que cargó sobre sus hombros el indio araucano Caopolicán y que refiere La Auracana de Alonso de Ercilla y Zúñiga y, cuya hazaña de desplazarse con él de ronda por el bosque, esperando que llegara la noche y apareciera el alba. Aquel leño del juguete rotador, traía la escena a la memoria.

Se hincaba en la tierra otro leño en forma vertical y sobre ése, ya con su muesca, se engarzaba el tronco mayor en forma horizontal. Un ayudante facilitaba que uno o dos niños en cada extremo nos montáramos como sobre un burro. Entonces nos rotaban con fureza y girábamos al azote del viento como sobre Clavileño.

Pero la indómita evolución como un genio de Las mil y una noches trocó el pueblo por otro y, mandó a aquella gente al ostracismo eterno.

sábado, 25 de abril de 2015

A todos los artistas del mundo

Se abrieron las flores y echaron los pétalos al aire, con el viento los estambres se dispersaron, pero las mariposas regaron aún más el polvillo de oro. Entonces un niño vio las aguas de un río que ondeaba las flores y las hojas y, miró largamente cómo las diminutas naves se alejaban.

En algún momento aquel párvulo advino a la adolescencia. En busca de aventuras, abrazó la idea de construir un fuerte, allá en un descampado que clareaba en medio del bosque. Con sus únicas hojas cortantes : cuchillo de explorador y machete viejo, un trasto del hogar, acometió la difícil tarea de echar abajo las gigantes bambúas.
Como era incipiente, las cañas altas se trababan aún cuando las hubo cortado. Escogía las gruesas y éstas se erguían hacia el centro de la cepa. Entonces en su caída se trenzaban entre la gran madeja y no se precipitaban contra el suelo. Tenía que empezar a cortar las primeras del círculo de afuera, pero él lo ignoraba.

Cansado e impotente se sentó sobre una roca a contemplar la espesura de otro sembrado de bambúas, que se agrupaban en un lugar más distante. El tupido follaje configuraba las más diversas siluetas. Estuvo observando durante un tiempo inconmensurable de la tarde, la figuras que en lo alto de la frondosidad verde se formaban. Bajo las blancas nubes que recorrían el cielo, el viento, a veces fuerte y, otras delicado, le prestaban aquel movimiento las hacía ir para lugares distantes aunque estuvieran atadas a nudosas espigas. Las nubes allá arriba, que también viajaban se llevaban consigo, aquellos ciervos, camellos, elefantes, jirafas, leones y verdes pegasos.

Pero ya declinaba la tarde y concluía la aventura, sin embargo, como el cierre de una suit, se oían los rumores de las aguas cuando rozaban las piedras de la quebrada y un juí tecleaba su onomatopéyico y triste cántico.

sábado, 18 de abril de 2015

La estrella de plata

" Castilla es uno de los poemas más importantes de la literatura hispana; lo ha escrito Manuel Machado, y lo ha inspirado un pasaje del primer cantar del Cid. "
                                                                     ( Dra. Lucila Marrero Aizpurúa ).

                         Castilla

          El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

           El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-- polvo, sudor y hierro-- el Cid cabalga.

           Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... Quema el sol, el aire abrasa !

            A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

             -- Buen Cid, pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada !

               Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: " En marcha ! "

                El cielo sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana
al destierro, con doce de los suyos
-- polvo, sudor y hierro--, el Cid cabalga.

                                 ( Manuel Machado )
                                    -- español--

Un ciego sol ponía luz a la estrella blanca de tela. Era la enseña que había entregado Mariana Braccetti y, que flameaba con el viento y las llamas del alba. Iba izada desde el brazo fiero y decidido de Manuel Rojas, el venezolano, que marchaba con una tropa de hombres civiles en jirones raídos. Venían de Pezuela -- bendito barrio --. Unos descalzos, otros con botines mojados, todos bautizados en las aguas de Río Blanco y Río Prieto. Marchaban ansiosos, abrasados de esperanzas, no para el destierro, sino a desterrar las condiciones de esclavitud. El sol cegaba sus ojos, pero alumbraba su porvenir. Iban a manumitir, con machetes y azadones como armas y cañas leñosas de guabas y guayabos --- triste es decirlo-- algunos cargaban pedazos de yagrumos. Repechando montañas, una niña de trenzas negras y de aspecto hético, lloraba al verlos pasar.

lunes, 16 de febrero de 2015

Noche de lectura en la biblioteca

Al principio parecía imperceptible. La temperatura en la biblioteca inducía al recogimiento. Entonces uno se embozaba y leía con absorción. Las páginas blancas eran nuestro único mundo, el silencio absoluto, nuestro tiempo vital. La luz blanca del recinto transparentaba el esmalte del mueble rectangular y parecía otra luz que irradiaba desde las mesas hacia el ámbito de la biblioteca. Había un olor a aire, olor a libros y a revistas brillantes. También se suspendía sin desvanecer ni herir, un perfume ecléctico, como si un hisopo de plata asperjara indefinidamente.

Mientras pasaba las páginas, cada breve tiempo miraba el resplandor de mi anillo de oro. Era el signo del posesivo, pero también recordé que era un enlace hacia la libertad. Pues uno vive atado a sus padres y, al casarse adquiere la condición de manumiso. El fulgor limón creaba lo único bronceado entre el haz de blancura que dominaba los retazos de mi vista. Unas campanadas agradables y cadenciosas se filtraron a la atmósfera pulcra de la sala de lectura, para anunciar la hora. Al rato, me pareció que las campanadas habían quedado atrás, apresadas en un pasaje ya leído.

La lectura me entusiasmaba y el limpio tiempo de silencio me sedujo a sentir que penetraba el ambiente de primavera de aquellos montes de Campania que proponía la narración. Eran los tiempos del gran general cartaginés, Aníbal Barca, ( su recorrido del 218 al 183 A. de C. ).

Vi el momento en que Favio, jefe de las tropas de Roma, se ocultaba en el bosque, cerca de los desfiladeros. Desde allí, resguardado por las gasas de neblinas, veía de la manera que Aníbal quemaba las fértiles tierras y las propiedades de marsos y pelignianos. Parecía escuchar los gritos de los que se consumían entre las llamas. Aníbal los sabía ocultos. Entonces en una de sus estrategias abruptas reunió dos mil bueyes y a todos les ató en los cuernos unas abundantes faginas y las encendió en llamas devoradoras. Los soltó en la noche por aquellos montes y los soldados romanos no atisbaban a discernir que eran aquellas llamas fugitivas y alarmantes, aquella multitud de hogueras como soles en medio de la noche. Se asustaron y desmoralizaron. Así pudo Aníbal abrirse paso rumbo a Roma.

Los murmullos empezaron a sentirse al cabo de una hora de lectura penetrante. Primero se escucharon bostezos en distintos puntos de las mesas, algo así como indios que lanzaran señales. Después se escuchó el sonido de trasquilar ovejas, eran las páginas según sus rasgueos cuando las manos ansiosas las sucedían. A estas leves inquietudes les siguieron las sordas voces propias para confidencias. Pero al cabo de un tiempo de descanso a los ojos, volvían los lectores al abismo del silencio.

Sentí un leve taconeo de alguna mujer que entraba a la sala de lectura. Debe ser alta y delgada pues sus pisadas no acababan de matizarse con aplomo, sino que chocaban el piso con paciencia. Su taconeo era amortiguado y los zapatos parecían respetar el suelo. Fue entonces cuando despegué mis ojos de la lectura por primera vez. Busqué la huella del sonido de los pasos y descubrí la mujer que procuraba sentarse. Me di cuenta de su estatura : era espigada, pero más delgada de lo que pensé. Volví a la lectura. J. Michelet informaba que Aníbal perdió un ojo en su paso por los Pirineos. Iba montado en el último elefante que le quedaba y el frío, la humedad y las vigilias terminaron con uno de sus ojos.

Escuché otra vez, en la soledad aparente de la biblioteca, unos pasos que se acercaban por el fondo del recinto. Sonaban con ligereza, pero se posaban con fuerza sobre las losetas. Su taconeo tecleaba con firmeza y, hasta parecía producir una especie de eco con cada asiento de los zapatos. Los pasos se sucedían tan repetidos como trozos de redoble. Pensé : " esta mujer es gorda, de estatura normal, pero viene tímida. Le parece que la miran y por alguna razón se irá pronto ". Yo pensaba en estas circunstancias sin despegar los ojos de las páginas, sin levantar la frente. No quise comprobar si era robusta y seguí escuchando el redoble de sus zapatos. Oí que preguntó algo junto al mostrador, pero no percibí la respuesta. Probablemente le respondieron con un gesto. Comenzó a retirarse de la sala, ahora con los pasos aún más ligero. Era un fragmento de redoble su zapateo, pero  la posadera firme como si toda la planta hiciera contacto al mismo tiempo con la superficie. No pude reprimir la curiosidad y, alcé la vista. Comprobé que la mujer era gruesa y como de cinco pies y algunas pulgadas de estatura. Asomé una sonrisa mordaz y continué leyendo.

En la lectura se habla de la genialidad de Arquímides. " Aquel poderoso inventor estaba tan preocupado con la persecución de las verdades matemáticas, que se olvidaba de comer y beber arrastrado al baño por sus amigos trazaba todavía figura con el dedo en las cenizas del hogar y en su cuerpo untado de aceite. Semejante hombre había de hacer poco caso de romanos y cartagineses. Pero se entusiasmó ante el sitio de Siracusa, como cualquier otro problema y quiso descender de la geometría a la mecánica.

Inventó máquinas terribles que arrojaba sobre la escuadra romana piedras de 600 libras de peso, o que al inclinarse hacia el mar, agarraban un barco, le hacían dar una vuelta y lo estrellaban contra los peñascos, los tripulantes volaban por todas partes como piedras lanzadas por la honda. Inventó también, espejos concéntricos que reflejando a lo lejos la luz y el calor abrasaba en el mar la armada romana, Los soldados no se atrevían a acercarse, al menor objeto que aparecía en la muralla, volvían la espalda gritando que era alguna otra invención de Arquímedes".

Aníbal Barca que rodeaba a Roma, cierto día fue sorprendido por un emisario enviado por Claudio Nerón, que arrojó la cabeza de Asdrúbal , hermano de Aníbal, a los piés de éste. Después de Aníbal perder su última batalla, frente a Publio Cornelio Escipión, el Africano, en Catago, ( la batalla de Zama, 202 A. de C. ). Huyó a Siria y en una ocasión en que un comando de soldados romanos lo perseguía, cumpliendo un juramento que su padre Amílcar Barca le hiciera prometer, cuando Aníbal era niño, que le dijo: " júrame que nunca te dejarás apresar de los romanos y preferirás morir antes de someterte al escarnio de ellos ".

Aníbal, tomó una sortija que ocultaba el polvo de arsénico y lo apuró. Cuando los romanos llegaron hasta su presencia ya Aníbal estaba sin vida.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Cuervos en el mar

No sé de dónde puedan llegar, pero se desparrama y se cierne sobre la periferia marina.Oscurece las aguas azules encendidas de sol. Su olor y aceite ahogan y ciegan los alcatraces e impregnan de grasa a las blancas gaviotas.

No puedo entender por qué se escapan esos torrentes ominosos, ungidos siempre de luto para obrar en la malignidad de los daños. Van de periplo sobre los mansos cristales de estas bellas dársenas. Apelmazan las tersas y cálidas aguas de nuestras playas.

¿ Quiénes vierten el gas viscoso que pliega las alas de nuestras aves marinas ? Gelatinan sus lenguillas y traban sus picos de fétida gomina. Hace poco tiempo que zambullirse en las playas puertorriqueñas era delicias de dioses. La fama recorrió a Europa. Los poetas entregaron versos a sus libros sensibilizándose por estos mares :
" ¿ Dónde podría ir a pensar despacio ? \ En sus tibias arenas, \ no de escombros \ sino de argentería ". ( Pedro Salinas ) Quien también escribió : " Y ese verdor que el agua transparenta \ es de Arcadia que abajo se eterniza; \ almas verdes, las almas de las islas".

Pero hoy, los cuervos de Poe andan sueltos sobre nuestros mares. Clavan sus picos de petróleo y melanina sobre la piel de los bañistas y le deparan el escozor del hade.
A menudo llegan unos barcos inmensos, desprovistos de lujos. Les llaman barcos cisternas, fondean nuestras bahías -- no puedo discernir las razones -- pero vierten al mar de Guánica toneladas de una laxitud, que como gigantesca sombra negra oscurece el fulgor verde de las aguas. Es un intento de teñirnos el Atlántico y el Caribe de negro, para que en las noches boricuas, las luces del cielo no se reflejen. Para que el luto de estos mares ostente su vestuario en semejanza al maremoto de la criminalidad.

A veces, no dan tregua y cuando la gente de corazón noble, los ambientalistas, exhuman, con grande esfuerzo, la sustancia orgánica, nos informan en los periódicos de otro accidente en que los carburos de hidrógenos echan sus correntías, llevando al abismo de la muerte a las especies marinas y maleando nuestra aguas periféricas.

Para disfrutar de nuestro mar habría que intentarlo a través de la narrativa, la imaginación, la historia y radio-bemba como dice Ana Lydia Vega. Por cierto que estas dos sobresalientes damas de nuestra literatura, la ya citada y la fenecida Olga Nolla han mirado el mar con nostalgia : " Desde Pitahaya y Yaurel, las mujeres bajaban por las tardes hasta la orilla del mar". ( A. L. V. ). " Caminando por la playa observé que el agua  parecía brotar debajo de las arenas y como estábamos a cierta distancia de donde las olas mojaban la costa, quise por curiosidad y hábito hacer un cuenco con las manos y llevarme a los labios aquella agua que brotaba ". ( O. N. ).

Nuestros mares costeros están vedados porque los microorganismos amenazan la salud.
Cuando menos, se avista una redecilla de manchas fosforescentes, puntos tornasoles que destellan su imprudencia en el temblor náutico. Si pudiéramos acuñar una imagen diríamos que las aguas de nuestros mares han perdido la salobridad, el hálito de los países del mundo, el color de su " corpus ", el olor a rosas de la época, en cambio ofrece un tufo a herraje, a maquinaria, a motores flotantes, turbinas y diferenciales destrozados que destilan las grasa y chapapote. " Margarita, ¿ está linda la mar? "

Mientras tanto pensaremos que nuestra isla no ha de quedar sin mares.

Ese mar isleño que vive en azul, la fantasía del matiz. En las palmas acocadas de mis manos recojo tus aguas cristalinas. Nada de azul, nada de verde. Luz y cielo te croman de azul verdoso en aleación mágica. Tus aguas mar isleño, son claras, cristalinas, espectrales. Te das al cielo para domeñar su infinidad y, en celeste trasparencia; el aire ardiente y lúcido deslumbra tus ondas cerúleas. Queremos que sigas convidando a tus radas y arenas, que atraque el turismo en las bahías y aúpe en los penachos la fama de tus aguas atlánticas y caribeñas.

viernes, 13 de junio de 2014

Desde Barrancos

En Lares. Desde el punto angular de la vieja barra hacia el poniente, se visualiza el trecho de carretera que va rumbo a San Sebastían. La brea, como le decían antes, está siempre oscurecida por las sombras de los centenarios árboles que les refrescan y le cuidan.

Tiene una ligera bajadita, pero vuelve inmediatamente a tomar su rectitud. Es la antigua ruta que va al Pepino, todos lo saben; ahora se llama Dr. Pedro Albizu Campos. Hace mucho tiempo se conocía como Barrancos. Cosas de la evolución de los pueblos.

A las golondrinas les atrae volar recta la calle hasta perderse en el fondo del túnel de arborescencia y regresar al instante imitando los automóviles, en un ciclo de raudo juego.

Hay al principio, un árbol vetusto al que los franceses lamaron mameyes cuando observaron su fruta : es muy parecida al seno de la mujer. En idioma francés se escribe con ll - elle, ( mamelles ) - senos. Cuando es de temporada estos frutos caen a orillas de la carretera y niños y adultos los deleitan. Al despojarlos de la corteza asoma una película o membrana amarillenta que contiene arsénico, es la sustancia que produce dolor de estómago a los niños. ésta hay que quitarla y desecharla.

Esa parte de la carretera, da la impresión de que conduce a alguna parte del mundo, por ejemplo : a centro y sur América, también parece que por ahí se llega a Europa. Cuando me encontré en una encrucijada en territorio de Soria , España creí que había salido allí desde esta carretera.

jueves, 10 de abril de 2014

Los lugares con espejismos de Lares, El Anón

De mi libro Flauta de bambú

El Anón o calle stone es una de las dos largas pendientes de Lares.
Esta calle comienza, pero no termina. Le ocurre como a las famosas cataratas, que desde la cúspide bajan precipitadamente, sin término y su único destino es el mar.

Tiene la calle, en su umbral, en el casco del pueblo, una alta muralla construida de piedra viva para la época en que se enarbolaba la bandera de España. Allí duerme su presencia inadvertida para las miradas de los transeúntes.

La barriada de la que toma su nombre, se extiende al costado de una depresión que sustenta un tenderete de casas que nacieron espontáneamente como ciertas plantas silvestres en tierra feraz. Este caserío está rodeado por la quebrada del Anón oculta entre follaje, pero sollozando noche y día.

Los domingo, cuando hay menos tráfico y la calle parece descansar del trajín entra en estado de paz y sosiego. Frente a la vetusta muralla de piedras, dicen que suele escucharse martillazos sobre herraduras en los cascos de los caballos, de aquella faena que Chucho Jiménez desempeñó en esa parte de la calle, por muchos años.

Rememoremos la época en que El Anón era un espacio de fuete y próspero comercio. Al principio de la calle se erigía un local que compartían tres actividades comerciales distintas : pulpería, tienda de zapatos, ropa y telas y el rincón del tabaco. La división la establecía una bota grande de hojalata que pendía de un travesaño. Esta bota hecha por artesano, recuerda la anécdota referida por Neruda en sus memorias-- Confieso que he vivido -- donde revela que cambió a su hermana su parte de herencia si le conseguían una bota igual que anunciaba una antigua zapatería en Temuco, región de su nacimiento.

En esa parte de la tienda, al comienzo de la calle, se desempeñaba Chalo propietario de una parte de la empresa. Le acompañaba en un diminuto rincón, don Pedro Rivera quien ejecutaba la tercera actividad comercial del local : vendía tabaco en rollo y detallado a sus numerosos clientes y marchantes. A don Pedro le faltaba una pierna.

De manera que la atmósfera de aquel almacén despedía una mescolanza de aromas, diríamos, antagónicas : olores de ropa, de zapatos, de telas. las emanaciones fuertes a tabaco, la fetidez de los barriles del pez machuelos procesados en agua espesa de sal. También el inconfundible hediondo bacalao.

Al bajar la cuesta del Anón afloraba el hervidero comercial. Mujeres que salían de las tiendas con bolsas de productos de alimentos llevándolas en el cuadrante de sus cinturas y una caterva de niños que le seguían lamiendo dulces o chupando límber. Hombres con sacos de compras sobre sus cabezas.

Las tiendas discurrían por toda la pendiente : la de Chú Beltrán, la de Gilberto Monroig, la de Salvador, su hermano retirado de sanidad, la tienda de Geño y, al final, el almacén de Torres y González, el más pujante de los comercios del Anón. Poseía  una estación de gasolina y tenía la clientela que se agita en un mall hoy día.

A ese almacén llegaban las cartas de los habitantes de la barriada.

De niño miraba a lo largo de la calle y me parecía que el sol nunca se apartaba de la cuesta. Las chapitas de las botellas de refrescos y las diminutas herraduras que soltaban los zapatos, hundidas en el derretido asfalto de la brea brillaban cual preciosa pedrería. De noche desde mi cama, pesaba en la cuesta del Anón y creía que el sol todavía la encendía.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Postales de navidad

Eran días de navidad. Las maestras decoraban los salones y traían pascuas rojas. Repartían una hoja de papel blanco y con nuestras crayolas dubujábamos postales navideñas. Ella pasaba silenciosa mirando por encima de nuestros hombros para observar los trazos de los dibujos. Entonces nos dejaba un dulce sobre el pupitre. Yo escogí pintar dos velas encendidas : una mayor que la otra. Las llamitas las teñí de amarillo.   Las rodeé de un círculo de pétalos de pascuas rojas que me esmeraba en configurarlas. Por las ventanas entraba la brisa fría de la época. Otros alumnos trabajaban distintos diseños : un pesebre con asnos y ovejas. El Niñito Jesús en un pajar y la virgen María con su rostro inclinado y su aura de luz.

Sólo una niña se acordó de la estrella de Belén. En otras postales figuraban los Tres Reyes Magos. Un niñito dibujó a Jesús bebé solo, llorando y con lágrimas. Ese estudiante era Oscar el huerfanito. La maestra prendió todas las postales de navidad en el tablón de edictos para su exhibición.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Bolitas de nieve

Las Bolitas de nieve eran en última instancia, un poema. Además de un delicado dulce confeccionado a base de coco rallado a cuya paja se matizaba de color rojo. Resultaba una golosina autóctona de Lares. Se colocaban sobre un pequeño vaso festoneado, con una base circular de azúcar cristalizada y la ralladura de coco, también cubierta por ese cristal de azúcar, cuyo objeto era guarnecer el exquisito dulce.

       -- Bolitas de nieve !--Gritaba Chuía cuando aparecía por las calles del viejo pueblo.
Estas golosinas impresionaban como poemas en vasos transformados al estado de la extensión según los conceptos filosóficos de Descartes, sustancia y extensión.

En cuanto al poema que nos evocaba las Bolitas de nieve recordamos estas consideraciones de la siempre apreciada poesía :

El poema está escrito en símbolos gráficos, que resulta un código linguístico perteneciente al concepto de la extensión según Descartes. Dentro de esa extensión existe el significado de los códigos linguísticos que es el pensamiento. La escritura es pues extensión y pensamiento. Ambas, sustancia y extensión son atributos de una sustancia unitaria, según Spinosa.

Por lo tanto, las Bolitas de nieve portaban atributos propios de los poemas.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Traffic paint

Beau se aplica en francés, para el masculino y belle para el femenino; significan lo bello. Están relacionados con la impresión estética. La belleza siempre es un aliento agradable.

En italiano, feo es brutto, es una presencia que forcejea para desaparecer y también pugna para imponerse. Contrario a lo bonito, cuando aflora en el paisaje, la arquitectura, la pintura, la música, la literatura, en fin, donde quiera que en las artes se manifiesta la estética, obtiene el salvoconducto de todas las miradas. Mientras que lo grotesco recoge el rechazo de la animosidad y el exilio del sentimiento.

Con frecuencia este contraste se ve en las carreteras. Frente al ornato de la flora, sobresalen unos fuertes brochazos de pintura amarilla para el tráfico y luego, que se va borrando y desaparece su intensidad, proyecta un dejo o abandono que es característica de lo feo.

Recuerdo que así pasaba con las bolas de tenis : eran blancas en un principio y, luego el uso las tornaba en color café que, repugnaban frente a la belleza de las canchas y las miradas de los espectadores. Esto evolucionó y se crearon las bolas fosforescentes.

Pensamos que así también, vendrá en el futuro, un cambio o transformación en las zonas de calles y avenidas.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Bolero de Maurice Ravel

Una batalla pírrica

La platífera luz cegadora, mostraba como un espejismo el sinuoso paisaje de pura arenas ardientes. Al final en el horizonte desértico, asomaba a verse la fila tambaleante de un breve ejército que marchaba agónico y asimétrico. Buscaban un oasis para aplacar su horrible sed. El agua era su gran victoria ansiada después de un arrojo bélico desastroso.

Había que afinar la vista y precisar la mirada para poder delinear, a lo lejos, los primeros guerreros árabes que aparecían entre una transparente bruma de polución arenisca.

La música de Ravel recoge esa primera aparición en lontananza. Vienen con las ropas raídas, compresas manchadas de sangre, apósitos en distintas partes y turbantes en hilachas arañados por la guerra, algunos habían perdidos los calzados. Esa música se va intensificando a medida que la tropa se acerca. Entra un número mayor de clarinetes, de saxofones y, aparece la flauta travesera.

Toda la melodía se mueve y se contonea como la serpiente que sale en espiral de la canasta en que dormitaba. Es una música árabe que atrapa el silencio de las dunas adormecidas por el aislado calor de la inmensidad enarenada.

Se distingue mejor la figura que marcha en vanguardia : es el capitán. Una banda de tela, ( diríase teñida de alheña ), pero es roja sangre, le corre de la cabeza pasando bajo su quijada estropeada. Sus pasos son altivos, pero sin firmeza. Todos beberán agua y él será el último.

El tambor va marcando con los golpes armónicos, los débiles pasos de la tropa. La partitura se repite y se repite, en círculos concéntricos mientras dura la marcha heroica y mientras más claros se ven todos los combatientes. El tono se eleva ya cerca del clímax y se emplean todos los instrumentos.

Esta estrategia musical, la adaptó Gabrier García Márquez en la literatura al repetir y repetir la muerte de Santiago Nasal, en Crónica de una muerte anunciada. Estas repeticiones, tanto de Bolero como de Crónica, son por la maestría como se ejecutan, efectos de mayor agrado.

Al llegar los soldados al oasis, la música de Bolero alcanza su mayor sonoridad. Los sedientos guerreros se han lanzados sobre las frescas aguas, pero uno permanece erguido al pie de la corriente y cuando todos han chocado las caras contra el cuerpo de las aguas que han salpicado al capitán, entonces él también cae inerte a las sombras de las palmas de dátiles. La música de Bolero estalla rematando su final con espectacular sello.


jueves, 20 de junio de 2013

Golondrinas y campanas

Lares 1948

Un niño de diez años, junto al tamarindo sagrado, miraba ensimismado a las golondrinas revolotear y lanzarse en picadas y volver a enfilar hacia lo alto dibujando círculos concéntricos. Volaban por instantes haciendo equilibrio en el espacio y se lanzaban raudas a ras de la calle frente a la vieja plaza. Le entretenía ver cómo aparecían tantas a sobrevolar la bóveda de la iglesia en el instante en que sonaban los tañidos de las campanas, temblorosos y claros como sonidos de cristal. Mientras más golpes broncíneos estallaba el badajo de aquellas antiguas campanas, tanto más golondrinas tupían el espacio alrededor del campanario. Aquello era el rito de las golondrinas. El sueño de las golondrinas es volar y jugar. El pelícano vuela, pero es persistente en la búsqueda del pez.Los mozambiques son glotones aunque muy diestros planeadores. El pitirre es enamorado de otear el paisaje, pero se la pasa en el ápice de la palma real y los alambres eléctricos. En cambio las golondrinas vuelan y juegan, pero no comen. ¿ quién ha visto a las golondrinas picando bocaditos sobre alguna golosina ? Es el ave asceta del espacio.

Los sacerdotes hastiados de la penetración de bandadas de golondrinas en el el interior del templo, adaptaron un enorme velo de muselina a la puerta principal de la nave delantera de la iglesia.

Un hombre se acercó al niño y, trajo en sus manos, una escoba. La blandía al aire como una graciosa bailarina de música. Al niño le saltaba el corazón de alegría, al ver las golondrinas que caían de sopetón sobre la pelusa de la escoba. Mucho tiempo agitó el hombre la escoba y las oscuras aves lanzándose como aviones japoneses sobre el objetivo. Aquel espectáculo arrancaba carcajadas al párvulo.

No es preciso saber cuándo ocurrió, pero hubo un momento en que las campanas sonoras y antiguas declinaron de doblar. Luego,las tradicionales golondrinas desaparecieron así como las de Bécquer se alejaron para siempre de aquella pareja de enamorados.

lunes, 10 de junio de 2013

Acuarelas de un pueblo provecto

Tomado del libro Ciudadanos de Lares, de Carlos Mercado.

" Todo hombre comparte, sin embargo, su estructura mental con otros, con los que por la historicidad de su esencia está ligado. Una comunidad lógica es para él su propia familia, su pueblo o ciudad, su país o clan, su nación. Todas estas comunidades sobresalen de otras por una cualidad típica, y están, por lo tanto, configuradas externamente por un característico estilo colectivo. Todos estos estilos están impregnados por el estilo de época. Hay que asignar todo ello no a una comunidad regional sino a otra delimitada por el tiempo : la comunidad de época ". (Walter Falk, Impresionismo y Expresionismo, ps., 28- 29, edt. Otto Muller, de Salsburgo, 1961 ).

La carretera, tan negra y acerada como toba del río. Se tendía sobre el pueblo igual que oscura correa sujeta a la cintura del hombre. Al cenit, parecía elevar al espacio su espíritu en efluvio de tenue temblor de neblina. Los pies descalzos de los hombres más acostumbrados, saltaban de punta y de talón, de talón y de punta al contacto con la brea incandescente.
La carretera como un río de aguas en la noche, guardaba en ella la pedrería de hojalata, tesoro que había ido acumulando en su lecho a través del tiempo : herraduras que los viejos y cansados caballos soltaron como un destello de sus pezuñas y que el trajinar y el sol se ocuparon de hundirlas, chapitas de gaseosas, herraduras de zapatos, botones de nácar, canicas, alguno que otro carrito de metal, que un niño vio aplastarse bajo los neumáticos de un auto y que fue su quiebra en el haber de sus juegos. Al cenit, fulguraba la pedrería como astros de la calle. Esta carretera, la única del pueblo, era ligeramente arqueada y en sus longitudes laterales comenzaba a carcomerle las piedras de la orilla auxiliadas por la lluvia y la menuda taladrante hierba. Cerca de allí se asomaban las casas de maderas.
En las mañanas áureas se podía oír desde todas las casas el repicar de los cascos de los caballos como campanas ciegas cuyos sonidos no iban más allá de su impacto. La calle hacía, entonces, presencia en cada hogar y, si alguien lavaba su rostro con agua de sol en una palangana, dejaba de escuchar el chasquido de cristal quebrado en sus manos y, auscultaba en sorbos de aire el tac-tac-tac de pezuñas sin herrar de las bestias cabizbajas.
Por aquella vieja calle de brea se caminaba y se paseaba. En ella jugaban los niños y los hombres, con trompos y el juego de los cocos secos. Un hombre asía firmemente en sus manos, un coco seco previamente desollado, el otro hombre lanzaba un rudo golpe con su propio coco, muchas veces quebrando de tal forma al de su adversario, que brotaba el agua con ímpetu tornándose sus manos en un fugaz surtidor. El coco abierto al istante mostraba la blancura andina y apetitosa. Los niños arremolinados se disputaban la nívea pulpa.

Al caer la tarde, cuando ya se había agotado la actividad del día, el crepúsculo ungía el pueblo de oro viejo. En ese momento iban llegando los hombres a la carretera. Unos sentados en la superficie, otros en cuclillas, los más de pié, conversaban aquellos temas ininteligibles, de tantas carcajadas y ademanes hasta que las voces eran parte de la atmósfera y lazo fonético entre la calle y la noche.

Al otro día, mientras la mujeres barrían con aquellas escobas de fibras de maguey y tortuoso palo nativo, el sol barnizaba las murallas del cementerio-- con diseño del Arco del Triunfo de Francia-- color de hojas secas. Entonces, se oía un chirrido metálico monorrítmico y algo que al girar daba tumbos, chillido de eje y rueda. Se percibía un estrépito de adrales presionados por rebosante carga de plátanos, acompañados del pregón del verdurero. Entonces, como un aparecido, Moncho Miranda, regalo de la carretera, ofrecía a las mujeres sus plátanos de a tres centavos. Los calzones de Moncho, bajaban muy largos y ocultaban sus zapatos " Sundial". El ruedo arrastraba el polvo y la menuda arenilla de la calle, confundiéndose en su apariencia negruzca con la brea. Moncho MIranda era hijo de la calle. Las mujeres esperaban su llegada día tras día, el chirrido de eje y rueda alertaban el sentido de la cocina. Un día lo vi sentado sobre un saco de arroz en una triste tienda de la calle. su barba de tres días eran finos dardos de oro. Me causó extrañeza verlo allí. Moncho era de la carretera.

Los almendros de Barranco creaban las sombras más gráciles y delicadas de la calle.Se posaba aquella ilusión de frondas como alas de gigantescos mozambiques. A veces, las casas arrojaban sus siluetas a la calle; pero eran sombras rectangulares, moles de sombras sin gracia. En cambio las sombras de los almendros eran el espíritu de las nubes. Las sombras almendrales alargábanse sobre la calle para atemperar el oro del sol que abrasaba su lomo. En el atardecer desaparecían. Con la llegada del crepúsculo sobre las copas de los almendros montaba una galería de cuadros surrealistas.

La calle tomaba ternura cuando una vez al año, un tropel de niños se arremolinaban en un punto de partida. Cada uno sostenía un envase de cristal. Estaban a la espera del comienzo del evento anual. Se lanzarían calle arriba sacando como a las conchas las perlas. Extraían herraduras que soltaban los zapatos para limpiarlas y venderlas al zapatero Chago Vieras. Les tomaba tiempo llegar al final y la gente les miraban inclinados como vietnamitas segando el arroz. Alegrías y desbordante herraduras eran las circunstancias destacadas. Escarbaban con las puntas de sus navajitas y sacaban de entre el negro de la calle, las piezas metálicas fulgurantes como plata pulida. Ya en el final, los envases lucían pesados y repletos, el que más recolectó era el ganador. Luego la calle mostraba a todo lo largo de su lomo, las heridas recién brotadas como un cereal en ebullición.

sábado, 8 de junio de 2013

El día que don José Colls voló sobre Lares

Del libro Ciudadanos de Lares

Aseguró ambos brazos atados a las correas de debajo de las enormes alas. Su cuerpo aparentaba pequeño en medio de las gigantes aspas. Don José Colls, tenía curiosidad.
Con adustez de antiguedad trabajó las alas en el taller. Puestas al viento querían volar solas. Ahora ya estaba listo. Si trazáramos una cinta desde su frente hasta la cúpula de la iglesia, resultaría una horizontal de nivel exacto, pero entre frente e iglesia se perdía el abismo de un cañaveral. Después corría una zona de árboles y bambúas ya cerca del pueblo. Se lanzó con arrojo hacia el abismo. ya en el aire, empezó a sentirse liviano.
El viento lo azotaba impulsándolo hacia arriba. Estabilizaba las alas y extendía el cuerpo como si ejecutara un clavado olímpico. Fue deslizándose sobre el abismo casi al mismo nivel de su frente y la cúpula. Sentía el zumbido de viento en las orejas y la preocupación de que volaba alto. Su camisa se henchía de aire y el pantalón se pegaba a las piernas, sintiendo sobre su cuerpo, la presión del espacio. Según la fuerza del viento o el movimiento de las alas, subía o perdía altura. Ya había cruzado el cañaveral y pasaba ahora sobre la arboleda. Le dio tiempo de echar un vistazo sobre la techumbre de algunas casas y se percató de que la gente del pueblo seguían su vuelo. Cerca de la arboleda perdió altura velozmente y fue a caer zampado en los contornos del manantial de Santa Rosa en La Rambla. Una banda municipal cruzó precariamente un estrecho camino entre el cañaveral, el pueblo seguía enardecido los acordes. Le encontraron con las alas quebradas y deshechas, con una sonrisa entre la hojarasca.

sábado, 25 de mayo de 2013

El Velorio de Oller, reflejo de La Última Cena de Barocci

El famoso y emblemático cuadro El Velorio de Francisco Oller Cestero, excepcional pintor puertorriqueño del siglo XIX, creado alrededor de 1893, no es tan original como se creía.

Sabemos que Oller participó y perteneció al movimiento del impresionismo en París. que después de su regreso a su patria, ( 1865 ) continuó relación y vínculos con sus amigos impresionistas galos por medio de misivas. En 1866 recibe carta de Guillerme instándolo a regresar a la capital francesa. Pero Oller se afinca en su país y desarrolla su obra realista- impresionista que lo distinguió.

De alguna manera, Francisco Oller se acercó y conoció la destacada obra pictórica, La Última Cena, de Federico Barocci pintor italiano del renacimiento, ( 1535- 1612 ).
Le impresionó la armónica composición de los personajes que concurrían al momento sagrado. Frente a ese cuadro concibió la idea para pintar un baquiné criollo que llamaría El Velorio.

La escena que se observa en El Velorio, tiene intensión exógena : muestra el mismo colorido, el juego de movimiento, la sutil energía, la impresión cinética, la actitud lúdica, la mirada hacia un objetivo en la altura, la presencia del perro, el niño que toma algo de una cesta en el piso. Quien contempla y examina La Última Cena, de Barocci, por fuerza, se ve impulsado a recordar el cuadro El Velorio de Oller pintado tres siglos después.

En El Velorio, se traza una concurrencia costumbrista, pero la vitalidad del cuadro es plenamente impresionista.

Había esta vez, que el padre Denny Cruz Cuevas, estando en Italia descubre este supuesto.

jueves, 2 de mayo de 2013

Por primera vez, música clásica

Cuando me asomé tras las cortinas, la orquesta se desenvolvía en agitada ejecución.
Un hombrecito nervioso la amenazaba o la abrumaba con una delgada varita. Entonces vi un reguero de papeles blancos, que a cada instante en forma incómoda y expedita los  hojeaban. Con tanto manejo de instrumentos móviles, no sé cómo fluía la música dentro de su armónica expresión, igual que si un tren corriera raudo sin salirse de su trazado metálico.

Estaba allí, oculto entre las gruesas y altas cortinas porque me impulsó la curiosidad o el deseo por aventurarme a descubrir aquellos recovecos tan atractivos para mi ignorancia. Anduve por aquel mundo olvidado y estrecho, tan lleno de cachivaches, pitas colgantes, un piano desvencijado con teclas hundidas y otras más arriba de su natural nivel. Ropas que pendían en ristra de ganchos : eran vestidos extraños que esperaban por hombres barbudos y mujeres de senos brotados. Tuve miedo al paso por aquel raro túnel. Sin embargo, me sentí protegido por aquella peregrina música.

Puse la atención en la pieza que la orquesta interpretaba. Notaba que había lógica y comprensión en ciertas partes y en otra se perdía la razón y la melodía formaba una algarabía como corceles desbocados o tormenta de lluvia azotaína. Sin embargo, notaba una sutil dulzura en el fondo. De momento parecía silenciarse y emergían unos gorjeos de suaves sonidos como trinos de tímidos pajaritos.

Luego en mis días de universitario conocí que la pieza musical a la que hago referencia en esta rememoración, era Capricho español de Nikolai Rimsky Korsakov. Un capricho en modalidad de Goya, pero con la rúbrica, el estilo y el sentimiento de la música de Rimsky.

En ese particular clásico musical, Korsakov lleva desde los Andes un grandioso cóndor a volar por el desolado espacio de los campos de Montiel, en Castilla. El gigante pájaro habituado a otear las escabrosas elevaciones vestidas de interminable blancura nívea, sólo divisa desde el cielo de La Mancha, la parda y sangrienta llanura.

Antonio Skármeta, nos dice en su novela, ( El baile de la Victoria ). " Y de pronto, como un meteorito de plumas que cayera desde la más alta cima, vino a depositarse sobre una roca a metros de ella, -- de victoria -- en un aterrizaje de armónica coreografía, un pájaro cuya cresta roja remataba la cabeza negra asentada sobre un collar de plumaje blanco ".
" Vergara Grey vino, le puso una mano sobre el hombro y para no perturbar la intensa comunicación entre el ave y la chica, le susurró:

      -- Es un cóndor.
      -- Nombre científico Vultur Gryphus de la familia de los Cathartidae.
      -- Tiene el aspecto de un pájaro culto. Ojos de cirujano y pedantería de doctor ".

Cuando estuve de niño detrás de aquellas polvorientas cortinas y, escuchaba aquella extraña música salida de tantos hombres y algunas mujeres, me di cuenta que de aquel acto sublime y armonioso se sentían pájaros, lluvias, caballos en fugas y podía percibir, quizás una nostalgia, porque ciertos pasajes me provocaban tristeza. Era la melancolía de la gran ave suramericana al encontrarse en una inmensidad ajena a la suya. También se podía captar, por momentos, los azotes de los vientos semejantes a las transmontanas que recorrían las áridas tierras rojas. Era colegible el zumbido circular de las aspas de los solitarios molinos de don Quijote. En notas sostenidas en adagio, flotante y sin vida, se transparentaba un extenuante cielo, sin límite y sin nubes.

Recuerdo que don Pablo Casals, genio del violonchelo decía : " En la música hay multiplicidad de cosas y sentimientos que no están contenidas ni especificadas en la partitura ".

Cuando aquella noche universitaria me deleitaba con Capricho español, engarzaba perfectamente en el recuerdo de la pieza musical de la orquesta que me encontré de súbito detrás de los lienzos. Entre la madeja de la música creí distinguir la ansiedad del cóndor buscando en las alturas un ábside escabroso donde posarse para el descanso de su vuelo, pero no veía otra cosa, allá en el lejano suelo, que las ovejas pastando como si fueran abejas libando néctar de  margaritas.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Caballo tres penas

Las nubes pasaban ligeras obviando fijar la atención acá abajo. Sin embargo, la mañana se ofrecía tierna aunque radiante. Había poco pasto e inmediatamente tras las hierbas, comenzaban los tupidos árboles. Las horas alcanzaron el medio día y el calor del verano arreció furiosamente.

En aquel breve pastizal corrían hilos de alambre de púas y, se veía la figura triste de un caballo estático, bruno, ya de pocas carnes y muchos costillares; coronado de rojizas mataduras a lo largo del esquelético lomo. Azotaba con la crespada y áspera cola la molestia de enjambre de moscas. Aquel viejo palafrén semejaba a la bestia agonizante que presenta Quevedo en el segundo capítulo del Buscón, donde dice: " a tener una guadaña, pareciera la muerte de los rocines".

Daba la impresión de estar en momentos de descanso, de centelleantes y dolorosos : palos, palizas y patadas con que le atacaba un pelafustán que lo pastoreaba, curtido de tatuajes emblemático de un mundo sórdido.

La mirada de sus ojos apagados era lejana. Y posiblemente ya no distinguía el verdor del exiguo prado, pero de vez en cuando fijaba la vista en cualquier objeto. Lo único ágil que se trasuntaba era una garza blanca que volaba de su espalda, cada vez que el pobre cuadrúpedo renqueaba al dar algunos pasos, pero la más de las veces también permanecía allí, sobre el animal, aunque éste se desplazara.

Tensaba del cuello a la estaca, la soga; por el esfuerzo tratando de alcanzar el cubo del agua colocado fuera de su alcance. Al pasar me di cuenta de aquella lucha intermitente, pero inútil. Subí la loma y le acerqué el balde de agua. Bebió con gusto hasta saciarse.

Cuando me alejaba alzó la testa y me ofreció una cansada mirada y un débil relincho, seguro que de agradecimiento.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Día de calabazas y de brujas

Mi hijo Carlos, cumple años hoy 31 de octubre.
No sé qué designio o influencia, si alguna, puede tener esta fecha sobre su persona. En todo caso el universo es una unidad o integridad que tiende a vincular la vida.

Pero esto de calabazas y de brujas son briznas costumbristas o tradicionales acumulativas del folklor y esnobs. Nada tiene que ver con vínculos astrológicos o relaciones climatológicas o actitudes psíquicas entre conciencia y naturaleza.

Octubre-pudre : se decía porque suele ser época de muchas lluvias. Es el mes diez. Cuando nos fijamos en la grafía del número arábigo 10 vemos que su diseño estructural consiste en una varita que se dispone a pegarle al óvalo o huevo de avestruz con el objeto de echarlo a correr porque ha llegado a una etapa o un término : una decena. También para que rompa y produzca nuevas cantidades en la proliferación de haberes estruciforme.

Este número arábigo 10, la relación que establece con la época de " Halloween " es que se disfraza. De ahí en adelante todas las demás cifras tendrán una indumentaria con estructuras que ya existían. El 10 es el primero en disfrazarse del atuendo de unidades preexistentes : del uno y del cero.

De todos modos nos sentimos orgullosos de que haya arribado a la vida para engrandecer  nuestro amor. Tu madre, tu hermana y yo, tu padre, te echamos bendiciones y te deseamos fuerte y duradera salud. Éxitos en tus proyectos. Que tengas un día de solaz y de cariño. Feliz cumpleaños.

viernes, 26 de octubre de 2012

Motivos de la música clásica

Música clásica : escucha pulsar el suave violín...
Sólo te dejas llevar, te dejas adormecer: entras en una atmósfera de lienzos flotantes.

Ve mover las cuentas de un rústico ábaco oriental. Alcanzas divisar entre las rocas oscuras de un cauce vertical, las espumosas aguas que bajan de cimas infinitas.
Busca en los azules humos, brunas nubes de un atardecer viajero en lontananza rumbo al principio nocherniego. En adagio caen las gotas breves, las acuíferas micro-perillas con lentitud sobre el arroyo, creando ondas en círculos concéntricos expansivos hasta el desgaste.

Entonces la melodía y las cadencias callan, los instrumentos se apagan, pero fluía en silencio un hilo imperceptible de notas veladas y lejanas. Abrióse un silencio sugeridor de bosque en crepúsculo y le siguió un abismo como un salto al vacío y el delgado murmullo silente perceptible sólo en la imaginación de una hondura espacial, con emergentes estrellas cromáticas : violetas, púrpuras, azules, verdosas, flotando en un espacio líquido y oscuro. Dentro de un sonido pulcro con un destino inercial en órbita elíptica en un espacio de sueño.