Cancha Central de Wimbledon.
Verde y fresca su pradera.
En los puntos de servicio,
asoma pálida, la gleba sin césped.
Trillo hecho con la fuerza
de las pisadas.
" No me ganas aquí,
en mi casa,
en la Cancha Central".
Al final tendría un palmarés
de cuatro Wimbledon
y octavo Grand Slam,
de su prestigiosa carrera.
Miró a la multitud que lo aclamaba.
Los vítores, los sonados aplausos,
los gritos de exaltación y alegría.
Una paloma clara, prendida en luz,
cruzaba en vuelo
el prado de juego.
Federer, con prestancia,
vestía su blazer crema
al aparecer sobre la hierba.
Cuando todo concluyó,
con el estoque del match,
alzó los brazos,
echó atrás la cabeza
y, cerró los ojos.
Sus oídos percibían
la estruendosa percusión.
En su conciencia tañían
las campanas de la catedral de Suiza.
miércoles, 11 de abril de 2012
lunes, 9 de abril de 2012
Gigi Fernández
Paseas tu sonrisa
por los césped del mundo.
Llevas en tu acento
el verbo de Puerto Rico.
En tu piel acanelada,
evocas la canción de Bobby Capó,
en tu gracia y simpatía,
el fililí de las boricuas.
Nueve títulos del Grand Slam,
en pareja, tu raqueta
ha conquistado.
Te unes a los grandes
deportistas y artistas
que consagran al país,
desde los taínos al presente.
Esa bola de luz
que en la arcilla
galés se desliza,
en la grama inglesa
destella como estrella
fugaz.
Es luciérnaga cetrina
y llena de claridad,
como un sol,
el corazón.
Gigi, Gigi.
Es una sístole,
es un canto,
como lo escuchó Ulises
en las aguas del mediterráneo.
Atraes a los puertorriqueños
a lanzarse al regazo
de tu gloria, Gigi.
Venusta tenista,
Francia te ofrece vítores
y el Arco del Triunfo.
Inglaterra conocía la Beatriz de Dante.
Ahora adoran otra Beatriz.
Gigi Fernández.
Las campanas tañen arrebato
y, nuestros artistas buscan el mármol
para cincelarte.
por los césped del mundo.
Llevas en tu acento
el verbo de Puerto Rico.
En tu piel acanelada,
evocas la canción de Bobby Capó,
en tu gracia y simpatía,
el fililí de las boricuas.
Nueve títulos del Grand Slam,
en pareja, tu raqueta
ha conquistado.
Te unes a los grandes
deportistas y artistas
que consagran al país,
desde los taínos al presente.
Esa bola de luz
que en la arcilla
galés se desliza,
en la grama inglesa
destella como estrella
fugaz.
Es luciérnaga cetrina
y llena de claridad,
como un sol,
el corazón.
Gigi, Gigi.
Es una sístole,
es un canto,
como lo escuchó Ulises
en las aguas del mediterráneo.
Atraes a los puertorriqueños
a lanzarse al regazo
de tu gloria, Gigi.
Venusta tenista,
Francia te ofrece vítores
y el Arco del Triunfo.
Inglaterra conocía la Beatriz de Dante.
Ahora adoran otra Beatriz.
Gigi Fernández.
Las campanas tañen arrebato
y, nuestros artistas buscan el mármol
para cincelarte.
Adiós, Martina
" Es algo asombroso. es divertido estar
aún en cancha. Es algo que amo ".
" Estoy muy triste. Hubiera estado triste
aunque hubiese ganado. Esta fue la última vez ".
( Navratilova ).
Ella anduvo cerca
del área de servicio,
allí donde la tierra
se muestra un tanto desnuda.
Enfocó su mirada
al lomo de la cancha
y atesoró entre sus dedos
la gleba de la fama.
Esta vez, el plato
de bajorrelieve dorado,
era presea de Conchita Martínez.
España arrebataba
el Wimbledon.
Los ojos humedecidos
de Martina, apresaban
en sus pupilas la multitud
enardecida.
Una flor de voces la despedía.
Navratilova visitaba Wimbledon,
en la soledad verdegueante.
Para apresar en su alma
el espíritu de la cancha.
Allí entre las briznas encendidas,
dejó el celaje de su silueta.
En el corazón de la muchedumbre,
la imagen de la tenista.
Sus finos cabellos de oro,
sus redondos cristales
y su tierna voz,
matizan su humanidad.
Subcampeona de Wimbledon
94, Martina,
aunque te vayas
siempre se moverá
tu presencia
por las canchas del mundo.
Adiós, Martina,
te llevas la tierra de Bretaña
y el amor del universo.
aún en cancha. Es algo que amo ".
" Estoy muy triste. Hubiera estado triste
aunque hubiese ganado. Esta fue la última vez ".
( Navratilova ).
Ella anduvo cerca
del área de servicio,
allí donde la tierra
se muestra un tanto desnuda.
Enfocó su mirada
al lomo de la cancha
y atesoró entre sus dedos
la gleba de la fama.
Esta vez, el plato
de bajorrelieve dorado,
era presea de Conchita Martínez.
España arrebataba
el Wimbledon.
Los ojos humedecidos
de Martina, apresaban
en sus pupilas la multitud
enardecida.
Una flor de voces la despedía.
Navratilova visitaba Wimbledon,
en la soledad verdegueante.
Para apresar en su alma
el espíritu de la cancha.
Allí entre las briznas encendidas,
dejó el celaje de su silueta.
En el corazón de la muchedumbre,
la imagen de la tenista.
Sus finos cabellos de oro,
sus redondos cristales
y su tierna voz,
matizan su humanidad.
Subcampeona de Wimbledon
94, Martina,
aunque te vayas
siempre se moverá
tu presencia
por las canchas del mundo.
Adiós, Martina,
te llevas la tierra de Bretaña
y el amor del universo.
Nuestra primera cancha de tenis
Las piedras,
las arenas y el cemento.
Un cúmulo de muchachos
solícitos.
Cada día, con el sol
y la noche :
las manos ávidas
volcaban el material.
Los minerales se aliaban
con la voluntad
de un estudiante
de la Santa Oblea.
Un profesor de aspecto germánico,
de estricto carácter,
como un águila oteaba
los movimientos.
Como un Hítler, ordenaba.
El profesor espartano,
con el seminarista
entusiasta del tenis,
y el séquito de alumnos
vertían la cancha
dentro del molde rectangular.
Sólo un obrero especializado,
un albañir del campo
daba el toque justo
con palustre y frota.
El cuerpo de la cancha
parecía flotar en la superficie
y bendecir nuestras ansias.
Con cada pala,
una idea.
con cada idea, un sueño :
-- organizaremos torneos.
-- enseñaremos el tenis
a los párvulos.
( Fulano no tendrá
que ir tan lejos a coger las pelas ).
Cierta tarde la vistieron
de esmeralda.
Y aún no nacía la cancha.
cuando se trazó el encintado
blanco, apareció bella
como una novia.
Allí está el césped de mampostería,
ofreciéndose al disfrute.
Quiera Dios que un día,
algún peregrino transeúnte
con raqueta y bolas
se tope con nuestra
cancha pueblerina
para su alegre deleite.
las arenas y el cemento.
Un cúmulo de muchachos
solícitos.
Cada día, con el sol
y la noche :
las manos ávidas
volcaban el material.
Los minerales se aliaban
con la voluntad
de un estudiante
de la Santa Oblea.
Un profesor de aspecto germánico,
de estricto carácter,
como un águila oteaba
los movimientos.
Como un Hítler, ordenaba.
El profesor espartano,
con el seminarista
entusiasta del tenis,
y el séquito de alumnos
vertían la cancha
dentro del molde rectangular.
Sólo un obrero especializado,
un albañir del campo
daba el toque justo
con palustre y frota.
El cuerpo de la cancha
parecía flotar en la superficie
y bendecir nuestras ansias.
Con cada pala,
una idea.
con cada idea, un sueño :
-- organizaremos torneos.
-- enseñaremos el tenis
a los párvulos.
( Fulano no tendrá
que ir tan lejos a coger las pelas ).
Cierta tarde la vistieron
de esmeralda.
Y aún no nacía la cancha.
cuando se trazó el encintado
blanco, apareció bella
como una novia.
Allí está el césped de mampostería,
ofreciéndose al disfrute.
Quiera Dios que un día,
algún peregrino transeúnte
con raqueta y bolas
se tope con nuestra
cancha pueblerina
para su alegre deleite.
domingo, 8 de abril de 2012
El Abierto de Australia, 2007.
Fernando y Federer
en el Abierto australiano.
Sobre cálida y verde cancha de asfalto,
bajo cielo continental,
con brincos y saltos legendarios
proyectándose canguros
en la estepa.
Se juegan el título de Australia.
Fernando, ansioso y trémulo.
Federer, aplomado y circunspecto.
Ambos atizan la bola con tesón.
La figura del suizo se agiganta.
El chileno piensa en la tierra
de Valdivia y Neruda :
" Aquí terminan estos viajes.
Yo he tomado parte en esta lucha,
en ésta tú victoria ".
( El fin del viaje, Neruda ).
Tal como la sombra del ombú,
con la caída de invierno,
se desvaneció el primer Grand Slam
del Bombardero de la reina.
Plena de alborozo la fanaticada
lanza a la cancha,
aplausos como flores.
Ya lucen sus preseas
y sueñan con la parda arcilla,
en los aires del Sena.
Para Federer, se dora su palmarés.
Para Fernando, el subcampeonato.
Atrás quedan el celaje
de los niños corre bolas
y los escarabajos dorados,
empeñados también,
en ver la lucha
de titanes del tenis.
en el Abierto australiano.
Sobre cálida y verde cancha de asfalto,
bajo cielo continental,
con brincos y saltos legendarios
proyectándose canguros
en la estepa.
Se juegan el título de Australia.
Fernando, ansioso y trémulo.
Federer, aplomado y circunspecto.
Ambos atizan la bola con tesón.
La figura del suizo se agiganta.
El chileno piensa en la tierra
de Valdivia y Neruda :
" Aquí terminan estos viajes.
Yo he tomado parte en esta lucha,
en ésta tú victoria ".
( El fin del viaje, Neruda ).
Tal como la sombra del ombú,
con la caída de invierno,
se desvaneció el primer Grand Slam
del Bombardero de la reina.
Plena de alborozo la fanaticada
lanza a la cancha,
aplausos como flores.
Ya lucen sus preseas
y sueñan con la parda arcilla,
en los aires del Sena.
Para Federer, se dora su palmarés.
Para Fernando, el subcampeonato.
Atrás quedan el celaje
de los niños corre bolas
y los escarabajos dorados,
empeñados también,
en ver la lucha
de titanes del tenis.
La primera bola de tenis
Una vez hace muchos años,
apareció en mis manos
una bola de tenis.
Su color era caqui,
distintas a las de hoy fosforescentes.
La trajo mi hermano mayor
de la capital.
Para mí, era muy graciosa
por su particular bote,
por su color y ligera lana.
Mi hermano me explicó el juego.
Pero mi mente lo reinventó.
Jugaba con las palmas de las manos
en el pequeño parque de grama,
como un Wimbledon intempestivo.
Pasaron los años.
Un día me encontré tras la verja
de una cancha verde.
Parecía un campo de lirios;
pantalones cortos blancos
y, blancos también, los jubones.
Blancas las rayas trazadas,
blanca la red.
Un mar de espumas liliales.
los golpes de las raquetas
contra las raudas bolas,
se grababan para siempre
en el palpitar de mi corazón.
apareció en mis manos
una bola de tenis.
Su color era caqui,
distintas a las de hoy fosforescentes.
La trajo mi hermano mayor
de la capital.
Para mí, era muy graciosa
por su particular bote,
por su color y ligera lana.
Mi hermano me explicó el juego.
Pero mi mente lo reinventó.
Jugaba con las palmas de las manos
en el pequeño parque de grama,
como un Wimbledon intempestivo.
Pasaron los años.
Un día me encontré tras la verja
de una cancha verde.
Parecía un campo de lirios;
pantalones cortos blancos
y, blancos también, los jubones.
Blancas las rayas trazadas,
blanca la red.
Un mar de espumas liliales.
los golpes de las raquetas
contra las raudas bolas,
se grababan para siempre
en el palpitar de mi corazón.
sábado, 7 de abril de 2012
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