Imperiosa y extraña fuerza de la bola.
Impetuosa rompe el espacio graciosa.
Establece punto tenaz,
punto emotivo.
Estas carreras, de un ángulo
al otro extremo
y, apresurados estamos
consistentemente.
Batimos el brazo
como si voláramos,
alargado para dar con fuerza.
Ver la bola con impulso de delfín
flotar trémula para picar
cerca de la blanca línea.
Sentir el corazón saltar
con el engarce del pez :
es el punto anhelado,
que nos alegra el entusiasmo.
El sudor empapa nuestras cejas,
empaña la visión.
El cuerpo siente el fuego de la temperatura;
el alma invadida por la soberbia
del triunfador.
Apretamos la raqueta,
lanzamos la mirada sobre la malla,
captamos una silueta
en un punto de la cancha.
Nuestro pensamiento, nuestro vuelo,
la devolución,
el golpe de revés
y, estalla la fosforescencia
del punto número Siete !
martes, 1 de mayo de 2012
Corsario del tenis
A veces, pienso
que la cancha
es mi barco aventurero.
Un barco henchido de velas.
Que soy el filibustero
de las olas.
Que las bolas,
son peregrinos
proyectiles
retráctiles.
Que la red
es un trasmallo
que apresa mis osadas embestidas.
que la cancha
es mi barco aventurero.
Un barco henchido de velas.
Que soy el filibustero
de las olas.
Que las bolas,
son peregrinos
proyectiles
retráctiles.
Que la red
es un trasmallo
que apresa mis osadas embestidas.
Tapiz del tenis
" De colores ". Colores marrones,
colores zarcos, colores telúricos.
Verde pátina, verde esmeralda.
Recién coloreadas,
lucen como piezas de hoteles.
En el fondo son orquídeas
de pétalos exquisitamente abiertos.
Así de suave y dulce,
pero templada como el esmalte
de una espada.
Como la flor de la orquídea.
Saltamos por los pueblos
y las encontramos, de pronto,
mustias.
La luz de su piel
apagada como vestigio
de un castillo en escombros.
Como muro medieval caído.
Con cicatrices y diviesos,
una venda reticular,
raída sobre su dolida frente.
Empero otras estallan
de esplendor.
Con la red tapiz tejido alborado.
El sol sobre ella,
crea el cáliz de oro,
que escanciará el vino
de la alegría.
Colores, luces para la vista,
exquisitez para los sentidos.
Colores cruzados siempre
de cintas blancas
y terso mandil.
colores zarcos, colores telúricos.
Verde pátina, verde esmeralda.
Recién coloreadas,
lucen como piezas de hoteles.
En el fondo son orquídeas
de pétalos exquisitamente abiertos.
Así de suave y dulce,
pero templada como el esmalte
de una espada.
Como la flor de la orquídea.
Saltamos por los pueblos
y las encontramos, de pronto,
mustias.
La luz de su piel
apagada como vestigio
de un castillo en escombros.
Como muro medieval caído.
Con cicatrices y diviesos,
una venda reticular,
raída sobre su dolida frente.
Empero otras estallan
de esplendor.
Con la red tapiz tejido alborado.
El sol sobre ella,
crea el cáliz de oro,
que escanciará el vino
de la alegría.
Colores, luces para la vista,
exquisitez para los sentidos.
Colores cruzados siempre
de cintas blancas
y terso mandil.
Grands Land
A través del mágico vidrio hogareño,
las imágenes en la familiar pantalla,
pulsa nuestras emociones.
Crean la ilusión
de estar dentro de la concurrencia.
La iridiscencia deslumbra
en el ámbito pintoresco :
puede ofrecerse la arcilla
( ladrillesca superficie )
de la Francia glamorosa,
donde el tenista se desliza
con gracioso gesto de esquí.
Las bolas fosforescentes
se mancillan con el grumo
del dúctil barro.
Así el atuendo sella
en sus telas,
una flor de tierra,
distintivo de lucha
y huella galés.
El tiempo, caballo de pica,
parece no doblegar el brío
y en la aridez el esplendor solar
se anega en las aguas
de sus cuerpos.
Nos regalan las cámaras
la visión panorámica
de una fanaticada ilusionada.
De una multitud estallada
de júbilo,
de unas gradas pletóricas
de aplausos, colores, sombrillas
y, gestos de encendidas sonrisas.
las imágenes en la familiar pantalla,
pulsa nuestras emociones.
Crean la ilusión
de estar dentro de la concurrencia.
La iridiscencia deslumbra
en el ámbito pintoresco :
puede ofrecerse la arcilla
( ladrillesca superficie )
de la Francia glamorosa,
donde el tenista se desliza
con gracioso gesto de esquí.
Las bolas fosforescentes
se mancillan con el grumo
del dúctil barro.
Así el atuendo sella
en sus telas,
una flor de tierra,
distintivo de lucha
y huella galés.
El tiempo, caballo de pica,
parece no doblegar el brío
y en la aridez el esplendor solar
se anega en las aguas
de sus cuerpos.
Nos regalan las cámaras
la visión panorámica
de una fanaticada ilusionada.
De una multitud estallada
de júbilo,
de unas gradas pletóricas
de aplausos, colores, sombrillas
y, gestos de encendidas sonrisas.
Ventaja
Me encuentro en cuarenta.
Esta fuerte unidad de cuatro,
echa sobre mi raqueta,
presagio de la victoria.
ventaja le decimos,
advantage, en inglés,
avantage, en francés.
Como la luna
es embustera,
esta cifra de cuarenta
que sólo ostenta
tres puntos
en su registro.
Es momento de nervios tensos
y, vigila uno, los envíos,
buscando vulnerabilidad
en ciertas zonas.
Asoma la esperanza,
se alarga el boleo,
se estanca el progreso.
Estamos inmerso
en la batalla :
un silencio recorre el campo.
Sólo se escucha
el viento y los batanes
de don Quijote,
escenificados por raquetas.
En la suerte de un error
alcanzamos de nuevo
la ventaja.
Nos empapa el rocío
de soles.
Nos abrasa las llamas
del esfuerzo.
Siente uno, en contraste,
un frío en los tobillos.
Controlamos la defensiva,
afinamos la ofensiva
buscando la pureza del juego,
que nos traiga en la red,
el pez dorado.
Esta fuerte unidad de cuatro,
echa sobre mi raqueta,
presagio de la victoria.
ventaja le decimos,
advantage, en inglés,
avantage, en francés.
Como la luna
es embustera,
esta cifra de cuarenta
que sólo ostenta
tres puntos
en su registro.
Es momento de nervios tensos
y, vigila uno, los envíos,
buscando vulnerabilidad
en ciertas zonas.
Asoma la esperanza,
se alarga el boleo,
se estanca el progreso.
Estamos inmerso
en la batalla :
un silencio recorre el campo.
Sólo se escucha
el viento y los batanes
de don Quijote,
escenificados por raquetas.
En la suerte de un error
alcanzamos de nuevo
la ventaja.
Nos empapa el rocío
de soles.
Nos abrasa las llamas
del esfuerzo.
Siente uno, en contraste,
un frío en los tobillos.
Controlamos la defensiva,
afinamos la ofensiva
buscando la pureza del juego,
que nos traiga en la red,
el pez dorado.
lunes, 30 de abril de 2012
" El de los ojos azules "
Fufi, estaba sentado con las manos
apoyadas sobre un banco de madera.
La cabeza de Escipión,
hundida en sus duros hombros.
esperaba para jugar tenis.
Era viejo, muy viejo.
El sol doraba su piel,
una piel con muchos soles
apagados.
Me miró desde las aguas de su mar.
Tenía jarcias dibujadas
en su rostro.
Pero no lucía pipa humeante
ni gorra de capitán.
Conoció la fama;
como atleta pujante, destacado.
El deporte encendió
siempre su pasión.
Se había posado
en su cerebro,
una delicada inteligencia.
Conocía los secretos
de la lengua escrita,
con la honda destreza
de los dioses del Olimpo.
Estaba sentado entre canchas de tenis.
Parecía ciudadano francés,
pero era ciudadano puertorriqueño.
Lo he visto en muchos libros :
como un ente ubicuo.
Su animosidad y acicate,
deja impronta en la literatura
universal a través de las épocas :
Tengo la impresión
que aconsejó a Aníbal,
en su decisión de cruzar el Ebro.
El es ímpetu y coraje.
Tiene aquella visión
que llevó a Bolívar
a apechar los Andes.
Ahora está ahí sentado,
con brasas y sargazos
en sus decrépitas cejas.
No se ve, pero él ahogó
a Diego salcedo en el río de Añasco
y ahora quiere hundir un mito.
apoyadas sobre un banco de madera.
La cabeza de Escipión,
hundida en sus duros hombros.
esperaba para jugar tenis.
Era viejo, muy viejo.
El sol doraba su piel,
una piel con muchos soles
apagados.
Me miró desde las aguas de su mar.
Tenía jarcias dibujadas
en su rostro.
Pero no lucía pipa humeante
ni gorra de capitán.
Conoció la fama;
como atleta pujante, destacado.
El deporte encendió
siempre su pasión.
Se había posado
en su cerebro,
una delicada inteligencia.
Conocía los secretos
de la lengua escrita,
con la honda destreza
de los dioses del Olimpo.
Estaba sentado entre canchas de tenis.
Parecía ciudadano francés,
pero era ciudadano puertorriqueño.
Lo he visto en muchos libros :
como un ente ubicuo.
Su animosidad y acicate,
deja impronta en la literatura
universal a través de las épocas :
Tengo la impresión
que aconsejó a Aníbal,
en su decisión de cruzar el Ebro.
El es ímpetu y coraje.
Tiene aquella visión
que llevó a Bolívar
a apechar los Andes.
Ahora está ahí sentado,
con brasas y sargazos
en sus decrépitas cejas.
No se ve, pero él ahogó
a Diego salcedo en el río de Añasco
y ahora quiere hundir un mito.
Pueblos sin canchas de tenis
Tristes los pueblos
lamentan tristes,
el infortunio
de no ofrecer
una cancha de tenis.
Los jóvenes sueñan el tenis,
pero los pueblos
le niegan la gracia.
La juventud
reclama con vehemencia,
la soñada cancha de tenis.
los muchachos como peces
saltan para hundirse
en las sombras
y, en la desidia,
de las tardes ociosas.
Oh los pueblos tristes
que sollozan
por las esquinas
entre zarzas y espinas,
llenos de palabras sedantes.
niegan el campo de tenis.
Por las noches,
al pueblo lo hieren
los llamados al mundo
de las tinieblas,
con mortales estocadas.
lamentan tristes,
el infortunio
de no ofrecer
una cancha de tenis.
Los jóvenes sueñan el tenis,
pero los pueblos
le niegan la gracia.
La juventud
reclama con vehemencia,
la soñada cancha de tenis.
los muchachos como peces
saltan para hundirse
en las sombras
y, en la desidia,
de las tardes ociosas.
Oh los pueblos tristes
que sollozan
por las esquinas
entre zarzas y espinas,
llenos de palabras sedantes.
niegan el campo de tenis.
Por las noches,
al pueblo lo hieren
los llamados al mundo
de las tinieblas,
con mortales estocadas.
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