Poemas extrapolados de la obra Sonata de Estío de Ramón del Valle-Inclán.
Organizados y compilados por Carlos M. Mercado Galartza.
La Niña Chole estaba muy bella
arrebujada en túnica de seda.
Sus mejillas se teñían de rosa.
Su belleza india, aquel encanto
y el mirar sibilino,
con bellas actitudes de ídolo.
Sus hermosos ojos
me acariciaron con una mirada larga.
y asomaron dos lágrimas en sus ojos.
La Niña Chole era una tentación.
No quería que yo la tocase.
Ella sola, muy lentamente
desabrochó los botones
de su corpiño.
Desentrenzó el cabello ante el espejo.
Se contempló sonriendo.
Parecía olvidada de mí.
Cuando se halló desnuda,
tornó a sonreír y a contemplarse;
semejante a una princesa oriental.
Ungióse con esencias.
Después tendióse en la hamaca.
Yo quería gozarla
en la quietud sagrada
de aquella noche
de un azul profundo,
apenas argentado por la luna.
El céfiro nocturno
traía del jardín
aromas y susurros.
Allá en el fondo tenebroso
del corredor,
el reloj de pared,
dio las doce.
La Niña Chole murmuró
y suspiró.
El silencio es arca santa del placer.
( págs., 121-141-149-161 ).
jueves, 17 de octubre de 2013
martes, 15 de octubre de 2013
Fragata la Dalila
Poemas extrapolados de la obra Sonata de Estío de Ramón del Valle-Inclán.
Organizados y compilados por Carlos M. Mercado Galartza.
En la navegación tuvimos
tiempo de bonanza.
Yo iba herido de mal de amores.
Apenas salía del camarote.
La fragata era inglesa.
La raza sajona
es la más despreciable de la tierra.
Ojos perjuros y barba de azafrán.
Había gente de toda laya :
tahúres que parecían diplomáticos,
cantantes con los dedos
cubiertos de sortijas
y toreros españoles.
Pasábame las horas
viendo borrarse la estela
de la fragata.
El mar de las antillas
trémulo de esmeralda.
Dimos fondo en aquellas
aguas de bruñida plata.
Los barqueros indios,
verdosos como antiguos bronces,
asaltan la fragata
por ambos costados,
y del fondo de sus canoas,
sacan exóticas mercancías.
Los pasajeros hacen señas
a los barqueros indios
para que se aproximen.
Al cabo van cayendo
en el fondo de las canoas.
La flotilla se dispersa.
Ni una sola cabeza
se ha vuelto hacia la fragata
para mandarle un adiós
de despedida.
La Dalila no tardará
en levar ancla,
para aprovechar el viento
que llegaba
tras largos días de calma.
Ya sobre cubierta,
una mujer viene sentada al timón.
Las luces del amanecer
cabrilleaban en los cristales.
Esos largos días de mar,
que navegando a vela
no tienen fin.
Alguna ráfaga cálida
pasaba entre las jarcias.
Fui a sentarme en la popa.
La fragata dejaba una estela
de bullentes rizos,
sobre el dormido cristal de esmeralda.
Ensoñador y melancólico
permanecí toda la tarde
sentado a la sombra.
Aquella fragata, La Dalila
después naufragó
en las costas de Yucatán.
( págs., 84-85-87-88-96-97-98-).
Organizados y compilados por Carlos M. Mercado Galartza.
En la navegación tuvimos
tiempo de bonanza.
Yo iba herido de mal de amores.
Apenas salía del camarote.
La fragata era inglesa.
La raza sajona
es la más despreciable de la tierra.
Ojos perjuros y barba de azafrán.
Había gente de toda laya :
tahúres que parecían diplomáticos,
cantantes con los dedos
cubiertos de sortijas
y toreros españoles.
Pasábame las horas
viendo borrarse la estela
de la fragata.
El mar de las antillas
trémulo de esmeralda.
Dimos fondo en aquellas
aguas de bruñida plata.
Los barqueros indios,
verdosos como antiguos bronces,
asaltan la fragata
por ambos costados,
y del fondo de sus canoas,
sacan exóticas mercancías.
Los pasajeros hacen señas
a los barqueros indios
para que se aproximen.
Al cabo van cayendo
en el fondo de las canoas.
La flotilla se dispersa.
Ni una sola cabeza
se ha vuelto hacia la fragata
para mandarle un adiós
de despedida.
La Dalila no tardará
en levar ancla,
para aprovechar el viento
que llegaba
tras largos días de calma.
Ya sobre cubierta,
una mujer viene sentada al timón.
Las luces del amanecer
cabrilleaban en los cristales.
Esos largos días de mar,
que navegando a vela
no tienen fin.
Alguna ráfaga cálida
pasaba entre las jarcias.
Fui a sentarme en la popa.
La fragata dejaba una estela
de bullentes rizos,
sobre el dormido cristal de esmeralda.
Ensoñador y melancólico
permanecí toda la tarde
sentado a la sombra.
Aquella fragata, La Dalila
después naufragó
en las costas de Yucatán.
( págs., 84-85-87-88-96-97-98-).
jueves, 10 de octubre de 2013
Un príncipe ruso
Poemas extraídos de la obra Sonata de Estío de Ramón del Valle-Inclán.
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
Aquel adolescente taciturno y bello.
El adolescente misterioso y extraño.
Descubrí a la Niña Chole,
los rizos deshechos
por el viento marino.
Le sonreía al bello adolescente.
Con aquella sonrisa de reina antigua.
Se encendieron las luces de abordo.
La Niña Chole vino a colgarse
de mi brazo.
Alzándose en la punta de los pies,
me besó.
¿ Estás enojado conmigo,
porque antes he mirado a ése ?
-- ¿ Quién es?
-- ¿ Está enamorado de ti ?
-- Dos veces le sonreíste.
Alejóse la Niña Chole
con ese andar rítmico y ondulante
que recuerda al tigre.
Una duda me mordió el corazón.
A mi lado estaba el adolescente
bello y rubio.
¿Sería para él la sonrisa ?
( págs. 103-132-135 ).
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
Aquel adolescente taciturno y bello.
El adolescente misterioso y extraño.
Descubrí a la Niña Chole,
los rizos deshechos
por el viento marino.
Le sonreía al bello adolescente.
Con aquella sonrisa de reina antigua.
Se encendieron las luces de abordo.
La Niña Chole vino a colgarse
de mi brazo.
Alzándose en la punta de los pies,
me besó.
¿ Estás enojado conmigo,
porque antes he mirado a ése ?
-- ¿ Quién es?
-- ¿ Está enamorado de ti ?
-- Dos veces le sonreíste.
Alejóse la Niña Chole
con ese andar rítmico y ondulante
que recuerda al tigre.
Una duda me mordió el corazón.
A mi lado estaba el adolescente
bello y rubio.
¿Sería para él la sonrisa ?
( págs. 103-132-135 ).
miércoles, 9 de octubre de 2013
Pepé Paralitici
Del libro Ciudadanos de Lares.
Había una vez un caballero,
en un lugar nada de secreto,
que visitaba el clero;
como si de Dios viniese el decreto.
Oía la Santa Misa
entre todos los feligreses,
en cuerpo de camisa.
Hablaba sin alargar las eses.
Su saludo pleno de cortesía
por las calles regalaba.
Con la sonrisa ofrecía
el alma con que amaba.
Era escritor este caballero
y, en sus cuentos nos traía
como inveterado esportillero,
una espuerta de ambrosía.
Pepé Paralitici, se recordará.
Aún sin embargo se añora
su obra se aclamará,
pero hoy todavía se llora.
Había una vez un caballero,
en un lugar nada de secreto,
que visitaba el clero;
como si de Dios viniese el decreto.
Oía la Santa Misa
entre todos los feligreses,
en cuerpo de camisa.
Hablaba sin alargar las eses.
Su saludo pleno de cortesía
por las calles regalaba.
Con la sonrisa ofrecía
el alma con que amaba.
Era escritor este caballero
y, en sus cuentos nos traía
como inveterado esportillero,
una espuerta de ambrosía.
Pepé Paralitici, se recordará.
Aún sin embargo se añora
su obra se aclamará,
pero hoy todavía se llora.
Destrozado por tiburones
Poemas extraídos de la obra Sonata de Estío de Ramón del Valle-Inclán.
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
Un negro colosal,
con el traje de tela chorreando agua.
Se sacude como un gorila
en medio del corro,
que a su rededor
han formado los pasajeros
de la fragata La Dalila.
Se sonríe y muestra
sus blancos dientes.
Marineros encorvados
sobre la borda de estribor,
halan un tiburón
medio degollado.
El pez se balancea
fuera del agua.
De pronto rompe el cable
y desaparece
en medio de un remolino de espuma.
Ché, moreno ! - dijo la Niña Chole.
Quiero verte matar un tiburón.
Sin apartar lo ojos
de las olas,
que argenta la luna.
-- No puede ser, mi amita :
se ha juntado una mancha de tiburones.
--¿ Y tienes miedo?
-- Que va ! Vea su merced no más.
-- ¿ Cuánto te han dado esos señores ?
-- Veinte tostones.
El contramaestre que pasaba :
-- cuatro monedas, es la verdad.
El negro observó el fondo del mar,
donde temblaban las estrellas.
Pasaban peces fosforescentes
con los rielos de la luna.
Al costado de la fragata
hervía una cuadrilla de tiburones.
El negro volvió a mirar las olas.
Prendió un cigarro.
-- Cuatro centenes, ¿ Le apetece a mi amita ?
-- Sean los cuatro centenes.
El negro tomó el cuchillo
entre los dientes.
Y se encaramó sobre la borda.
El agua del mar
relucía en aquel torso desnudo.
Con los ojos cató el abismo,
con los brazos extendidos
se lanzó de cabeza.
Y desapareció buceando.
Sumiéronse los tiburones
en busca del negro.
Salió a flote el marinero,
ayudándose con un solo brazo.
En el otro un tiburón degollado.
Arrojáronle cuerdas,
pero rasgó el aire
un alarido horrible.
Y le vimos desaparecer
sorbidos por los tiburones.
( págs. 100-101-102 ).
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
Un negro colosal,
con el traje de tela chorreando agua.
Se sacude como un gorila
en medio del corro,
que a su rededor
han formado los pasajeros
de la fragata La Dalila.
Se sonríe y muestra
sus blancos dientes.
Marineros encorvados
sobre la borda de estribor,
halan un tiburón
medio degollado.
El pez se balancea
fuera del agua.
De pronto rompe el cable
y desaparece
en medio de un remolino de espuma.
Ché, moreno ! - dijo la Niña Chole.
Quiero verte matar un tiburón.
Sin apartar lo ojos
de las olas,
que argenta la luna.
-- No puede ser, mi amita :
se ha juntado una mancha de tiburones.
--¿ Y tienes miedo?
-- Que va ! Vea su merced no más.
-- ¿ Cuánto te han dado esos señores ?
-- Veinte tostones.
El contramaestre que pasaba :
-- cuatro monedas, es la verdad.
El negro observó el fondo del mar,
donde temblaban las estrellas.
Pasaban peces fosforescentes
con los rielos de la luna.
Al costado de la fragata
hervía una cuadrilla de tiburones.
El negro volvió a mirar las olas.
Prendió un cigarro.
-- Cuatro centenes, ¿ Le apetece a mi amita ?
-- Sean los cuatro centenes.
El negro tomó el cuchillo
entre los dientes.
Y se encaramó sobre la borda.
El agua del mar
relucía en aquel torso desnudo.
Con los ojos cató el abismo,
con los brazos extendidos
se lanzó de cabeza.
Y desapareció buceando.
Sumiéronse los tiburones
en busca del negro.
Salió a flote el marinero,
ayudándose con un solo brazo.
En el otro un tiburón degollado.
Arrojáronle cuerdas,
pero rasgó el aire
un alarido horrible.
Y le vimos desaparecer
sorbidos por los tiburones.
( págs. 100-101-102 ).
martes, 8 de octubre de 2013
La niña Chole
Poemas extraídos de la obra Sonata de Estío de Ramón del Valle-Inclán.
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
La niña Chole
descansaba a la sombra
de una pirámide.
Era una belleza bronceada,
exótica.
El negro cabello caíale suelto.
Sus ojos, hermosos ojos
de mirar hipnótico.
Ojos de reina india,
lánguidos y brillantes.
Sus mejillas se teñían de rosa.
La niña Chole reposaba
con sueño cándido y feliz.
En sus labios aun vagaba
dormido un rezo.
Me incliné para besarlos.
Ella sollozante sobre las almohadas,
velada y queda.
Desfallecía su voz.
Entreabierta la rosa de su boca.
Ella se estrechó a mi pecho.
Mis manos comenzaron
a deflorar sus senos.
suspirando entornó los ojos.
Celebramos nuestra boda,
como triunfo de la vida
( págs. 88-89-114-119-120-121 ).
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
La niña Chole
descansaba a la sombra
de una pirámide.
Era una belleza bronceada,
exótica.
El negro cabello caíale suelto.
Sus ojos, hermosos ojos
de mirar hipnótico.
Ojos de reina india,
lánguidos y brillantes.
Sus mejillas se teñían de rosa.
La niña Chole reposaba
con sueño cándido y feliz.
En sus labios aun vagaba
dormido un rezo.
Me incliné para besarlos.
Ella sollozante sobre las almohadas,
velada y queda.
Desfallecía su voz.
Entreabierta la rosa de su boca.
Ella se estrechó a mi pecho.
Mis manos comenzaron
a deflorar sus senos.
suspirando entornó los ojos.
Celebramos nuestra boda,
como triunfo de la vida
( págs. 88-89-114-119-120-121 ).
domingo, 6 de octubre de 2013
El anillo embrujado
Poemas extraídos de la obra Sonata de Primavera de Ramón del Valle-Inclán.
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
La bruja había descolgado el candil.
Al oscilar la luz,
ya distinguía paredes negras de humo,
lagartos, huesos, clavos y tenazas.
La bruja puso el candil en tierra.
Se agachó revolviendo en las cenizas.
¿ Ved aquí vuestro anillo ?
Mirándole yo reía
mientras la bruja rezongaba.
La vieja me miró astuta.
La hubiese fundido en las brasas.
Retrocedió gritando.
Y huyó haciendo la señal de la cruz.
Guardad vuestro anillo.
( págs. 66--72 ).
Extrapolados y organizados por Carlos M. Mercado Galartza.
La bruja había descolgado el candil.
Al oscilar la luz,
ya distinguía paredes negras de humo,
lagartos, huesos, clavos y tenazas.
La bruja puso el candil en tierra.
Se agachó revolviendo en las cenizas.
¿ Ved aquí vuestro anillo ?
Mirándole yo reía
mientras la bruja rezongaba.
La vieja me miró astuta.
La hubiese fundido en las brasas.
Retrocedió gritando.
Y huyó haciendo la señal de la cruz.
Guardad vuestro anillo.
( págs. 66--72 ).
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