jueves, 20 de noviembre de 2014

Absurdas carreteras

El absurdo fue un movimiento literario y pictórico que estuvo en boga en el siglo
XX. Dicen que incursionó hasta el diseño de la moda de indumentaria internacional.

Este tecnicismo fue usado por el escritor francés Albert Camus, en su obra El malentendido y Le Mythe de Sisyphe. Nuestro René Marqués, también lo trató en el drama La casa sin reloj.

Pero en Lares se quedó en perennidad en la construcción de las carreteras. Cuando aparece un deterioro en la superficie de la vía, comúnmente llamado hoyo, se tapa vertiendo sobre la depresión, una plasta de brea, sin suavizar, que se eleva en relieve y cuyo efecto es el brincoteo escándaloso de los carros. Cuando en las noches pasa algún camión con su volumen y tara, sus saltos se transforman en estallidos que interrumpen el sueño de los ciudadanos. Es verdad que esto beneficia a los auto-part, pero también reduce el restringido presupuesto de la gente.

Carreteras delincuentes :
Absurdas también son las calles que ostentan los llamados Solo. Estos carriles para cortar a la izquierda, en Lares no poseen el espacio requerido para su función, que es virar en forma de U para tornar en dirección contraria a la que se conduce. En ese momento, el conductor se ve obligado a obstaculizar el tránsito en lo que completa su operación requerida. En este desempeño, a menudo, se suscitan accidentes.

De modo, que al desplazarse por las calles de Lares; se transita por carreteras delincuentes.

Es posible que la Via-appia, primera carretera del mundo, construida por los romanos y, cuyo nombre significa calle empedrada, fue posiblemente edificada con mejor propósito que las de Lares.

martes, 11 de noviembre de 2014

Leyenda de la Valentina

George Sand, cuyo auténtico nombre era Aurora Dupin, escribió, en la 2da. mitad del siglo XIX, la novela Valentina.

A la niña le atraían los romeros. Estos crecían a orilla de las frescas aguas de la quebrada y, esparcían su delicada aroma por la penumbrosa rivera. Ella se entretenía coleccionando flores azules y lilas en la pequeña canastilla de mimbre, cerca de su madre que lavaba ropa en la corriente, entre peñas del sector llamado los Pilones.
       
                 -- No te alejes-- le gritaba la madre.

A veces, rumbo a las plantas más floridas, pisaba sobre una piedra cubierta de musgo, perdía balance y caía. El agua le salpicaba todo el vestido, pero ella estallaba en risa mientras su madre corría preocupada hacia su infanta.

Cerca de donde lavaba ropa la madre de la chica y otras lavanderas, se ensanchaba un vado y, más abajo, después de un salto de corriente, se había creado un atractivo depósito de agua que formaba una piscina natural. Todavía ese bonito y agradable lugar carecía de nombre, pero por entonces, se conocía por una sustantivación genérica : el Charco.

A los niños se les prohibía acercarse a sus orillas, pues su hondura era temible. Cuentan que en época de lluvias, donde se precipitaba el salto, se formaba un remolino al cual le decían " un ojo de sumidero ". Los jóvenes y adultos en sus acostumbrados baños, evitaban acercarse al ojo del remolino.
Mientras las personas y muchachada nadaban disfrutando de la estada en el río, se podían ver los martinetes sobre las piedras, los falcones cruzando raudos entre las guabas, árboles de ramas extensas que protegían el cafetal de los estragos del sol -- para aquella época esa especie era la única que se plantaba. Se escuchaban pitirres, vienteveos, a veces, hasta búhos, también se oían las reinitas y los mozambiques alrededor del Charco.
No importaban que los días fueran calurosos, el ambiente en el Charco era fresco pues la espesura de árboles y arbustos se extendía en follaje tupido. Para aquellos tiempos, los ruidos resultaban escasos, se vivía en tranquilidad, pero el sector del río mostraba un ambiente de silencio abacial. Solamente se oía la música de la corriente de las aguas por los meandros, al choque con las rocas de granito y la caída por los altibajos del cauce.

Los varoncitos siempre se escapaban y llegaban al Charco a disfrutar de la fiesta del natatorio. Pero aquella actividad de natación no era solamente diversión y deporte, sino que también constituía un momento de aseo corporal. En las niñas el vedo era duramente estricto. Ellas mismas crecían con la convicción de que constituía una cuestión de moralidad y, no osaban visitar el Charco.

Cuando Aurora, que así se llamaba aquella infanta que gustaba de recoger romeros en la rivera, donde su madre restregaba la ropa, cumplió doce años, mostraba ya un espíritu manumiso. En cierta manera de carácter rebelde y antojadiza con actitudes desenvueltas.

Las primeras veces que Aurora fue al Charco, se escapaba vestida de varón, con su cabello pelirrojo oculto bajo un bonete marrón. En el interior del mahón llevaba un pantaloncito corto para sumergirse y nadar. Siempre estuvo rodeada de niños que la querían y respetaban. Pero no abandonó su predilección por recoger las flores de romero, que las tenía siempre frescas en un humilde florero de cristal, al lado de su catre.

Había un gran peñón sobresaliente en una pared de tierra que se abocaba hacia el Charco. Hasta allí subían los varones más arrojados y saltaban de pie o de cabeza a la profundidad del río. Pero nadie lo ejecutaba con más gracia que Aurora que se lanzaba dando volteretas.

Cuando Aurora iba a cumplir 16 años ya ella había adquirido el epíteto de la Valentina, por la forma que trepaba a los árboles más elevados a desgarrar baquetas de guamá, por lo intrépida saltando del peñón, por vestir distinta a las demás niñas y por ser líder entre los varones. Además por la atrevida forma de esconderse hundida en el ojo del remolino.

Cerca de esa fecha, decidió ella visitar el Charco para bañarse desnuda. Escogió un momento en que el lugar estaba desierto. Cuentan que por esos días hubo inmensos aguaceros. Allí estaba Valentina ofreciendo sus  hermosas formas a las turbias aguas del Charco. Las aguas no podían verla porque estaban ciegas del color terroso del barro que arrastraba la corriente precipitada por el cauce. En un momento dado, quiso Valentina limpiarse las adherencias del lodo bajo el chorro que formaba el remolino con su fuerte caída. Nadó con la confianza acostumbrada hasta el ojo del remolino, pero en ese instante tal como ocurren las desgracias, un tronco con gruesas ramas que venía arrastrando la gran corriente, cayó con estropicio y fortaleza impactándole la cabeza y atrapando uno de sus brazos y sin poder zafarse y aturdida se fue al fondo ya sin aire.

Al otro día su cuerpo flotaba exánime y reposado a orilla del Charco. Los primeros muchachos vieron su cuerpo desnudo con algunas minúsculas flores de romero lilas y azules, que parecían rendirle honores acariciando su rostro en el temblor de las aguas.
Los muchachos escandalizados pudieron domeñar el susto y taparon el cuerpo con la ropa que ella apilara sobre las hierbas.

Pasaron muchos años de la primera mujer que pereció ahogada en la Valentina, nombre del charco o poza natural, adquirido después de la trágica desaparición de Aurora la Valentina.

Otra muchacha muy bonita,de rostro circular y cejas arqueadas, de atractivo cuerpo; llamada Luma Romero también fue a ofrecer su vida en la Valentina. La gente atribuye motivos legendarios. Dicen que el apellido Romero incidió para que el espíritu de Aurora la Valentina, entretuviera a Luma y la confundiera con sus volteretas desde el peñón, hasta atraerla al ojo del remolino donde también pereció en sus aguas convulsas.























domingo, 9 de noviembre de 2014

Las dos sombras

Cuento destellante.

Entonces la anciana quedó sorprendida; no obstante, sus años de vivencia, aquellas dos sombras tan definidas que se desprendían de la figura de aquel hombre brusco y ruin; dos sombras duras, casi dos siluetas corporales y, que a veces, no respondían al movimiento del extranjero, sino que se quedaban allí estáticas, inmóviles, pero ella no había experimentado semejante absurdo.

lunes, 27 de octubre de 2014

Señora

                     " Esta mujer cabe en mis manos,
                       la llevaría como a una cesta
                       de magnolias".
                                            Pablo Neruda


Eras mujer casada.
Ahora divorciada.

Eres una dama gentil.
Distinguida entre mil.

Tu voz es un sentimiento.
Tu risa, un divertimento.

Épocas tu mirada atesora.
Historias gratas que adoras.

Horas de infortunios.
Apagaron tu plenilunio.

Agrios golpes en tu piel.
Decantaron en tu vida la hiel.

Mereces manojo de frescas rosas.
Inspiradas poesías hermosas.

Y sobre tus pétalos labios.
Besos que borren agravios.

domingo, 19 de octubre de 2014

El monigote

El muñeco del ventrílocuo
duerme en un portafolio,
sobre mullida almohadilla.
El ventrílocuo es un ente
de cinco cabezas :
Navi, Fuerza Aérea, Army,
C. I. A. y Congreso.
Hay un público espectador
que ejerce cierto grado
de influencia, de poder :
Los grandes empresarios.

El muñeco se presenta
ante el público.
Se sienta sobre la rodilla
del afamado ventrílocuo.
Abre su bocaza de hule
y pronuncia una sílaba repetitiva :
" gua- gua- Guantánamo ".
Completa la palabra de súbito
para sorpresa de su manejador.
Y recibe un tapa-boca
que le hace perder el balance
y es salvado por la vieja corbata.

En la noche, las luces encendidas
del hogar del ventrílocuo,
acoge la tenue blancura
de las lumbres de neón.
Mientras el muñeco duerme
en la soledad y sombra
oscura del portafolio.

viernes, 17 de octubre de 2014

Reseña de la novela Todos los nombres de José Saramago

En la novela Todos los nombres se asiste a la aventura, a la astucia, a la gestión u operación furtiva plena  de expectativas, de incertidumbres, de impresiones de azar; de desarrollos detectivescos y otras tantas ansiedades y pléyades de motivos encantadores y celajes amorosos, sin que se obligue a la exposición de situaciones violentas, baños de sangre, asesinatos y relatos morbosos.

Por otro lado, todos los ángulos del pensamiento. Todas las posibilidades de los perfiles de la psique, el fluir de la conciencia individual, el descargo de hechos con intención premeditada, ahítos de conciencia, acumulados por experiencia propia y vicaria. Un diálogo interior que es en esencia un monólogo que se desarrolla desdoblándose o se refracta rico en resonancias filosóficas, en temores y preferencias, costumbres y un entretenimiento con visos de coleccionista que constituye el motor de toda la obra. Es una novela inolvidable.

Nos sorprende y sin embargo, se trae con naturalidad pasmosa, como Juan por su casa, presumiendo de holgura y de relato común y consuetudinario, una narración pastoril en el siglo 21 que en vez de trasnochar, despide aroma de frescura y vigencia. Para colmo de valentía en la pluma, ensaya la originalidad de una cuentística pastoril dentro de un cementerio. Si en Marcela y Crisóstomo, Cervantes sitúa a Marcela frente a una tumba, la morada que acoge el féretro de Crisóstomo es porque se efectúa el entierro del pastor. La aparición de Marcela hacia el sepulcro es circunstancial, pero la presencia del pastor en Todos los nombres, es por costumbre y vida natural de pacer del rebaño en los predios del cementerio donde crece abundante hierba fresca y tentadora ante los ojos de las ovejas. Pero lo que ocurre entre el pastor y don José no se puede adelantar al lector. Basta con decir que lo que ocurre en esa experiencia pastoril es fuente y consecuencia de interesante principio filosófico y psíquico que da fuerza a la narración.

Don José ha llegado al Campo Santo, un cementerio grandísimo. Todo visitante que procura caminar dentro del necrópolis ha de llevar un mapa para orientarse. Don José obtiene el croquis y al final de la tarde llega al sector de los finados suicidas, donde se encuentra el sepulcro que busca. Cuando llega ante la ausencia del ser y ante la percepción del corpus yacente, es l mismo que asistir al final de la nada. Para una parte de la humanidad, la zona escatológica es el umbral de otra dimensión de la vida, otro destino después de la muerte. Para parte reducida de los hombres, ese acontecer es final y conclusión de la experiencia científica que lo creó, lo forjó y lo modeló.

Recomendamos, pues, esta curiosa novela del portugués José Saramago, ganador del premio nobel, 1998. Que la disfruten.