Poema
Una hoja cargada por el viento,
intervenida por la energía de la tierra.
Busca un camino, un patio,
un tejado, un arroyo.
Las ondas del aire
la bambolea.
Tocará su albur
para escombrar un silencio
al acorde de la música
de los pájaros.
viernes, 3 de febrero de 2012
jueves, 2 de febrero de 2012
La hierba y la flor
No existe nada más veloz que el pensamiento. Este ejercicio mental es el vehículo del espíritu. A través del pensamiento, el espíritu establece su plan de vuelo.
"Somos los únicos en este planeta y del universo conocido, capaces de burlar las naturales limitaciones de nuestra condición que nos condena a tener una sola vida, un solo destino una sola circunstancia".( M. Vargas Llosa).
Ocurrió en la apacible tarde de marzo. Bolo se suspendía en la hamaca sujeta de dos robles rosados. Dormía. Cuando la brisa sacudía, sobre él se precipitaba un aluvión de copos de flores encarnadas. Aunque la tarde aparentaba una desidia somnolente y, los ronquidos marcaban el compás al silencio, Bolo emprendió un viaje. Se encontraba en medio de una multitud enardecida de alegría por la faena taurina de la tarde.
Le costó mucho esfuerzo alcanzar aquel estado de conciencia, donde su persona se desprende de su entidad y vuela en su pensamiento, logrando trasladar su espíritu a lugares lejanos.
Bolo percibía intenso olor a cigarros cubanos, pues una concurrencia excitada echaba al aire bocanadas de humo. El ambiente despedía tufo a sudores emanente de aquella masa alegre y conversadora. Se sentía aroma a rosas que estaban prendidas en el cabello de las mujeres, con la presencia de otros perfumes que escapaban sutilmente al aire.
El torero se desempeñaba frente a las astas del bóvido con soltura, gracia y valentía. Aquellos cuernos tan agudos y cortantes como la espada que ocultaba tras el paño rojo que sostenía una de sus manos, casi rozaban su vientre en cada envestida. El público expulsaba los "olé" como vuelcos de olas de sonidos. Los turistas franceses que presenciaban la corrida, al escuchar la interjección: (olé ), entendían agua y leche (eau )
[ o ], (lait ) [ le ]. Seguidamente se emprendía la música de pasodobles indicativo de elogio a la grandeza del torero.
El arte de la fiesta taurina consiste en conformar la estética y la audacia. Esta gracia y valentía, basado en rasgos y ademanes de la gimnasia : para los puertorriqueños como Bolo, que ahora duerme suspendido en una hamaca y que al mismo tiempo, está aquí en España en una naturaleza de hombre ubicuo, este deporte artístico entraña una característica de crueldad porque la catarsis de la faena es la muerte del bovino.
Dos argumentos o impresiones se esgrimen frente a estas actitudes encontradas: el realismo crudo, directo y desenvuelto de españoles y el sentimentalismo y piedad del puertorriqueño.
Antonio S. Pedreira señalaba que frente al momento de expeler los ímpetus de una angustia colectiva y ancestral, el español se enfrenta a la posibilidad de la pérdida de su vida cara al toro, pero el boricua descarga su coraje lanzando dos gallos de lidia y él se pone a gritar.
Bolo se fijaba en el atuendo del diestro, porque fulgía como si estuviera cubierto de lentejuelas. Chispeaba de luces el traje taurino como ascuas de oro con el brillo de sus alamares. Los botones dorados lanzaban banderillas de luces en la tarde de insolación. En un pase con salero, la muleta granate arropó las astas y se deslizaba sobre el lomo del toro, flotando como una nube del poniente teñida de grana y púrpura. El torero toca con su mano la cabeza del animal de belfos espumosos. éste de apariencia sumisa, se detiene y espera. El diestro da la la espalda y camina erguido y altivo sobre la caliente arena del redondel. Se escuchan los ardientes aplausos, el estruendo de las voces entusiastas. Seguidamente irrumpe la música de la banda que exalta los corazones y llena de notas cadenciosas y agradables la galante plaza. En este instante en que desde la manpara taurina le extienden la espada y capote al matador. la hoja de acero se torna en un solo haz deslumbrante. Se enerva la conciencia de Bolo. Las imágenes pierden esplendor, se opacan. La conciencia pugna por la preferencia de la estadía, pero continúa la degradación de los matices sobre los objetos, la plaza oscurece, se destiñe. Las figuras se refractan. Cuando sentía inminencia en su partida y, el pensamiento debilitaba, percibe una fragancia fresca de delicado perfume a rosas y escucha el roce de la seda con que estaba tocada la hermosa mujer tras las barandillas. Entonces se potencia su existencia subitáneamente, como birlibirloque se representa toda la plaza con la multitud delirante, con los detalles que la enriquecen.
Entonces descubre a aquella mujer fumando un cigarrillo engarzado en boquilla de plata. Parecía un modelo del pintor cordobés, Julio Romero de Torres. Al llevarse el pitillo a sus labios resplandecen las cultivadas uñas esmaltadas. La reconoció poque otras veces la encontraba en medio de multitud. Su presencia aliviaba su confusión e incertidumbre. En aquel momento sacaban el torero en hombros por el andén principal para recorrer el poblado en medio de vítores.
El toro yacía en las arenas florecido de banderillas a colores sobre el negro cuerpo como una corona mortuoria para su despedida.
Mientras tanto, la gente iba abandonando los palcos y graderíos. Desde afuera se oían las ovaciones y redobles de tambores y una música castiza con visos arabescos.
La hermosa mujer se echaba aire con un abanico cordobés de cromáticas imágenes. Su mirada sensual de ojos aceitunados, el cabello negro, lacio, recogido en moño con peineta en la curvatura de su venusta cabeza. Cerca de su oreja derecha sujetas por su cabello asomaban primorosamente, dos rosas : una roja y otra blanca lilial. Bolo la miraba con intensa visión, enviándole señas de simpatía y agrado. Pero ella no daba constancia de haberlo visto. Ajustó el chal de delicados bordados y se dispuso a abandonar el lugar del espectáculo. Llevaba en sus manos el negro tocado del torero.
Bolo notó , que aún cuando todos los espectadores se ausentaron, él quedaba en medio de la desolada plaza, pero no precisaba en qué lugar. Sólo vio un hombre con boina que comenzaba a alisar las arenas con un viejo rastrillo.
La soledad, el silencio y la extensión se destacaban en aquella hora de las primeras penumbras del avanzado atardecer.
.
"Somos los únicos en este planeta y del universo conocido, capaces de burlar las naturales limitaciones de nuestra condición que nos condena a tener una sola vida, un solo destino una sola circunstancia".( M. Vargas Llosa).
Ocurrió en la apacible tarde de marzo. Bolo se suspendía en la hamaca sujeta de dos robles rosados. Dormía. Cuando la brisa sacudía, sobre él se precipitaba un aluvión de copos de flores encarnadas. Aunque la tarde aparentaba una desidia somnolente y, los ronquidos marcaban el compás al silencio, Bolo emprendió un viaje. Se encontraba en medio de una multitud enardecida de alegría por la faena taurina de la tarde.
Le costó mucho esfuerzo alcanzar aquel estado de conciencia, donde su persona se desprende de su entidad y vuela en su pensamiento, logrando trasladar su espíritu a lugares lejanos.
Bolo percibía intenso olor a cigarros cubanos, pues una concurrencia excitada echaba al aire bocanadas de humo. El ambiente despedía tufo a sudores emanente de aquella masa alegre y conversadora. Se sentía aroma a rosas que estaban prendidas en el cabello de las mujeres, con la presencia de otros perfumes que escapaban sutilmente al aire.
El torero se desempeñaba frente a las astas del bóvido con soltura, gracia y valentía. Aquellos cuernos tan agudos y cortantes como la espada que ocultaba tras el paño rojo que sostenía una de sus manos, casi rozaban su vientre en cada envestida. El público expulsaba los "olé" como vuelcos de olas de sonidos. Los turistas franceses que presenciaban la corrida, al escuchar la interjección: (olé ), entendían agua y leche (eau )
[ o ], (lait ) [ le ]. Seguidamente se emprendía la música de pasodobles indicativo de elogio a la grandeza del torero.
El arte de la fiesta taurina consiste en conformar la estética y la audacia. Esta gracia y valentía, basado en rasgos y ademanes de la gimnasia : para los puertorriqueños como Bolo, que ahora duerme suspendido en una hamaca y que al mismo tiempo, está aquí en España en una naturaleza de hombre ubicuo, este deporte artístico entraña una característica de crueldad porque la catarsis de la faena es la muerte del bovino.
Dos argumentos o impresiones se esgrimen frente a estas actitudes encontradas: el realismo crudo, directo y desenvuelto de españoles y el sentimentalismo y piedad del puertorriqueño.
Antonio S. Pedreira señalaba que frente al momento de expeler los ímpetus de una angustia colectiva y ancestral, el español se enfrenta a la posibilidad de la pérdida de su vida cara al toro, pero el boricua descarga su coraje lanzando dos gallos de lidia y él se pone a gritar.
Bolo se fijaba en el atuendo del diestro, porque fulgía como si estuviera cubierto de lentejuelas. Chispeaba de luces el traje taurino como ascuas de oro con el brillo de sus alamares. Los botones dorados lanzaban banderillas de luces en la tarde de insolación. En un pase con salero, la muleta granate arropó las astas y se deslizaba sobre el lomo del toro, flotando como una nube del poniente teñida de grana y púrpura. El torero toca con su mano la cabeza del animal de belfos espumosos. éste de apariencia sumisa, se detiene y espera. El diestro da la la espalda y camina erguido y altivo sobre la caliente arena del redondel. Se escuchan los ardientes aplausos, el estruendo de las voces entusiastas. Seguidamente irrumpe la música de la banda que exalta los corazones y llena de notas cadenciosas y agradables la galante plaza. En este instante en que desde la manpara taurina le extienden la espada y capote al matador. la hoja de acero se torna en un solo haz deslumbrante. Se enerva la conciencia de Bolo. Las imágenes pierden esplendor, se opacan. La conciencia pugna por la preferencia de la estadía, pero continúa la degradación de los matices sobre los objetos, la plaza oscurece, se destiñe. Las figuras se refractan. Cuando sentía inminencia en su partida y, el pensamiento debilitaba, percibe una fragancia fresca de delicado perfume a rosas y escucha el roce de la seda con que estaba tocada la hermosa mujer tras las barandillas. Entonces se potencia su existencia subitáneamente, como birlibirloque se representa toda la plaza con la multitud delirante, con los detalles que la enriquecen.
Entonces descubre a aquella mujer fumando un cigarrillo engarzado en boquilla de plata. Parecía un modelo del pintor cordobés, Julio Romero de Torres. Al llevarse el pitillo a sus labios resplandecen las cultivadas uñas esmaltadas. La reconoció poque otras veces la encontraba en medio de multitud. Su presencia aliviaba su confusión e incertidumbre. En aquel momento sacaban el torero en hombros por el andén principal para recorrer el poblado en medio de vítores.
El toro yacía en las arenas florecido de banderillas a colores sobre el negro cuerpo como una corona mortuoria para su despedida.
Mientras tanto, la gente iba abandonando los palcos y graderíos. Desde afuera se oían las ovaciones y redobles de tambores y una música castiza con visos arabescos.
La hermosa mujer se echaba aire con un abanico cordobés de cromáticas imágenes. Su mirada sensual de ojos aceitunados, el cabello negro, lacio, recogido en moño con peineta en la curvatura de su venusta cabeza. Cerca de su oreja derecha sujetas por su cabello asomaban primorosamente, dos rosas : una roja y otra blanca lilial. Bolo la miraba con intensa visión, enviándole señas de simpatía y agrado. Pero ella no daba constancia de haberlo visto. Ajustó el chal de delicados bordados y se dispuso a abandonar el lugar del espectáculo. Llevaba en sus manos el negro tocado del torero.
Bolo notó , que aún cuando todos los espectadores se ausentaron, él quedaba en medio de la desolada plaza, pero no precisaba en qué lugar. Sólo vio un hombre con boina que comenzaba a alisar las arenas con un viejo rastrillo.
La soledad, el silencio y la extensión se destacaban en aquella hora de las primeras penumbras del avanzado atardecer.
.
La Boda de la abuela Margarita
Poema
Era de mañana en un campo lejano,
cuando la ayudaban a subir
en ancas del caballo.
Margarita estaba fresca y alba.
Del frasco oloroso,
se asperjó con efluvios
y la fragancia a rosas,
encendía su nupcial ilusión.
Frente a quella casa
de maderas trabajadas
al bruto, con sierra manual,
comenzaba el camino.
Era tortuoso coronado
de cafetos y guabas.
Iba ataviada de blanco,
con sencilla tela de algodón.
De diminutas flores amarillas.
Pero el atuendo de novia
exigía algunos detalles,
allá en una residencia del pueblo.
Cuando ya no se veían
ni la casa ni se oía
la algazara de tono melancólico,
Margarita retuvo la imagen
de aquel débil brazo,
que agitaba al aire,
la mano que impartía
ternura en su espíritu.
Sólo su recio padre,
también vestido de blanco.
tiraba de las bridas de la jaca.
En el silencio del camino
y el sentimiento del albur,
se oían la oropéndula
y la calandria y se descubría
unas lágrima en sus ojos.
y la
Era de mañana en un campo lejano,
cuando la ayudaban a subir
en ancas del caballo.
Margarita estaba fresca y alba.
Del frasco oloroso,
se asperjó con efluvios
y la fragancia a rosas,
encendía su nupcial ilusión.
Frente a quella casa
de maderas trabajadas
al bruto, con sierra manual,
comenzaba el camino.
Era tortuoso coronado
de cafetos y guabas.
Iba ataviada de blanco,
con sencilla tela de algodón.
De diminutas flores amarillas.
Pero el atuendo de novia
exigía algunos detalles,
allá en una residencia del pueblo.
Cuando ya no se veían
ni la casa ni se oía
la algazara de tono melancólico,
Margarita retuvo la imagen
de aquel débil brazo,
que agitaba al aire,
la mano que impartía
ternura en su espíritu.
Sólo su recio padre,
también vestido de blanco.
tiraba de las bridas de la jaca.
En el silencio del camino
y el sentimiento del albur,
se oían la oropéndula
y la calandria y se descubría
unas lágrima en sus ojos.
y la
Matin rubeniana
"El alba aún no aparece en su gloria de oro". ( Rubén Darío).
La aurora blanca
sin oro.
Tiende sábanas azules
sobre las guedejas
de los montes.
Las estrellas cambian luces.
otras se alejan.
El viento de las penumbras
aún helado.
Deja su sentido álgido
sobre los animales de la dehesa.
El bronce del campanario
se unge de rocío.
"En tanto suena la música pitagórica".
Las flautas alígeras
ensayan notas concertistas.
Mientras van llegando,
de las grises montañas,
las aguas al estuario.
Ya se aproxima
el oro y la plata.
La aurora blanca
sin oro.
Tiende sábanas azules
sobre las guedejas
de los montes.
Las estrellas cambian luces.
otras se alejan.
El viento de las penumbras
aún helado.
Deja su sentido álgido
sobre los animales de la dehesa.
El bronce del campanario
se unge de rocío.
"En tanto suena la música pitagórica".
Las flautas alígeras
ensayan notas concertistas.
Mientras van llegando,
de las grises montañas,
las aguas al estuario.
Ya se aproxima
el oro y la plata.
La intuición y el mundo fenomenal
Reflexión
¿Puede un hecho quedar en el campo de la intuición, después de realizado, sin llegar a convertirse en fenómeno?
La creación del automóvil, después de la idea, pasa al diseño, que es cierta naturaleza de fenómeno. Entonces, mediante el proceso de la construcción, resulta de facto en el fenómeno automóvil.
Pero en la interpretación de un número musical, donde el artista pasa al escenario y ejecuta la pieza, al quedar realizado su acto artístico, no resulta fenómeno alguno, sino que la experiencia ha quedado en la intuición, tanto en el director de la orquesta, como en el público que la presenció y el cantante intérprete. Si la actividad no fuere grabada.
¿Puede un hecho quedar en el campo de la intuición, después de realizado, sin llegar a convertirse en fenómeno?
La creación del automóvil, después de la idea, pasa al diseño, que es cierta naturaleza de fenómeno. Entonces, mediante el proceso de la construcción, resulta de facto en el fenómeno automóvil.
Pero en la interpretación de un número musical, donde el artista pasa al escenario y ejecuta la pieza, al quedar realizado su acto artístico, no resulta fenómeno alguno, sino que la experiencia ha quedado en la intuición, tanto en el director de la orquesta, como en el público que la presenció y el cantante intérprete. Si la actividad no fuere grabada.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Los Pueblos mueren
Poema
El pueblo que me vio criar, desapareció.
Se fueron los caminos;
aquellos caminos!
Con ellos los sectores.
También volaron los nombres:
Barrancos, Borinquen, Punta Brava,
La Sabana; El Múcaro, El Azul.
Pasaron a la inexistencia
las casas de aquellas gentes.
Unas a orillas de escalinatas,
otras alfombradas
por la soleada carretera.
La arquitectura de las nobles
edificaciones, las enajenaron
a escombro y olvido.
Otros diseños de madera,
que ofrecían delicadeza,
un birlibirloque las esfumó.
Se extinguió el olor
del sabroso cigarro de Marcelo.
También las tintineantes
tijeras de Juan Nieves.
(Parecía más un médico,
que a un barbero).
Los tiernos martillazos
bajo las pesuñas de los caballos,
acometidos por Chucho Jiménez.
Con los clavos apretados
entre sus labios.
Chucho, los hincaba
con destreza
en los cascos de las bestias.
Se apagaron con los soles
de la época.
Los juegos en las calles.
El tráfico despiadado,
volteó la hoja de la lámina.
En la memoria, aún quedan
las canicas,las camándulas
y los rojos y grises matos,
El pueblo que me vio criar, desapareció.
Se fueron los caminos;
aquellos caminos!
Con ellos los sectores.
También volaron los nombres:
Barrancos, Borinquen, Punta Brava,
La Sabana; El Múcaro, El Azul.
Pasaron a la inexistencia
las casas de aquellas gentes.
Unas a orillas de escalinatas,
otras alfombradas
por la soleada carretera.
La arquitectura de las nobles
edificaciones, las enajenaron
a escombro y olvido.
Otros diseños de madera,
que ofrecían delicadeza,
un birlibirloque las esfumó.
Se extinguió el olor
del sabroso cigarro de Marcelo.
También las tintineantes
tijeras de Juan Nieves.
(Parecía más un médico,
que a un barbero).
Los tiernos martillazos
bajo las pesuñas de los caballos,
acometidos por Chucho Jiménez.
Con los clavos apretados
entre sus labios.
Chucho, los hincaba
con destreza
en los cascos de las bestias.
Se apagaron con los soles
de la época.
Los juegos en las calles.
El tráfico despiadado,
volteó la hoja de la lámina.
En la memoria, aún quedan
las canicas,las camándulas
y los rojos y grises matos,
Propuesta cómica
El más grande comediante vivo, con que cuenta Puerto Rico, es Luis Antonio Rivera (Yoyo Boing). Este cómico depurado, está a la altura del gracioso actor Mr. Bean, de Inglaterra. Cuando Mr. Bean comenzaba a asombrar al mundo, con sus actos investido de una selecta estrategia, que pulsaba la hilaridad, Yoyo ensayaba en teatro y televisión, con soltura y habilidad histriónica, escenas que el actor británico, traería al cine más tarde. Me dicen que los ingleses son excepcionales espías. Que de Puerto Rico han substraído el Robison Crusoe, con material que estaba contenido siglos de antelación en la obra los Infortunios de Alonso Ramírez, escrito por Carlos de Sigúenza y Góngora. También, otros extractos que figuran en el relato de El Periquillo Sarniento de J. J. Fernández de Lizardi. ( Luis Alberto Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana, Ed., Gredos, Págs. 102-- 104, Madrid, 1953)
El pueblo de Puerto Rico, no debería de prescindir de disfrutar de una trascendental, película protagonizada po Yoyo. Que el argumento del guión haya sido altamente competitivo y sostenible, a toda prueba, de risas y comicidad con capacidad explosiva. Un guión de esta naturaleza, para una excelente película, sólo podría ser escrita por las tres mentalidades cimeras en nuestro país, con dominio probado y absoluto en el mundo de la comedia. Nos referimos a Luis Rafael Sánchez, Shorty Castro y Silverio Pérez.
La inversión que los empresarios visionarios pongan a disposición, estaría garantizada por el desempeño de los grandes talentos, tanto de actores como de escritores. Sólo habría que pagar con buena plata, esta realización cineasta.
Puerto Rico pasaría a ofrecer al orbe internacional, una película en la dimensión de la risa, que vendría a impulsar el turismo y a fortalecer la geografía de una gestión mundial de embajada. Traería el impacto de una alegría que piden a voces nuestros corazones.
El pueblo de Puerto Rico, no debería de prescindir de disfrutar de una trascendental, película protagonizada po Yoyo. Que el argumento del guión haya sido altamente competitivo y sostenible, a toda prueba, de risas y comicidad con capacidad explosiva. Un guión de esta naturaleza, para una excelente película, sólo podría ser escrita por las tres mentalidades cimeras en nuestro país, con dominio probado y absoluto en el mundo de la comedia. Nos referimos a Luis Rafael Sánchez, Shorty Castro y Silverio Pérez.
La inversión que los empresarios visionarios pongan a disposición, estaría garantizada por el desempeño de los grandes talentos, tanto de actores como de escritores. Sólo habría que pagar con buena plata, esta realización cineasta.
Puerto Rico pasaría a ofrecer al orbe internacional, una película en la dimensión de la risa, que vendría a impulsar el turismo y a fortalecer la geografía de una gestión mundial de embajada. Traería el impacto de una alegría que piden a voces nuestros corazones.
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