lunes, 10 de diciembre de 2012

Un sentimiento

Mi personaje preferido
mundialmente
es Nelson Mandela :
( 46664 ),
el alcón y la rosa,
por los aires de África.

Mi tenista,
Serena Williams.
La bola de tenis
también le corren
caminos.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Seudo-música

Hay que decirlo sin trastabillar, el reggae y reggaeton no es música. Los que lo vocalizan no son cantantes. Tener derecho a interpretarlo es un tema oportuno para otra zona de discusión. Pero el reggae y el reggaeton son producto de una situación psicosocial, una creación originaria de Jamaica, que al principio pintoresca y, después torcida hasta reducirla a un "gabazo" o gazpacho con ausencia de talento.

Tanto la letra como la vocalización - sin entrar en los méritos de la cadencia y melodía de esta seudomúsica, porque en este aspecto tiene su estirpe en los ritmos rituales afro- culturales. Pero esa letra y vocalización es el salvoconducto a lo grotesco.

La gente ha querido pintar estimulados por los grandes pintores; clásicos y modernos, el resultado es una pléyade de baratijas, pacotillas y futilidades que abruman establecimientos, hogares y paredes. Así también ha ocurrido con la música de los reggaetonistas. El mundo sórdido de la drogadicción y la subcultura han parido el fenómeno. En la calle y en la barriada, así como en los caseríos se generaliza la seudo-música, que luego escala las emisoras, las grabaciones, los conciertos internacionales.

A los niños les apasionan los ritmos y los ademanes y gestos, igual que le atraen los monstruos y engendros horripilantes de los artistas diseñadores de las creaciones animadas y demás tecnicismos cinematográficos.

Los reggaetonistas ya tienen su propia indumentaria y exhiben una profusión de alhajas. Pero esto de atuendo y adornos es evolutivo y casi ritual. Los caballeros andantes los que  proyectan desde la Edad Media y los de ficción ostentaban, así como se muestra en Don Quijote, su propia vestimenta con yelmo o gálea o bacía, su armadura, una cruz pintada
o enhebrada, su escudo de origen en relieve, como un medallón sobre el pecho de la armadura, a veces, con alguna pedrería.

El payaso no necesariamente está obligado a vestirse con ropa tan extravagante, para ensayar alocuciones interpretativas, pero la tradición le asigna un traje propio de clown. Porque en la vida parece que todo lleva particular librea, desde el soldado hasta la enfermera.

Pues así los reggaetonistas lucen su ropa de luces como si fueran un torero. Nomás que bien ancha para arropar sus debilidades.
Cuando lleguen a cierta edad, ¿ cómo rememorizarán algún romance dulce y tierno al sentir nostalgia de su pasada juventud?

La festividad, la alegría, el furor, la euforia, la locura; extravagancia, contorsión, facundia; exaltación, balumba y la gritería que acompañaron la rumba y el mambo, se repiten en esta seudo-música en nuestros días.

Del sustento y desarrollo de esta burla musical naturalmente, responden, entre otros factores, los que ganan dinero con estas actividades.
Esta expresión histriónica derrocha sensualidad.

Es la situación o condición de lo insustancial y la futilidad, lo que desata la libido : " a ella le gusta la gasolina".

martes, 4 de diciembre de 2012

Exhibición surrealista - Bodegones de Carlos Mercado

"No hay tal cosa como naturaleza muerta de los bodegones. Cuando en ellos se presenta una fruta partida donde se ve su interior y, allí se muestran las semillas de su estructura, trasciende el mensaje del hálito vital porque dichas semillas representan la potencialidad de la vida. Todos los objetos que le puedan acompañar, están ahítos de significación semiótica que se van creando a sí mismo en cadena semántica infinita."
                                                       ( C. M. G.)


Me dispuse visitar la exposición. Subí los peldaños que van hacia la entrada del edificio. Cuando estuve junto al podio de una de sus columnas, miré hacia afuera para encontrarme con la vida. El cielo entre nubes y claro sol, los pájaros que cruzaban, los árboles dando a aquel ámbito de la ciudad, la ternura de la naturaleza. Vi también, toda aquella plasticidad : cablería eléctrica, los autos y furgones y multitud de objetos como rótulos, ropas exhibidas a la intemperie, para la venta, anuncios pegados a los postes, chapas de refrescos aplastadas por el tránsito; astillas de madera, vidrios de algún foco de auto impactado. Alguna que otra golondrina que anunciaban un verano próximo. Y la muchedumbre que se conducía nerviosa y expedita hacia sus intereses; en fin la vida obrando su fortuna.

Respiré lleno ya de un mundo exterior. Entré al museo, estampé mi firma, entonces caminé por un pasillo y de súbito me encontré frente a los primeros cuadros.
El arte es una dimensión espiritual que agrada y conforta como un dulce sueño.

Inicié la contemplación ordenando la agudeza de la vista. Confortando la disposición emotiva para alcanzar una lógica razonada. Entonces seguí los cuadros, primero disfrutando la impresión general, ésa que inmediatamente después desaparece porque se van descubriendo los detalles. Luego la ponderación de la obra aumenta y la imaginación del artista se hace exquisita. A esa altura, uno ya ha interpretado una buena globalidad de la pintura. Nunca se realiza el estudio de forma acabada. De la Gioconda todavía se siguen descubriendo detalles de su esotérica sonrisa. Hay quien dice que los relojes derretidos de Salvador Dalí, no es cómo el tiempo se estira, sino una negación del mismo. En el ámbito de la literatura como en la pintura, uno de sus valores consiste en que al paso de las épocas estas obras de artes van ganando quilates.

El cuadro que examinaba develaba un libro abierto que a su vez, representa una ventana con las celosías en claro por donde se asoma la existencia de un paisaje de río y árboles.
Pero en el filo de los enrejados estaba escrito un poema cuya primera estrofa se podía leer y los demás versos era una simulación de palimpsestos. de modo que el libro auguraba una ventana abierta hacia el mundo. La estrofa legible expresaba :

                                    La naturaleza
                                    extiende sobre sociedades,
                                    una verde mano
                                    de mágica beneficencia.

En un lugar conveniente, en el salón de la exposición, se destacaba un cajón de madera pulida de color rosado, que sostenía una enorme pipa o cachimba como de cuatro pulgadas de diametro en su redonda bocaza . Contenía una cantidad excepcional de picadura de tabaco y el intenso aroma saturaba el aire. En el redondel de la taza de la gigantesca pipa se asentaban seis pipas de tamaño normal incrustadas en forma invertidas para guardar un equilibrio : boquilla hacia adelante y boquilla hacia atrás. No se podría negar la originalidad y gracia de la conformación artística. Al lado sobre el tope rosado, despedía fulgores un guanín de cacique : disco de oro con exergo taíno. Naturalmente, un custodio armado vigilaba la exposición.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Caballo tres penas

Las nubes pasaban ligeras obviando fijar la atención acá abajo. Sin embargo, la mañana se ofrecía tierna aunque radiante. Había poco pasto e inmediatamente tras las hierbas, comenzaban los tupidos árboles. Las horas alcanzaron el medio día y el calor del verano arreció furiosamente.

En aquel breve pastizal corrían hilos de alambre de púas y, se veía la figura triste de un caballo estático, bruno, ya de pocas carnes y muchos costillares; coronado de rojizas mataduras a lo largo del esquelético lomo. Azotaba con la crespada y áspera cola la molestia de enjambre de moscas. Aquel viejo palafrén semejaba a la bestia agonizante que presenta Quevedo en el segundo capítulo del Buscón, donde dice: " a tener una guadaña, pareciera la muerte de los rocines".

Daba la impresión de estar en momentos de descanso, de centelleantes y dolorosos : palos, palizas y patadas con que le atacaba un pelafustán que lo pastoreaba, curtido de tatuajes emblemático de un mundo sórdido.

La mirada de sus ojos apagados era lejana. Y posiblemente ya no distinguía el verdor del exiguo prado, pero de vez en cuando fijaba la vista en cualquier objeto. Lo único ágil que se trasuntaba era una garza blanca que volaba de su espalda, cada vez que el pobre cuadrúpedo renqueaba al dar algunos pasos, pero la más de las veces también permanecía allí, sobre el animal, aunque éste se desplazara.

Tensaba del cuello a la estaca, la soga; por el esfuerzo tratando de alcanzar el cubo del agua colocado fuera de su alcance. Al pasar me di cuenta de aquella lucha intermitente, pero inútil. Subí la loma y le acerqué el balde de agua. Bebió con gusto hasta saciarse.

Cuando me alejaba alzó la testa y me ofreció una cansada mirada y un débil relincho, seguro que de agradecimiento.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Golosinas del País - Bodegones de Carlos Mercado

Ya se alcanzaba a ver un asomo del mar. Recordé a Barcelona cuando estuve cerca de Montjuí que de entre las montañas se divisaba una planicie azul oscura del Mediterráneo.   También pensé en Barceloneta, un pequeño pueblo de Puerto Rico, porque su nombre es un diminutivo de esa ciudad de Cataluña. En Barceloneta, primero se ven las montañas y después el mar por el derrotero del valle. Igual ocurre con Barcelona, se muestran las elevaciones del Pirineo y luego se descubre el"Mare Nostrum".

Pero al momento apareció el esplendor marino, con sus matices plateados de tan deslumbrante por el fuego del sol. Al acercarnos se revelaban los tonos de azules cielo y verde claro como las pupilas de las mujeres becquerianas. Se aprecia una visión panorámica como si uno bajara en esas alas deportivas que recorren en periplo, mares y ciudades. Uno auscultaba, además del espléndido paisaje de la bahía, con sus aguas prismáticas y serenas, un viejo túnel por donde el antiguo tren atravesaba el precioso litoral. Al sector se le conoce como Juajataka. Aparcamos en un pequeño parque donde se han instalado miraderos para contemplar la dársena.

A la entrada se ven kioscos que ofrecen tentadoras frituras. Se ha improvisado una almoneda de limitada extensión. En ella nos sorprende una esbelta banquilla de bar, de tope redondo, que exhibe una variedad de dulces criollos, sobre un blanco mantelito circular que cubre con exactitud el área circunstante del tope de la banquilla.

Allí apiñados se muestran peces de dulce de guayaba del matiz de la tonsura abacial. Rombos en pilas de dulces de cocos. Pastas de naranja. Turrones níveos, también de cocos. Pirulíes de delgados rectángulos rojos y traslúcidos. Una pitahaya partida en dos mitades que enseña la pulpa de su fruta y las rojas escamas de su corteza. Las golosinas están rodeadas de un collar en que figuran abalorios y cuentas de tiempos aborígenes.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Historia de una pianista de cine mudo

Lares 1920- 1930. Una carretera central única entraba al pueblo. Por el oeste se encontraba con San Sebastián, hacia el norte conducía al pueblo de Arecibo. En algunos trechos no se veían aceras. Las casas en abrumadora mayoría, eran de maderas techadas de zinc. Sólo una de mampostería fue techada de tejas imbricadas sobre un armazón de recias piezas del país. Aquélla era la casa pastoral. Ya existía la escuela Superior Domingo Aponte Collazo, que albergaba a estudiantes, además de los lareños, a alumnos del Pepino, porque allá no contaban con  Alta Escuela.

Los días y las noches transcurrían sosegadas y frescas. No se conocía el calor. Todos los habitantes barajaban nombres, apellidos y hasta los apodos : la Sirena, Reina Mora, el Ratón, Dick Tracy, el Chango, el Caballo, Pedro Giga, el Chivo, Chita, los Alemanes, la Jirafa, el Curío, Limpia- Nío, Chucho la Perra, Moncho Díos, Machuelo, Miguel el Camello, Chotera, la Malanga.

Pocos automóviles transitaban la calle. Los muchachos de entonces, conocían los autos y camiones por sus bocinas y por el sonido de los motores. Sabían si el carro era de Genarito, de Guillermo Vélez o si el camión era de Monchito Irizarry o de Ángel Ríos, aquel hombre alto que fumaba cigarros, de atractiva presencia y que asesinó a su suegro, Carlitos Valentín. Todos podían adivinar la marca del carro y el dueño o conductor : si era Castellano, si era " el Nene ", si aparecía el auto privado del hacendado don Pepe Márquez o el automóvil de los Alcover. Mientras tanto, jugaban en la carretera distintos juegos : billarda, pelota o canicas entre otros sencillos  deportes.

Carlitos Valentín era un tipo de ebanista , hojalatero y mecánico que fabricaba las masas de romper café para las maquinaria  en los campos. Con ellas se despulpaba el aromoso grano traído de la cosecha. Al momento de morir, estaba laborando en un importante pedido de Cuba.
Después del asesinato, don Paco Paralitici, quien era un diestro ebanista, terminó el pedido de Cuba y cuando le enviaron el dinero, don Paco con su hijo Guilín Paralitici, le llevaron el pago a la viuda doña María Reyes, quien le agradeció tan noble proceder.
La muerte de Carlitos Valentín pudo ser evitada, como todos los hechos en cada ocurrencia.
Ángel Ríos llegó tarde de la capital en funciones de camionero. Herminia su esposa, alentaba celos. Hubo una discusión matrimonial. A los gritos, Carlitos Valentín, que vivía cerca, se movió hasta la casa de su hija. Discutieron yerno y suegro. Ángel Ríos tomó una pieza de acero de un automóvil que era chatarra y le impactó con ella la frente de Carlitos, quien murió al instante.

Con los años el hijo varón de Herminia, Rubén, en su adolescencia se trasladó a San Juan a vivir con su padre. Después ingresó al ejército. Cumplió con la carrera militar. se hizo abogado. Se fue a vivir a Nueva  York y jamás volvió a ver su madre y abuela.
Herminia y su madre María Reyes, murieron en la miseria padeciendo aquella angustia de ser abandonadas.

Naturalmente, por quella época las oportunidades de empleos residían en las faenas agrícolas. La pobre y limitadas vías de transportación era uno de los impedimentos para que se instalaran industrias y talleres en Lares.

Para entonces existía una fábrica de hacer botones para ropa. Estaba ubicada en el sector Borinquen y su materia prima era el nácar.
Este material era traído en estratos o lajas en camiones hasta la fábrica. La industria poseía una máquina que perforaba la lastra, salían unos cilindros del espesor o tamaño de los botones a fabricarse. Después de esta labor constante durante el día, quedaba un sobrante esquelético de las lastras de nácar. Estos eran residuos que al formarse montañas
o dunas de nácar durante el mes, un camión del hacendado Pepe Márquez lo iba replantando, regando y aplanando sobre la superficie de la calle que conducía a su casa.
en el verano esa carretera centelleaba con plena fosforescencia por el brillo del nácar.

Habían dos familias que se sustentaban de lo poco que el cinematógrafo podía pagarles. Para entonces el cine era mudo. Para darle emoción a las escenas se empleaban músicos que tuvieran conocimiento de arias de música clásica. Que pudieran transmitir momentos de suspenso, de sorpresivos impactos, de sutiles espacios románticos, de sentido de persecución o de impresiones de terror.

Doña Isaura Otero de Muñoz y don Pepe Feliciano desempeñaban esa extraordinaria función. No sé si tendrían que ver la película con anterioridad, para ensayar la coordinación exacta, pero lo cierto es que todas las noches siempre salían triunfantes y el público satisfecho. A don Pepe Feliciano le faltaba una pierna. Tocaba violín en el cine, en su casa, enseñaba solfeo y violín. Cuando se desplazaba al cine usaba una prótesis.

Doña Isaura Otero de Muñoz tocaba el piano, pero el de su casa andaba descompuesto. Esperaban siempre a un señor de Quebradillas, que afinaba y componía pianos. Parecía estar muy ocupado por los pueblos limítrofes, porque no acudía a los reclamos de doña Isaura.

Durante la proyección de la película muda, en aquel cine donde estuvo el edificio Villa Ana Luisa, el piano que tocaba doña Isaura y le acompañaba don Pepe en violín, se situaban bien disimulados a un extremo del escenario.
El público se sacudía en los asientos y se sobresaltaba de impresiones momentáneas de nerviosismo, frente a escenas de terror acopladas a los súbitos crescendos y arrancadas de notas y tonos altos que se precipitaban del piano y violín. Como si un director de orquesta enarbolara su batuta, ademanes y gestos frente a ellos. Salían de sus instrumentos las rapsodias de Béla Bartók, los movimientos de Claro de luna, de Beethoven, arias de la Traviata de Verdi, fragmentos de Sacre du Printemps, de Stravinsky. Entonces el espectador entendía con atención sublime, con emotividad la película aunque muda.

Un acontecimiento ocurrido en Nueva York, en 1927, afectaría destructivamente, sobre todo, a doña Isaura Otero de Muñoz. Para esa fecha se proyectó la primera película comercial sonora. Las imágenes aparecían sincronizadas a los sonidos. Las películas serían desde ese momento, habladas.

Una mañana triste : el sol estaba velado por las brumas y calígine. Una fina lluvia intermitente acompañada de un cierzo intimidante cubría a Lares.
Aquella mañana llegó un emisario del dueño del cine a entregarle a doña Isaura un cheque y una nota de despido que contenía con pormenores las razones de la impuesta renuncia. Así quedaba cesante de sus funciones musicales.

Doña Isaura estaba impedida de usar su piano por ruptura y deterioro. No podía enseñar a alumnos. De manera, que al agotarse el dinero remanente, comenzaron días desafortunados. Ya no se veían llegar las compras de otros tiempos repletas de alimentos.
Doña Isaura hacía años era viuda. Sus hijos frente a la penuria, embarcaron. Doña Isaura enfermó.
Al poco tiempo colocaron un crespón negro sobre su puerta.


sábado, 10 de noviembre de 2012

Vino y Cañita - Bodegones de Carlos Mercado

Estamos sentados a la mesa en un ángulo del bar. En ambas caras de las paredes se exhiben carteles de tres culturas diferentes : España, Argentina y Puerto Rico. Aunque el ambiente ha creado una atmósfera de oscuridad suave y azul, que nos recuerda la vieja canción : ( Vas a quemar tus alas mariposita, entre la tenues luces del cabaret... ), los póster se aprecian con claridad, porque hay unas disimuladas bujías de neón que arrojan claridad sobre ellos. Una de las amplias láminas enmarcadas presenta a Carlos Gardel vestido de gaucho, rasgando una guitarra con que se acompaña al cantar. Otra ofrece la orgullosa figura, bien " plantá " de una bailarina gitana del " cante- jondo ". La tercera imagen nos trae al cantor trovador Ramito, vestido a la usanza del campesino boricua, con pava y un gallo de lidia que sujeta con sus dos manos.

De forma alternada se escucha un fondo de música instrumental en tono bajo, pero que se percibe decifrablemente : es el tango Uno cuya música es de Mariano More, pero cuando se vocaliza la letra es de Enrique Santos Discépolo. el mismo autor de Cambalache.

Hemos dejado atrás un grupito de minutos, casi sin darnos cuenta, por el disfrute de la música y las cervezas. Ahora escuchamos a Pasión Vega interpretando " Lunares " Al pasar el momento en que cantaba Pasión, hemos dado al fondo, en el bistro, sobre la multitud de botellas y copas colgantes, con el vistoso rótulo : Bar las Tres Naciones.
Ahora comenzamos a oir " Una mujer en mi vida " de Ramito. El establecimiento está repleto, sin embargo apenas se oye el rumor de las conversaciones.

Hemos distinguido un llamativo tonel de roble barnizado, circundado de seis cinturones de acero que juntan apretadamente los tablones que lo conforman. En el tope circular reposa un vaso o vasija, campaniforme, de mediana altura, tiene rayas alrededor que guardan un equilibrio de espacio. Esta vasija rezuma una presencia de siglos, posiblemente griega del neolítico helénico. No tiene asas, es estructuralmente una fiala. Han colocado dentro de ella, tres botellas : una Rioja cabernet sauvignon, la segunda es Peñaflor malbec. La tercera botella no tiene etiqueta. tampoco trae embocadura sellada. Sólo un corcho puesto a mano en su boquilla. Confunde su color a un cereza de Mendoza, pero no lo es. Es un
"curao " de Pezuela de Lares.
Las tres botellas se abandonan reclinadas al borde de la vasija campaniforme. Rodeadas en el interior de la pieza arqueológica, por un manojo de guayabas que expelen su olor
frutal incofundible. Alrededor del recipiente, en la superficie del tonel, yace una espuela plateada junto a unas boleadas.